Me gustaría pensar que La Palma (otrora isla mayor) no se aferró a los males de la sociedad de la Restauración (1876-1923), presididos por el caciquismo y el clientelismo. Porque de aquella sociedad y de aquellas máculas, tan combatidas por un palmero insigne, Pedro Pérez Díaz, han pasado más de cien años, muchos se me antojan para que podamos concluir que no ha cambiado nada.
Me resisto a creer, pues, que la sociedad palmera se haya acostumbrado a un escenario de este cariz, donde la solicitud de un puesto de trabajo, siquiera temporal, la rebaja o anulación de una multa, la concesión de una subvención, la solicitud de una mejora laboral, la cementación de una rodera y tantas otras reclamaciones e intereses, buscan en la representación pública de los partidos el favor necesario para verse satisfechos, a cambio de adhesiones acríticas o futuros votantes. Porque esta no es la descripción de una sociedad moderna, en pleno siglo XXI, sino la de una sociedad invertebrada de hace más de cien años, que tan bien retrató Benito Pérez Galdós, y en la que el favor y la recomendación, generalizados ya en la época isabelina, adquirieron un espectacular desarrollo, aumentando el recurso al poder público como fuente de estos beneficios. En aquel sistema, muchos –pero, en conjunto, los menos- se sintieron privilegiados por poder vivir dentro de la dependencia hacia un patrono imbuido de aquel injusto proteccionismo, pero bueno para sus intereses particulares.
Pese a las apariencias de lo que semeja un trasunto de aquella sociedad de entresiglos, todavía confío en que la palmera no sea una sociedad dependiente de un buen o mal patrono clientelar o caciquil, en particular, si es público, y que las decisiones políticas no tengan otro fundamento que criterios derivados del interés general, esto es, la calidad, el mérito, la eficiencia, la necesidad, la discriminación positiva o razonable, la capacidad, la excelencia... Porque de no ser así, este statu quo habría que cambiarlo inmediatamente, aunque solo sea porque esta sociedad que describimos se corresponde con otra época, de la que han transcurrido –como poco- más de cien años.
(Publicado en ABC, el 1 de marzo de 2011)
Un paralelismo muy bien traído a colación y muy oportuno. Yo también confío en que no nos convirtamos en una sociedad de dependencia. Me ha gustado. Saludos
ResponderEliminarIrremediablemente estamos cercanos aunque nos queramos alejar de esos cien años.
ResponderEliminarCien años no es nada Juanjo.. en esta isla donde todo pasa lentamente, las estructuras siguen siendo como hace cien años en muchos aspectos, lejos del pulso del consenso y la participación .
Se venden los derechos como favores al adversario y al propio, democracia materialmente poco participativa y alejada de la confrontacíon que implica en la práctica , dar votos cada cuatro años.
Se sigue tratando al cuidadano como cliente político, un cliente que sólo tiene el deber de votar y tenemos que ser clientes de esa política para conseguir nuestros derechos aunque hayan pasado cien años, cien años no es nada...
Los clientes en el mundo político anglosajón tienen ese concepto, nosotros no deberíamos.
Saludos
Johansson
Es evidente que la sociedad palmera ha cambiado poco en el último siglo. Seguimos -presente del indicativo, y no del subjuntivo que indica incertidumbre- siendo objeto o sujetos, según el lado que se ocupe (oscuro como en la guerra de las galaxias o claro como el atún), del clientelismo y del amiguismo. Buscamos protección o se nos ampara por los poderosos a cambio de nuestra sumisión o sus servicios. Todos sabemos que, lo que en este artículo se cita como una posibilidad, ocurre. La demagogia, la erótica del poder y el hambre existen....¡¡mala mezcla para erradicar el caciquismo!! Por cierto, esta lacra no es exclusiva de la sociedad palmera ¡¡Es una pandemia!! Salu2 a todos. Para Jj, un abrazo
ResponderEliminarTenemos confianza en que estas elecciones cambien un poco este panorama y empezemos a entrar al menos en el siglo XX. Saludos
ResponderEliminarTe felicito por el artículo y por la valentía de poner negro sobre blanco lo
ResponderEliminarque otros no quieren siquiera reconocer. Ésta es la situación de La Palma y
creo, muy a pesar mío, que del resto de las islas. Quizás sea Gran Canaria y
más en concreto la ciudad de Las Palmas a la que menos se pueda encuadrar en
la situación que describes. Las empresas públicas y algunas privadas,
resultados de antigüos monopolios públicos, están llenas de personal que
jamás hubieran superado un proceso de selección donde el mérito y la
capacidad fueran determinantes para conseguir el puesto.