domingo, 16 de mayo de 2010

ASCENSO AGRIDULCE

Vaya por delante mi sincera felicitación al Club Baloncesto Dominicas La Palma por su ascenso a la Liga EBA. A Félix Delgado, a Carlos García y a toda la familia del club. Sin duda, otro jalón en la historia de nuestro deporte. Pero la alegría no es completa. No puede serlo si valoramos las consecuencias del logro desde una perspectiva más amplia, la del baloncesto insular y, por ende, desde la política deportiva que debe implementarse desde las instituciones públicas.

No hace dos años que publiqué un artículo llamando la atención sobre la ausencia de un equipo palmero en Liga autonómica, categoría en la que podían desenvolverse y, si fuera posible, progresar nuestros mejores jugadores de básquet. Ya teníamos representantes en la LEB (UB La Palma) y en la Liga EBA (CB Aridane), y en ninguna de las dos divisiones podemos encontrarnos con jugadores palmeros disputando minutos suficientes, si exceptuamos al escolta Sebas Arrocha, en la barrera de los 34 años, dicho sea de paso. La laguna se cubriría la siguiente temporada con la incorporación a la categoría del Dominicas de Carlos García. Pero esta campaña el club capitalino forjó un equipo muy competitivo que, con el transcurso del torneo, se convirtió en un claro aspirante al ascenso. Y esta legítima ambición se cobró un precio. El peaje se pagó en forma de pocos jugadores palmeros con proyección en la plantilla (la mayoría supera los 30 años -Pedro Abreu, Víctor Guerra, Jorge González, etc.- incluso los 38 –César Carballo-) y un quinteto titular que terminó siendo completamente foráneo (Torrado, Ibeas, Perdomo, Franco y S. Guerra). Ahora en EBA, podemos imaginarnos el número de jugadores de la isla con los que podrá contar este equipo.

A priori, parece excesivo que haya tres clubes de baloncesto en liga nacional en una isla de apenas 90.000 habitantes, porque, además, tiran de los mismos presupuestos públicos. Todavía más en un contexto de crisis económica brutal como la que padecemos, en la que las instituciones públicas deben reducir gastos y, por tanto, priorizarlos con mayor diligencia. Sólo un propósito puede justificar que se invierta o fomente un proyecto de esta naturaleza: que el equipo lo conformen jugadores de la isla. Parece obvio que, cuando menos hoy, esto no es posible. Porque dos equipos de semielite como referentes y tanto dinero invertido en la promoción deportiva no han servido para conseguir baloncestistas de este nivel. Lamentablemente, nuestra calidad, en el mejor de los casos, está en la Liga autonómica. Peor que nunca.

Quizás no sea políticamente correcto (la Fase de Ascenso se jugó en La Palma, por ejemplo), pero yo apoyaría al Dominicas en Liga autonómica, y no en EBA, y así hasta que fuera posible ascender, sí ascender otra vez, pero no con un quinteto foráneo sino con un plantel con mayoría de jugadores palmeros. Otra cosa distinta sería comprometer gratuitamente el futuro de otros proyectos (UB La Palma o CB Aridane) y, por extensión, de todo el baloncesto insular. Buena semana.

lunes, 10 de mayo de 2010

JOSÉ LUIS MARTÍN VIGIL

Me he acordado últimamente de José Luis Martín Vigil (Oviedo, 1919), un escritor hoy olvidado, pero que, hasta los años ochenta, fue un autor de éxito, prolífico y leído por varias generaciones de jóvenes españoles e hispanoamericanos. Porque también fue un escritor profusamente seguido en México, por ejemplo, donde editó su célebre primera novela La vida sale al encuentro (1955). Como suele ser habitual, heredé mi interés por su producción de mi hermano mayor (lo que no ocurrió, por cierto, con Vázquez Figueroa), pero también de mi tío Manolo, de ideas inconfesables en la época, que guardaba varios ejemplares de su vasta bibliografía, algunos encuadrados en lo que se dio en llamar “novela social” (Tierra brava, Una chabola en Bilbao, Sexta galería, Cierto olor a podrido, Los curas comunistas, Un sexo llamado débil...). Sacerdote de tendencia progresista, y ex jesuita, Martín Vigil marcó el devenir de muchos de nosotros, contribuyendo sutilmente a nuestra formación cuando devorábamos sus novelas sobre jóvenes malditos, la encrucijada de edad tan problemática o el espinoso paso (“la zancada” en términos de Vicente Soto, como recuerda J.C. Planells en su blog) de la niñez a la adolescencia.

He leído varios de sus libros (aparte de los ya mencionados, La muerte está en el camino, Mi nieto Jaime, La droga es joven, DC-9 Destino Bilbao, El gran Hiram, Réquiem a cinco voces, Secuestro de Estado) y un ensayo, de sus primeros tiempos, Destino: Dios, que he citado con cierta frecuencia en algunas de mis modestas e intrusas incursiones en el terreno religioso. Aún a día de la fecha, se trata del autor al que más a menudo me he acercado, aunque todas las veces lo fueran en mi juventud. Tuve la suerte de conocerlo. Impartía una conferencia en el Instituto Alonso Pérez Díaz, el más antiguo de la isla, en el verano de 1985 -creo recordar-. Estábamos en la Universidad (la mayor parte de mis amigos y yo mismo), pero habíamos fundado meses antes una ambiciosa, en sus orígenes, asociación juvenil en Santa Cruz de La Palma. Le propusimos que, después de su intervención en el Instituto, fuera a nuestro humilde y desmantelado local, en la vecina calle San Telmo, para una charla ligera, acaso informal. No hubo necesidad de convencerlo. Insistió en las drogas como la mayor amenaza para los jóvenes. Luego mantuve una breve relación epistolar con él (aún conservo algunas cartas), porque no tenía inconveniente en “perder” su tiempo en las dudas e interrogantes de un pibe de apenas 18 años.

El ilustre escritor está ya por los 91 años. Me alegra que aún esté entre nosotros. Dicen (hace al menos pocos años) que pasa su tiempo navegando por Internet, como muchas otras personas mayores. Yo, pese a los años pasados y un contexto sociológico distinto, lo sigo recomendando entre los jóvenes, aunque sus novelas interesan y enganchan también a los más talluditos. Un abrazo.

*José Luis Martín Vigil moriría el 20 de febrero de 2011