sábado, 15 de marzo de 2008

LA SEMANA SANTA DE SANTA CRUZ DE LA PALMA DURANTE LA II REPÚBLICA

J.J. Rodríguez-Lewis
Publicado en Diario de Avisos, el 15 de marzo de 2008

La Semana Santa de Santa Cruz de La Palma de finales del XIX comprendía la procesión de Jesús orando en el Huerto de los Olivos desde San Francisco, el Domingo de Ramos por la tarde; el grupo aún denominado del Cristo de la Columna (luego del Señor del Perdón) desde El Salvador, el Martes Santo; la procesión del Encuentro, con el Nazareno y La Dolorosa desde Santo Domingo, el Miércoles Santo; y las estaciones del Crucificado desde San Francisco, el Viernes Santo por la mañana, y del Santo Entierro, por la tarde. Durante el Jueves Santo, dedicado a la Eucaristía, no había procesión y destacaba la celebración del Sermón del Mandato en la parroquia matriz.

Durante los años veinte del siglo pasado la Semana Santa va a vivir una nueva etapa fructífera. En nuestra ciudad, en 1919 regresará la procesión del Señor de la Piedra Fría al mismo Jueves de la Cena de antaño y en 1920 procesionará por vez primera el Señor de la Caída, que seguirá haciéndolo de forma intermitente. En 1924, también desde San Francisco, volverá la procesión del Señor del Huerto, que había dejado de desfilar a principios de siglo. Mientras, la procesión del Santo Entierro salía ya desde la parroquia de El Salvador. Desde 1913 había sido trasladada desde la iglesia de Santo Domingo tras un duro enfrentamiento entre los Padres Paúles establecidos en el convento dominico y las Hermandades del mismo. Las procesiones entonces eran todas a las cinco de la tarde, salvo la del Crucificado del Viernes Santo, que era a las once de la mañana, y la del Señor de la Caída, los años que salía, que solía hacerlo a la una de la tarde del Jueves Santo.

Por otro lado, a partir de 1923, la banda de música La Victoria, que dirigía Pedro Daranas Roque, sustituirá a la banda militar como acompañante en los cortejos.

Durante la II República, la Semana Santa entra en una época de claro retroceso por el anticlericalismo dominante. Este anticlericalismo se manifiesta en la quema y expolios de iglesias y conventos (la práctica totalidad del patrimonio cofrade de Málaga se perdió en los denominados “sucesos de mayo de 1931”, por ejemplo), así como en determinadas decisiones del nuevo gobierno republicano, al amparo del cuando menos imprudente artículo 26 de la Constitución de 1931: disolución de órdenes religiosas, nacionalización de bienes, extinción del presupuesto del clero y prohibición para las entidades públicas de ayudar económicamente a la Iglesia, etc. Téngase en cuenta que el propio Azaña llegaría a comentar que todos los conventos de Madrid no valían la vida de un republicano. En 1932, se suprimen las procesiones de Semana Santa en casi toda España, en aplicación de la Ley de Defensa de la República, que permitía a la autoridad gubernativa suspender las manifestaciones públicas de carácter religioso cuando por las circunstancias de su convocatoria fuera presumible que su celebración pudiera perturbar la paz pública.

Como no podía ser de otra forma, la situación de inestabilidad, la amenaza de desórdenes y la subsiguiente prohibición se trasladan a Santa Cruz de La Palma, donde ya eran frecuentes ciertos altercados y actitudes irrespetuosas durante las procesiones. De este clima, son exponentes los sucesos acaecidos durante la Fiesta de Las Nieves en 1933 o la destrucción parcial de la capilla del cementerio. Por esta razón, ni en 1932 ni en 1933 salen procesiones en nuestra Semana Santa, y las celebraciones pasionistas sólo tienen lugar en el interior de los templos: misas cantadas con vestuarios, vía crucis, vísperas solemnes, Pasión, nombres con sermón a la Oración del Huerto, al Señor del Perdón, a Nuestro Padre Jesús Nazareno y al Señor de la Piedra Fría, Tinieblas con canto de El Miserere, solemnes oficios del Jueves y Viernes Santo, ceremonia del Mandato y del Velo blanco y del Velo negro, o los sermones de las Siete palabras y de los filósofos, entre otros oficios.

