martes, 24 de julio de 2007

EL ADALID Y EL NOTICIERO (I)


La prensa palmera en las postrimerías del siglo XIX
Un modelo de periodismo político y polemista de la época
J.J. Rodríguez-Lewis
Fátima Llarena Ascanio
Publicada en Diario de Avisos, el 24 de julio de 2007


1 Antecedentes: La imprenta en La Palma y el siglo de oroRégulo Pérez (1987) ha definido la segunda mitad del siglo XIX en La Palma como el “siglo de oro” de la Isla, cenit de un renacimiento cultural que se habría producido desde finales del siglo XVIII. Este periodo se iniciaría con la fundación de una escuela primaria moderna de orientación lancasteriana (un sistema de enseñanza basado en hacer que los alumnos mayores enseñaran a los menos adelantados bajo la supervisión del maestro) en pleno Trienio Liberal (hacia 1821) gracias a los auspicios del insigne sacerdote Manuel Díaz, liberal e ilustrado, y beneficiado de la parroquia de El Salvador desde 1800.
Aunque de vida efímera por los avatares de la época (desaparecería apenas dos años después), esta escuela –sin precedentes en Canarias- ejerció una influencia notable en los educadores y personajes palmeros que luego adquirirían gran prestigio ya avanzado el siglo XIX. La escuela lancasteriana de Santa Cruz de La Palma formó la más relevante estirpe de eximios palmeros de la centuria, la mayoría de adscripción masónica, entre ellos, los hermanos Valeriano, Víctor y Juan Fernández Ferraz, Faustino Méndez Cabezola, Antonio Rodríguez López o Manuel González Méndez. Y esta etapa coincide, además, con el apogeo de la construcción naval en la isla y con la vida y obra de otros palmeros ilustres en los más diversos campos, como Benigno Carballo y Wangüemert, Elías Santos Abreu o Juan Bautista Lorenzo Rodríguez.
Todos estos personajes tuvieron mucho que ver con la fértil y liberal vida palmera que se desarrolló en la segunda mitad del ochocientos, que incluyó el restablecimiento de la Sociedad Económica de Amigos del País, la llegada de la imprenta y el nacimiento del periodismo insular, la creación del Colegio de Segunda Enseñanza “Santa Catalina” y su erección como Instituto Nacional (1869, aunque a partir de 1874 pasará a ser una filial del Instituto de Canarias) y el nacimiento de múltiples sociedades culturales, algunas aún existentes, como “La Cosmológica” (1881) o “La Investigadora” (1883), entre muchas otras de existencia más fugaz, como “Amor Sapientae” o “Urcéolo Obrero”.
Por eso, resulta hasta sorprendente que la imprenta recalara en La Palma de forma tan tardía. Como recoge El Time, en sus ediciones de 3 y 10 de junio de 1866, la imprenta fue introducida en isla hacia 1835-1836, por José García Pérez, que trajo de París una colección de tipos capaces de imprimir 8 páginas en 4º, sin prensa, con fines de mero entretenimiento. Poco después, hacia 1841, Pedro Mariano Ramírez, el más importante impresor de Tenerife, le fabricó una prensa de madera, con la que se hicieron los primeros impresos que se publicaron en la isla, entre otros la primera “hoja de carácter político”, que en puridad constituye el primer precedente pseudoperiodístico en La Palma (De Paz Sánchez, 2003).
Pero no fue esta imprenta la que posibilitó que viera la luz el primer periódico palmero, pese a los denodados esfuerzos de Méndez Cabezola y Rodríguez López que no lograron convencer a su propietario (hacia 1855-56), sino otra que llegaría a La Palma, adquirida en Londres el 25 de febrero de 1863, a instancia de los mismos personajes y del propio alcalde de la ciudad Miguel Pereyra. Con la aparición de El Time el 12 de julio de 1863 comienza una rica historia del periodismo palmero, muy ligada a la masonería, que ofrecerá 123 títulos hasta 1948, convirtiendo a La Palma –como ha señalado León Barreto (1990)- en la isla con mayor densidad periodística.

