martes, 17 de mayo de 2016

PEDRO PÉREZ DÍAZ Y EL ATENEO DE CÁNOVAS


Pedro Pérez Díaz (Villa de Mazo, 1865-1930) fue miembro, y particularmente activo en su época dorada (1884-1923), del Ateneo [Científico, Literario y Artístico] de Madrid, institución por excelencia del siglo XIX español, donde ingresó como socio en 1891 con el número 5.895. Desde 1884, la sede del Ateneo (conocido entonces como “el Ateneo de Cánovas”) se había instalado en un sobrio palacete de nueva construcción en el barrio de las Musas, entorno muy ligado a las letras españolas, con entrada por la calle del Prado (donde permanece en la actualidad).

El letrado del Consejo de Estado ocupó muy pronto puestos de relevancia en la Docta Casa. En el curso 1893-1894 fue elegido secretario 1º de la Sección de Ciencias Morales y Políticas, que presidía Raimundo Fernández Villaverde, político conservador que llegaría a ser presidente del Gobierno en 1903. Era presidente del Ateneo su amigo y mentor Gumersindo de Azcárate y  vicepresidente, Marcelino Menéndez Pelayo. Es más, durante dos años (cursos 1893-1894 y 1894-95) se discute su memoria sobre "Derechos y deberes entre trabajadores y capitalistas". Aquel fue, además, un debate memorable, en el que se pusieron de manifiesto las distintas tendencias que existían entre los ateneístas en torno a la cuestión social. Participaron desde colectivistas, como Nicolás Salmerón García o José Verdes Montenegro, hasta proteccionistas y representantes de la escuela católica, como Francisco Fernández de Henestrosa (diputado cunero por La Palma) o Damián Isern, pasando por partidarios de las diferentes escuelas de la economía liberal, como Juan Armada y Losada, marqués de Figueroa, o Salvador Bermúdez de Castro, marqués de Lema. No obstante, durante el curso anterior, Pérez Díaz ya se había estrenado en los interesantes debates de la institución, interviniendo, en la misma Sección, en la discusión de la memoria de su predecesor como secretario, el jurista e historiador Julio Puyol y Alonso, intitulada “La vida política de España”.

            El letrado palmero logra incluso pertenecer a su junta de gobierno, como vocal 2º, bajo la presidencia del también krausista Rafael María de Labra, sucesor en el cargo del desaparecido Segismundo Moret  y –curiosamente- remiso a ocuparlo por mayoría de votos, requiriendo la unanimidad de los socios. Labra, finalmente presidente tras las elecciones verificadas el 19 de febrero de 1913, era un político de renombre, jefe de la minoría republicana en el Senado. De estas elecciones, se hizo eco el periódico republicano Diario de La Palma, dirigido por su hermano Alonso Pérez Díaz, que, en su edición de 20 de febrero, publicaba:

            “Fue la elección que llevó a Pérez Díaz a la directiva del Ateneo la más reñida de cuantas se han sucedido en la docta Casa, y en ella tomaron parte, junto con la  juventud estudiosa, grandes figuras de las Letras, ministros, oradores,  generales, científicos, cuanto es vida y nervio en la Villa y Corte: Echegaray,   Melquíades Álvarez, Amalio Jimeno, Marquina, Pedregal, Albornoz, Gasset, la  condesa de Pardo Bazán, “Colombine” [Carmen de Burgos], Luque, Mariño, Marvá,   los hermanos  Álvarez Quintero, Díaz de Mendoza y otros muchos. Honor para La  Palma, para Canarias constitúyelo el que uno de sus hijos ocupe prominente lugar en el Ateneo de Madrid”

