martes, 24 de julio de 2007

LA SEMANA SANTA DE SANTA CRUZ DE LA PALMA


J.J. Rodríguez-Lewis

Publicado en la revista Turismo y Cultura de Canarias, nº1 (2007)

La celebración de la Semana Santa tiene su origen en el siglo XIII, cuando San Francisco de Asís impulsa el conocimiento y la devoción del Jesucristo hombre. De esta contemplación se impregnan las nuevas órdenes religiosas-mendicantes, de renovada espiritualidad, que pretenden beber de las fuentes verdaderas del cristianismo. Esta “nueva” religiosidad dispuesta en torno a los misterios pasionales de Jesús y su expresión pública termina por llegar al pueblo llano a finales del siglo XV y principios del siglo XVI, época en la que se sitúan las primeras celebraciones en la calle sobre la Pasión y Muerte de Cristo. Estas manifestaciones fueron luego impulsadas, primero por el concilio provincial (Sevilla) de 1512 que prohíbe las representaciones de la Pasión en el interior de los templos, y decididamente por el Concilio de Trento (1545-1563), debido a la importancia dada a la imaginería (con funciones pedagógicas y de ejemplaridad) y al culto público como instrumento para afianzar la fe católica frente a la reforma protestante. De la misma fecha, dado que participan de este fin, son las primeras cofradías penitenciales de disciplina promovidas, en un primer momento, por el dominico valenciano San Vicente Ferrer, y más tarde por monjes franciscanos, así como la generalización de la práctica del Vía Crucis.

Los orígenes de la conmemoración de la Semana Mayor en Santa Cruz de La Palma son casi coetáneos con las celebraciones pasionistas en otros lugares de España, esto es, puede afirmarse que tienen un desarrollo paralelo, puesto que las primeras procesiones y cofradías de las que tenemos noticias se remontan a las primeras décadas del siglo XVI, muy poco después de culminada la conquista de la isla. Las celebraciones y hermandades de pasión fueron auspiciadas por las órdenes religiosas que se establecen en la ciudad, sin duda las más representativas de esta nueva espiritualidad: los frailes franciscanos, que acompañaban al Adelantado, y que erigen finalmente cenobio en 1508, y la orden de predicadores de Santo Domingo, que lo hace en 1530 al otro lado de la ciudad.

De la importancia de nuestra Semana Santa bastaría con considerar el número de imágenes pasionistas del siglo XVI que procesionan en la actualidad, muy superior a cualquier otra ciudad del archipiélago. Conviene advertir que, aparte de la importancia que tuvo la ciudad en este siglo y el frecuente intercambio comercial que se establece con Flandes con motivo de la exportación del azúcar, la imaginería de Santa Cruz de La Palma no sufrió las consecuencias de infortunios que maltrataron el patrimonio de otras ciudades canarias como Las Palmas de Gran Canaria (incendio provocado por las tropas de Van der Does de los conventos de San Francisco y Santo Domingo, en 1599), Garachico (erupción volcánica de 1706), La Laguna (incendio de la iglesia de San Agustín, en 1964) o Los Realejos (incendio de la parroquia de la Concepción, en 1978).

Durante siglos, la Semana Santa de Santa Cruz de La Palma ha ocupado un lugar destacado entre las celebraciones de La Pasión y Muerte de Jesucristo en Canarias, en la que desde un principio –como decimos-sobresalió la singular importancia de su imaginería. Luego su propio decurso (plagado de nombres propios, como los del padre Manuel Díaz, el imaginero Estévez del Sacramento, el benefactor Cristóbal Pérez Volcán, su rico patrimonio flamenco…) y un pronunciado sentimiento cofrade (hoy más de quince) le ha permitido conservar su protagonismo entre las distintas Semanas Mayores de Canarias.

No obstante, hasta hace muy poco tiempo, la Semana pasionista de la capital palmera era poco conocida fuera de la isla y, de su importancia, tampoco eran del todo conscientes los propios palmeros. No se fomentaba su conocimiento y, al mismo tiempo, los medios de comunicación, por pereza o por ignorancia, escasamente le dedicaban algunas líneas. Aún hoy los medios de comunicación de la provincia se vuelcan con la Semana Santa de La Laguna, La Orotava, Icod, Garachico, Puerto de la Cruz o Los Realejos (todas de una importancia notable, en especial La Laguna), cuando probablemente la Semana Santa de Santa Cruz de La Palma resulte artísticamente la más importante de las conmemoradas en Canarias.

La contrastada categoría artística de nuestra imaginería (lo mejor del orotavense Estévez del Sacramento está en Santa Cruz de La Palma, por ejemplo), la actual proliferación de cofradías y hermandades, el adecuado recogimiento de sus calles, placetas y callejuelas, el aire a veces desapacible de la primavera palmera,... constituyen un “espectáculo” digno de presenciarse “in situ” para todas aquellas personas ávidas de manifestaciones de este tipo. El derramar musical de Amor Eterno, Mektub o el Cristo de la Sangre no hacen más que corroborar lo que ya de por sí es impresionante –el revivir mediante tallas e imágenes de candelero de una categoría excepcional la Pasión y Muerte de Jesús de Nazaret-.

A la contrastada categoría de las imágenes que procesionan, se une en La Palma un profundo y auténtico fervor popular a determinados pasos procesionales, como el del Señor de la Piedra Fría, entre otros, o la emoción contenida que ofrece la celebración, por ejemplo, de la Vigilia Pascual en la parroquia de San Francisco de Asís.