Durante esta época aún se celebraba la bendición y procesión de palmas en la parroquia de El Salvador a las nueve o diez de la mañana del Domingo de Ramos, así como la enigmática y tradicional “Seña”, a las cuatro de la tarde del mismo día en el citado templo, al finalizar las vísperas solemnes. La segunda “Seña” se efectuaba el Miércoles Santo en la parroquia de El Salvador, una vez terminase la Misa a Nuestro Padre Jesús Nazareno, que tenía lugar en la Iglesia de Santo Domingo a las once de la mañana. Estamos ante las últimas ceremonias que se celebraron, y que oficiaría el presbítero D. Luis Van de Walle y Carballo.

Otra de las funciones más importantes era la vela al Santísimo en el Monumento durante el Jueves Santo, de la que se ocupaban las distintas cofradías por el orden que se indicase hasta las once de la noche, dando paso a la Sección de Adoradores Nocturnos de la ciudad hasta las cuatro de la mañana.

Curiosamente, las procesiones sí salieron en 1933 en la ciudad de El Paso, sin el más mínimo desorden público. Mientras, al Ayuntamiento de Los Llanos le era denegada la autorización para celebrarlas por el gobernador civil, con la excusa de evitar choques entre elementos de distintas creencias que podrían dar lugar a alteración del orden público. La prensa, desde Los Llanos, se preguntaba por qué se denegaban las procesiones en Los Llanos y se permitían en El Paso.

Con el nuevo gobierno radical-cedista (bienio negro), en marzo de 1934, el prestigioso diario católico “Acción Social”, vinculado a Acción Popular, y que dirigía Félix Poggio Lorenzo, exhortaba, especialmente a los jóvenes católicos y a las cofradías, a hacer todos los preparativos y gestiones encaminadas a lograr que las procesiones de Semana Santa salieran nuevamente. “Hay que contar con todos los trámites que hoy tienen que seguirse para procurar la autorización correspondiente”, añadía. Con el permiso concedido, ese año saldrían, al menos, las procesiones de Cristo Crucificado, desde San Francisco, a las once de la mañana del Viernes Santo (“Desde un antiguo convento/sale clavado el Señor (…)/El Cristo del Viernes Santo/veinte calles recorrió (…)”, escribía Eusebio Alfaro); y la del Santo Entierro, desde El Salvador, a las cuatro de la tarde del mismo día.

Durante la Semana Santa de 1935, además de las dos procesiones del Viernes Santo, saldrán también otras dos durante el Jueves Santo, ambas desde San Francisco. Serán las del Señor de la Caída, a la una de la tarde, que incluía el encuentro con la Verónica en la Cruz del Tercero, donde se cantaría el motete “Dextera Domini”; y la del Señor de la Piedra Fría, a las cinco de la tarde. En todas ellas, se recomendaba orden y puntualidad.

Finalmente, el clima de violencia reinante, con permanentes desórdenes callejeros, de la primavera de 1936, tras la victoria electoral del Frente Popular, provoca que nuevamente dejen de salir las procesiones y los cultos de Semana Santa vuelvan a celebrarse dentro de las iglesias.

Conviene apuntar, por último, dos cuestiones. La primera que, pese a este estado de cosas, durante todo este periodo la prensa del momento resalta como estos cultos se celebraban con gran solemnidad y muy concurridos de fieles. La segunda, que las asociaciones de fieles más activas eran la V.O.T. de San Francisco (que acompañaba a la procesión de la Oración en el Huerto y a la del Crucificado), la V.O.T. de Santo Domingo (Terciarias Dominicas), la Hermandad del Santísimo Rosario de El Salvador (que acompañaba a La Dolorosa en la procesión del Nazareno y en la del Santo Entierro) y la Sección de la Adoración Nocturna.

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