            De aquella Directiva formaban parte, además, el marqués de Figueroa (vicepresidente 1º), Luis Palomo (vicepresidente 2º), Antonio Royo Villanova (vocal 1º), José María Campello (depositario), Faustino Prieto Pazos (contador), Ramón Pérez de Ayala  (bibliotecario), Manuel Azaña y Díaz (secretario 1º), Rafael Sánchez de Ocaña (secretario 2º) y Juan Donoso Cortés (secretario 3º). Por lo tanto, Pérez Díaz compartirá trabajos en la Junta Directiva del Ateneo con su amigo Antonio Royo Villanova, catedrático de Derecho Administrativo y ministro de Marina durante la II República, donde probablemente consolidaría su amistad, y con el propio Azaña, elevado a la secretaría 1ª (ejerciendo aún mayores funciones debido a la avanzada edad de Labra), pese a que formaba parte de la candidatura derrotada del conde de Romanones. Con Azaña coincidirá también Pedro Pérez Díaz en el proyecto reformista liderado por su amigo Melquíades Álvarez (a partir de 1912). Se trataba, pues, de una Junta conformada fundamentalmente por gente nueva y joven, aderezada por algún personaje de mayor envergadura, todavía en plena juventud, como el propio Pérez Díaz, que la opinión pública interpretó como el ascenso a los lugares prominentes de la sociedad de los jóvenes de clase media frente a la casta oligarca. Con este grupo se inauguraba, en cualquier caso, uno de los periodos más fecundos de la ilustre institución.

            Como directivo, nuestro personaje tuvo enseguida un singular altercado, nada menos que con el escritor Ramón María del Valle-Inclán. El brillante dramaturgo había subido a la cátedra del Ateneo los días 25 y 26 de febrero de 1913 para leer su obra El embrujado y para aclarar el asunto de su rechazo por el Teatro Español, cuyo director era Benito Pérez Galdós. Eran tantas las acusaciones y veladas imprecaciones a la principal actriz de la compañía y al propio Galdós, que Pérez Díaz se encaramó a la tribuna para manifestar que el Ateneo no se hacía responsable de nada de lo que estaba diciendo el literato. Valle-Inclán, días después, denunciaría una “burda tramoya” orquestada por el mismo Galdós, al que acusaba de estar detrás de “las desusadas palabras finales del Sr. Pérez Díaz y su injerencia ocupando puesto a mi lado como presidente, cuando de corresponderle a alguno hubiera sido el Sr. D. Jacinto Benavente, que preside la Sección de Literatura, y no milita (…) en el partido republicano, ni es yerno de D. Nicolás Salmerón”.

            De manera sorprendente, debido a su acendrado antimonarquismo y es probable que un tanto forzado como miembro de aquella nueva Directiva, nuestro personaje formó parte de una comisión, encabezada por el propio Labra,  que asiste a una audiencia extraordinaria del Rey el 22 de abril de 1913 para protestar por el atentado que este había sufrido y, al mismo tiempo, felicitarle por haber resultado ileso.

            Por lo demás, conviene advertir que el Ateneo era un foro ciertamente elitista y una especie de “parlamento paralelo”. En sus foros, se podían expresar ideas que no se escuchaban en el Congreso de los Diputados y se discutía, entre un vasto elenco de maestros de la oratoria, sobre asuntos que no tenían cabida en sus sesiones. Sus debates y conferencias versaban sobre todo tipo de asuntos, desde cuestiones sociales, la educación o las relaciones entre la Iglesia y el Estado, hasta las nuevas ideologías o las más recientes corrientes estéticas. Se criticaba, en especial, la oligarquía y el caciquismo, y se hablaba de forma recurrente de la emancipación de la mujer. Se trataba, en palabras de Azaña, de un organismo “nacido para la discusión”. Disponía de un excelente salón de actos (donde en tantas ocasiones intervendría el jurista macense), una muy bien dotada biblioteca (en la que pasaría largas jornadas de trabajo e investigación), varias salas o salones confortables (como el mítico de “La Cacharrería”, lugar de tertulias infinitas) y uno de los mejores cafés del Madrid de la época.

            Labra se mantuvo en la presidencia de la prestigiosa sociedad hasta el 16 de abril de 1918, día en que fallece el ilustre prócer republicano y veterano ateneísta. Hasta entonces no se habían convocado elecciones, por lo que Pérez Díaz habría permanecido en la Junta Directiva de la Docta Casa más de cinco años. De ella se desvincula ya en época del Directorio militar de Primo de Rivera. Precisamente el dictador intervino la institución en 1926, al entender que esta actuaba al margen de su misión y sirviendo de foco de rebeldía y conspiraciones contra el orden público.




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