En cuanto a la categoría artística de la imaginería, bastará una relación somera bastará para confirmar su carácter excepcional. Por un lado, encontramos en Santa Cruz de La Palma varios de los mejores trabajos del mentado Fernando Estévez del Sacramento (el artista canario más importante del neoclasicismo y nuestro mejor escultor, a la vera del grancanario Luján Pérez): el Señor del Perdón y San Pedro (Lunes Santo), el Nazareno (Miércoles Santo) y La Dolorosa, conocida como La Magna (Miércoles y Viernes Santo), entre otras. Por otro, procesiona una muestra cimera del ultimo de los ilustres escultores del barroco sevillano, la magnífica imagen del Señor de la Caída (siglo XVIII) de Hita y Castillo, autor putativo de La Macarena (Miércoles Santo). Entre la espectacular producción flamenca del siglo XVI que atesora la isla, desfilan durante el Viernes Santo una serena Piedad y el Calvario del Amparo (acaso el calvario flamenco más reputado de España), imágenes que se completan con un ecce homo de procedencia mexicana (también del siglo XVI), ya citado, conocido como el Señor de la Piedra Fría (Jueves Santo).

En último término, no podemos dejar de citar a algunos de los más dignos representantes de la imaginería palmera, artífices del barroco como Marcelo Gómez, al que se debe el singular Cristo de las Siete Palabras que desfila en la madrugada del Viernes Santo, o Domingo Carmona, de cuya gubia salió la venerada Virgen de la Soledad, o los más modernos, de inspiración neoclasicista, Aurelio Carmona López y Nicolás de las Casas Lorenzo. De imagineros emblemáticos como Paco Palma en Úbeda y Málaga, Ezequiel de León en La Orotava o La Laguna o, en menor medida, Juan Abascal en Sevilla, procesionan en Santa Cruz de La Palma ejemplos destacados de su producción.

Durante el lento y sosegado desarrollo de la Semana Santa palmera, los templos de El Salvador, San Francisco, Las Nieves, Santo Domingo, La Luz, Hospital de Dolores y La Encarnación se convierten en auténticos hervideros de devoción y religiosidad popular, de los que tampoco permanecen al margen cientos de agnósticos y paganos. A unos les atrae la fe, un fervor inusitado; pero, desde luego, a todos les atrae la curiosidad, la contemplación de una soberbia imaginería, el “revivido espectáculo” que un año sí y otro también se presenta en todo su esplendor en las calles de la ciudad.

Resulta imposible por alto la profunda emoción y la extraña inquietud que se respira cuando el retumbar de los tambores anuncian que Cristo, o su Madre, o acaso El Evangelista, está saliendo de su a hombros de cofrades o feligreses para dar fe de su servicio al Padre. Una marcha lenta, a los compases de Al Calvario, Nuestro Padre Jesús o de cualquier otra marcha de las que se han convertido en clásicas de esta Semana Mayor, que conmociona, que entristece, que sobresalta... Cuando el Señor de la Piedra Fría penetra impasible en la estrechez extrema de la calle Trasera, acompañado de cofrades, manolas, estandartes y cruces altas y de un gentío impresionante, el mundo de la ciencia y de la tecnología avanzada que vivimos desaparece como por ensalmo. Sólo existe congoja, esperanza en la resurrección, crispación o rechazo, pero en ningún caso indiferencia.

Pero esta Semana Santa resulta también singular. Y no sólo por la mentada calidad de su imaginería. Las razones son también otras. La primera es el estricto orden cronológico con que se desarrolla los distintos desfiles procesionales, independientemente de la parroquia o iglesia de la que partan. El Domingo de Ramos procesiona Jesús entrando en Jerusalén, y por la noche La Oración en el Huerto; el Lunes Santo, La Negación de Pedro; el Martes, El Señor de la Columna; y así, sucesiva y cronológicamente, hasta el Santo Entierro de la tarde del Viernes Santo. Esta reorganización, que debemos al padre Manuel Díaz, no resulta baladí como pudiera parecer. En verdad, gana en credibilidad y sentido común la Semana de Pasión y en las calles no se repiten escenas de la misma, lo que evita la confusión en los iniciados.

No obstante, esta costumbre tiene un inconveniente: algunas imágenes de talla excepcional no salen de su templo por este motivo (el Cristo de los Mulatos, verbigracia). Sin embargo, existe una excepción. El magnífico Cristo del Amparo se hace presente por la tarde del Viernes Santo, mientras por la mañana de ese mismo día otro crucificado había recorrido las calles de la ciudad. Así y todo, el carácter sin par de la imagen y su recorrido por los alrededores del Santuario Insular, “extramuros” de la ciudad, no disminuye un ápice la singularidad de la tradición comentamos.

La segunda razón radica en existencia de braceros (horquilleros) o cargadores de los pasos procesionales. Desde 1987, a iniciativa de la cofradía de Nuestro Señor del Huerto, los pasos comenzaron a ser soportados por hermanos cofrades. Es más, el nacimiento en 1993 de otra cofradía con este fin ha supuesto que se haya dejado por completo de retribuirse por cargar a Cristo. La vistosidad de esta iniciativa, que se añade a la majestuosidad que ya de por sí reunía la Semana Santa palmera, hace de ésta un “espectáculo grandioso” digno de admiración, a pesar de la playa y otras alternativas de ocio.

Últimamente, la Semana Mayor de Santa Cruz de La Palma se enriquecía con un elaborado programa (1994), la representación del Auto de la Pasión (1998-2000) del músico salmantino Lucas Fernández, reviviendo escenas casi olvidadas de 1966, un acto narrativo-musical sobre la Pasión y Muerte de Jesucristo (2001-2004) organizado por la Banda de Música San Miguel, el Pregón (2004), así como la mejora de los tronos y de los pasos en general. Quizás sólo reste que esta Semana Santa adquiera el rango de “Fiesta de Interés Turístico Nacional”, para lo cual reúne méritos más que suficientes.

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