martes, 25 de noviembre de 2008

CALVIN KLEIN EN KABUL


 Uno de los síntomas más claros de la globalización lo encontramos en los mercados de Kabul, la capital de Afganistán. Quizás más cerca de los rastros occidentales que de los mercados al uso, los zocos en esta ciudad están repletos de productos que singularizan a nuestra cultura europea.

La imagen que reproducimos con dos mujeres musulmanas ataviadas con su burka habitual, hoy menos exigente tras la caída del régimen de los talibán (más próximo a un chador iraní), discutiendo sobre los beneficios de una crema tipo Nivea o sobre la fragancia de una eau de cologne de la marca Calvin Klein nos demuestra que el mundo, sin necesidad de guerras de prevención o de imposición, lo dirigen los países occidentales, y en especial los Estados Unidos de América.

También es verdad que probablemente los productos que oferta el sin par musulmán, una especie de Ramón Areces en los comienzos del Corte Inglés, no tengan la garantía necesaria de que se trate de los originales de las marcas prestigiosas que se explicitan o se intuyen; es más, lo normal es que no lo sean, sino que se trate de las habituales reproducciones cuyo made in corresponde a Corea, Taiwan o, incluso, Portugal.
Tampoco la maleta que recoge la totalidad de su género nos aleja mucho de lo que de ordinario encontramos en nuestros conocidos rastros. Nuestros artesanos del cuero o de la bisutería ofrecen también todo su buen hacer abriendo y deshaciendo una maleta que luego permite su fácil recogida una vez caiga la tarde y comiencen a levantarse los puestos de venta ante la inminente llegada del lunes. Es la empresa móvil, la autoempresa, el hombre-tienda.

Comprobamos como las mujeres del Islam, que aún no han podido enfrentar su dignidad hecha uniforme, llámese burka, hiyad, chador o caftán (los hombres -como apreciamos- visten como cualquiera de nosotros, acaso con alguna “pizca” menos de gusto –tampoco era muy habitual verlos así con el régimen talibán-), se preocupan de sus manos o de su tez, bañada de oprobios y humillaciones, haciendo acopio de cremas y colonias que las mantengan todo lo guapas que su corazón –o su hombre- les demande.

La imagen me permite evocar el episodio que presencié hace pocas semanas en Las Palmas, en una conocida discoteca, cuando un “morito” de blusa y vaqueros entró acompañado de un grupo de mujeres musulmanas que vestían su clásico chador. Viéndolas, no podía imaginar que se entusiasmaran bailando con el “No la detengan” de David Civera o con el último éxito de Bisbal. Chador o burka y Bisbal parecen constituir un contrasentido o, al menos, una curiosa paradoja que muestra sin quererlo las contradicciones de regímenes medievales que se extienden por el Tercer mundo.

La imagen no permite distinguir muchos más productos dentro de una maleta que se convierte en el mejor escaparate, aunque parece claro que se trata de una singular perfumería, que se instala de un plumazo y que posiblemente se traslade a otro mercado al día siguiente.

Ahora bien, lo más sorprendente de todo lo que les he contado hasta ahora es que hemos situado la escena en pleno corazón de Kabul, y tal vez esta no haya sido tomada muy lejos de allí, en las Islas Canarias, por ejemplo, en cualquiera de nuestros rastros más concurridos.

2 comentarios:

  1. Por desgracia, como tú bien dices, no hay que acudir fuera de Canarias para presenciar escenas de desigualdad y tampoco a la sociedad/ religión musulmana. La desigualdad convive con nosotros y es la semilla de los malos tratos!!!
    En todo momento se debe conocer y aplicar los límites del perjuicio y del respeto. Repito pero quiero que quede claro: NO SE DA SÓLO EN LA SOCIEDAD MUSULMANA.

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  2. entrada "triunfal" del "rey" moro y su cohorte..

    para todo el que lea este comentario le haré un regalo: la película BARAN (Lluvia), del iraní Majid Majidi..

    mercedes.

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