2 El contexto histórico-informativoA finales de 1874 el general Martínez Campos en otro pronunciamiento más del convulso ochocientos español proclamaba rey a Alfonso XII y ponía fin a la primera experiencia republicana. Se ponía en marcha el sistema de la Restauración, con fuertes anclajes en la burguesía conservadora y provinciana, que iba a posibilitar la etapa más larga de la historia constitucional española (la nueva Constitución se aprobaría en 1876) y la finalización de las guerras carlistas.
Fue la estabilidad el mayor logro del sistema instaurado por Cánovas del Castillo. Sistema que utilizaba al rey como árbitro del cambio político, que luego refrendaba un procedimiento electoral manipulado desde el poder, hasta que a partir de 1885 (tras la muerte de Alfonso XII y la regencia de María Cristina) comienza a sustentarse en un acuerdo (Pacto de El Pardo) que aseguraba el turno pacífico entre los dos partidos pro sistema: el conservador (del propio Cánovas) y el liberal (representado por Práxedes M. Sagasta).
En 1890 se sancionaría definitivamente el sufragio universal masculino, cuyo temor pronto se disipó ante el control y la manipulación que se ejercía sobre las elecciones. Un sistema, en definitiva, corrupto, que se debatía entre la oligarquía y el caciquismo, especialmente en el ámbito local y en regiones poco desarrolladas como Canarias. Como ha apuntado García de Cortázar (1994), “el vocabulario español se enriquece con términos procedentes de la práctica caciquil, tales como alcaldada, que define el abuso de autoridad, o pucherazo, utilizada para describir gráficamente un determinado fraude electoral”.
La primera parte de este prolongado periodo finalizaría con el Desastre del 98, cuando España pierde sus últimas posesiones de Ultramar, tras las sublevaciones por la independencia que se producirían en 1895 (Cuba) y 1896 (Filipinas). Conviene destacar la ingente labor compiladora que se desarrolla en esos años con la aprobación del Código de Comercio, la Ley de Enjuiciamiento Criminal y el Código Civil y la existencia balbuceante de las fuerzas políticas extra sistema: republicanismo, socialismo (desde 1879), carlismo y el incipiente nacionalismo catalán y vasco.
El contexto internacional, en torno a los años de existencia de El Adalid y El Noticiero (1894-95), esta dominado por el imperialismo y viene presidido por el aún hegemónico Imperio Británico, por la caída de Bismarck en Alemania y por un agravamiento de la situación internacional por la orientación imperialista y el expansionismo liderado por Guillermo II. En estos años Francia se anexiona Madagascar, la guerra chino-japonesa culmina con la Paz de Shiminoseki (1895) y se desarrollan la guerra greco-turca (por la isla de Creta) o la primera guerra de Abisinia, donde los italianos pretendían transformar el protectorado en colonia sufriendo serios reveses. Italia firma finalmente el Tratado de Addis Abeba (1896), en el que renuncia a Abisinia y ésta reconoce las colonias italianas de Eritrea y Somalia. En 1894 sale a la palestra el conocido “affaire” Dreyfus.
La estabilidad del sistema de la Restauración y la ley de imprenta de 26 de julio de 1883, que suprimía el depósito previo para los periódicos políticos, entre otros avances, contribuyeron a asentar por un tiempo el nuevo quehacer de la prensa insular centrada en especial en un periodismo fuertemente ideologizado. Paralelamente, el desarrollo urbano de las ciudades portuarias al fragor de la exportación de plátanos, tomates y papas a Inglaterra y de la situación en Europa, ponían las bases a un nuevo periodo de crecimiento de la economía insular que lograba dejar atrás la crisis de la cochinilla. Las consecuencias más notorias del proceso para el periodismo canario fueron, de un lado, una leve regresión del analfabetismo (situado aún por encima del 70%, un poco menor en La Palma), con el correlativo aumento potencial de las clientelas de los periódicos y, de otro, las mejoras de las comunicaciones exteriores, sobre todo, tras el amarre del cable telegráfico Cádiz-Tenerife (1883) y su extensión a otras islas (a La Palma llegó el 16 de noviembre del mismo año), con el consiguiente acercamiento de la actualidad estatal e internacional al archipiélago. Sin embargo, tales progresos (téngase en cuenta que el mercado lector seguía siendo escaso, el nivel de vida bajo, las comunicaciones difíciles y costosas, el teléfono apenas embrionario y la sociedad continuaba bajo la hégira del caciquismo) no bastaron para que remitiera el éxodo migratorio hacia América (sobre todo hacia Cuba) ni para que los periódicos más importantes pudieran librarse de las tutelas de las formaciones políticas, en las cuales encontraban lectores y anunciantes (Yanes Mesa, 2003).
En consecuencia, la prensa isleña y palmera se caracteriza por la proliferación de cabeceras y por su fugaz permanencia en el mercado. Ningún periódico solía disponer de imprenta propia (en La Palma la tuvo El Time y más tarde La Asociación y Diario de Avisos), se imprimía aún en máquinas planas y los ejemplares no superaban las cuatro páginas. Por lo demás, eran de formato poco atractivo: pocas ilustraciones (grabados), textos muy largos y titulares monótonos, a una columna. En sus páginas abundaban las disputas ideológicas sin trasfondo intelectual y los enfrentamientos personales. Y la mayoría de las cabeceras no fueron más que la expresión pública de las distintas formaciones políticas existentes, que gustaban de disponer de este medio. Gráficamente Régulo Pérez (1948) ha señalado que “los periódicos palmeros, en su mayoría, han sido sólo el organillo de las fanfarrias de los caciques o jefes políticos locales de turno, o de algún grupillo con pujos literarios o patrioteros, cuando no instrumentos de gárrulos zafios y de chantajistas”. No obstante, de esta impresión general, se salvan con dignidad títulos como El Time (1863-1870), Germinal (1904-1910), Diario de La Palma (1912-1914) y más modernamente El Tiempo (1928-1936), Espartaco (1930-1936) o Acción Social (1931-1939), entre otros.
En este entorno, como ha señalado Noreña Salto (1977), las fuerzas del sistema restauracionista promovieron un sin número de órganos que jugaron un papel fundamental en el periodismo isleño de la época, caracterizado por su marcada ideologización o, en el peor de los casos, supeditados a meras clientelas electorales, sin apenas principios o ideologías. Por tanto, la prensa se singulariza por su beligerancia política, contribuyendo a su debate defendiendo o criticando los asuntos de interés y alabando o reprochando la labor de los políticos según su adscripción partidaria.
El primer periódico político en La Palma fue La Asociación (1879), de adscripción demócrata. Sin embargo, en la prensa palmera también encontramos una honda preocupación por el bien común y por tener informada a una ciudadanía esencialmente analfabeta pero inquieta culturalmente e interesada por los avatares de las islas, de la nación y de Cuba (De Paz Sánchez, 2003). El Time, La Luz (1886), Viola Palmense (1889-1990) o Amor Sapientae (1894), son ejemplos de este periodismo.
Al tiempo que El Adalid y El Noticiero se editaban en Santa Cruz de La Palma también los periódicos Amor Sapientae (hasta el 3-8-1894), literario y cultural, Diario de Avisos, independiente-informativo, y El Dinamo (hasta el 17-8-1895) y El Grito del Pueblo (desde el 14-11-1895), políticos-democrático/republicanos. Por demás, La isla rondaba los 43.000 habitantes, de los cuales más de 10.000 residían en la capital.

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