domingo, 10 de junio de 1990

EN TORNO AL PROCESO DE CANONIZACIÓN DEL
PADRE ESCRIVÁ (II)

J.J. Rodríguez-Lewis
Publicado en La Gaceta de Canarias, el 10 de junio de 1990

La proclamación el pasado día 9 de abril de Monseñor Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, como venerable, constituye el primer título que concede el Vaticano (mediante Decreto de la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos) dentro del proceso jurídico canónico que puede llevar al Padre Escrivá a los altares. En el Decreto aprobado, la Santa Sede declara probado “que el siervo de Dios, Josemaría Escrivá de Balaguer, vivió en grado heroico todas las virtudes cristianas”.

No obstante, como señala Michael Walsh en un libro reciente, “la canonización es un proceso largo, al final del cual un hombre o una mujer son oficialmente reconocidos por la Iglesia Católica como Santos”. Tomás Moro, que murió por su fe (en 1555), decapitado por negarse a reconocer a Enrique VIII como jefe de la iglesia anglicana, tuvo que esperar cuatro siglos antes de que su santidad fuese formalmente reconocida por la Iglesia. La razón estriba en que la inspección por parte de las autoridades de la Iglesia en cada caso concreto es realmente rigurosa, aunque haya habido casos en los que la santidad de un individuo ha sido tan manifiesta que el sistema ha podido ser abreviado. Uno de estos casos parece ser el que nos ocupa (¿), puesto que el reconocimiento de las virtudes heroicas del fundador del Opus Dei (por más que se trate del primer escalón en el proceso de canonización, que consta de tres) se produce en un tiempo récord, teniendo en cuenta que Escrivá murió no hace quince años (26 de junio de 1975).

Sin embargo, el proceso para hacer de Escrivá de Balaguer un Santo había comenzado mucho antes de su muerte, empezándose a construir a su alrededor parte del mito que luego proclamarían los suyos. Su inaccesibilidad y la realización del Santuario de la Virgen María de Torreciudad formaban parte del juego. En este sentido, dio orden de que a él se le enterrase en una cripta, la del oratorio dedicado a la Virgen María en la residencia principal de Roma: “Tenedme allí por un tiempo, y luego enviadme a una iglesia pública, no quiero molestaros”, le oyó decir la ex socia dirigente María del Carmen Tapia. El propio Walsh concluye: “Trasladar una tumba a una iglesia pública es una clara evidencia de un cultus o devoción.”

Como prevé la legislación canónica, la solicitud de apertura del proceso fue presentada cinco años después de la muerte de Escrivá. En el Decreto de introducción de la causa, emanado el 19 de febrero de 1981, se escribió lo siguiente: "Por haber proclamado la santidad, desde que fundó el Opus Dei en 1928, monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer ha sido unánimemente reconocido como precursor del Concilio, precisamente en lo que constituye el núcleo fundamental de su magisterio, tan fecundo para la vida de la Iglesia...”. Esto lo recordaba el cardenal Ugo Poletti en junio de 1987.

El proceso se inició el 12 de mayo del mismo año. Previamente, como declaraba el propio cardenal Poletti, millares de cartas pidiendo que se iniciara habían llegado al Papa. Junto a las procedentes de altos dignatarios de Estado y de Gobierno de numerosos países y de personas de todas las edades, estaban las dirigidas por 69 cardenales y 1300 obispos, más de la tercera parte de la totalidad, hecho único en los anales de la Iglesia Católica. Al mismo tiempo, desde 1976, una denominada oficina de Postulación (o vice-Postulación), con sede central en Roma, comenzaba la edición de Hojas Informativas como medio de propaganda (Tiempo, 04.09.86) para presionar a la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos en la posible beatificación y canonización de Escrivá. En las mismas, se relataban algunos de los favores materiales (curaciones inexplicables, entre ellos) y retazos de la vida del Fundador.

Iniciado el proceso, se constituyeron dos Tribunales, en Madrid y en Roma. El proceso madrileño concluyó el 26 de junio de 1984 y el de Roma el 8 de noviembre de 1986. El cardenal Poletti, vicario de Su Santidad para la ciudad de Roma, presidió la ceremonia durante la cual se anunció que la primera fase del proceso para la beatificación de monseñor Escrivá de Balaguer había terminado con resultado favorable, en Roma. Al comentar el acontecimiento, el cardenal subrayó que para él es siempre conmovedor el recuerdo, incluso de los breves encuentros mantenidos con “personas como Josemaría Escrivá de Balaguer, que han dejado una huella indeleble en la vida de la Iglesia”. El postulador, monseñor Falvio Capucci, resumió brevemente las varias fases de la causa alabando el “riguroso sentido del derecho” demostrado por los jueces diocesanos, así como la labor del juez oponente, el llamado abogado del diablo (ABC, 09.11.86).

No obstante, este título de venerable no implica que se le pueda rendir culto, pero sí supone la fase inmediatamente anterior a la beatificación, que consiste en el examen desde un punto de vista médico y teológico de un milagro atribuido a su intercesión. Pues bien, en estos momentos están abiertos dos procesos sobre curaciones extraordinarias atribuidas al Fundador, la de un tumor que padecía una monja española carmelita en 1982 y la de un linfoma maligno que padecía una chica peruana en 1983.

Michael Walsh (en El Mundo Secreto del Opus Dei, 1989) nos viene a decir que la canonización de monseñor Escrivá es muy importante para La Obra, puesto que significaría el sello de aprobación final de la Iglesia tanto de la enseñanza de la Obra como de la de su fundador, guía segura para las almas. Es conocido que, aunque el Opus Dei anualmente señala el día de la muerte de Escrivá con misas públicas bien divulgadas, aún no se le venera más allá de sus fieles. Es más, si Escrivá llega a los altares, la Obra habrá dado un paso definitivo, se podrá equiparar con cualesquiera otras de las grandes organizaciones religiosas de la Iglesia Católica (Tiempo, cit.).

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