sábado, 11 de abril de 2009

LA SEMANA SANTA EN GUERRA

J.J. Rodríguez-Lewis*

Publicado en El Día, Suplemento La Prensa, el 11 de abril de 2009
Durante la II República, la Semana Santa atraviesa una época de claro retroceso debido a un, cuando menos, exacerbado anticlericalismo. En 1932 y 1933, por ejemplo, se llegan a suprimir las procesiones de la Semana Mayor en casi toda España, al amparo de la Ley de Defensa de la República. Esta situación de inestabilidad, la amenaza de desórdenes y la subsiguiente prohibición se trasladan a Santa Cruz de La Palma, donde ya eran frecuentes ciertos altercados y actitudes irrespetuosas durante las procesiones. Por esta razón, también en nuestra ciudad ni en 1932 ni en 1933 salen procesiones y las celebraciones pasionistas sólo tienen lugar en el interior de los templos. En ambos casos, fue una “Semana Santa interior”.

No obstante, durante el bienio negro o radical-cedista, saldrían, al menos, las procesiones del Viernes Santo, la del Crucificado, desde San Francisco, a las once de la mañana, y la del Santo Entierro, desde El Salvador, a las cuatro de la tarde, en 1934, y, además, el Jueves Santo de 1935, desde San Francisco, las del Señor de la Caída, a la una de la tarde, y la del Señor de la Piedra Fría, a las cinco. Finalmente, el clima de violencia reinante y nuevas prohibiciones en la primavera de 1936, tras la victoria electoral del Frente Popular, provoca que nuevamente dejen de salir las procesiones y los cultos de Semana Santa vuelvan a celebrarse dentro de las iglesias, en los albores del levantamiento militar.

Ahora bien, mientras en otras poblaciones españolas su Semana Santa no se recupera hasta 1940, la Semana pasionista de Santa Cruz de La Palma recobra su normalidad en plena Guerra Civil. Con unas islas que pronto caen bajo la égida de las fuerzas nacionales o rebeldes (sin perjuicio de la “Semana Roja” palmera), las manifestaciones religiosas se ven promocionadas por la propia ideología que sustenta el nuevo régimen, al calor de un denominado nacionalcatolicismo. Por tanto, aún en época convulsa, la Semana Mayor de la capital palmera retoma el programa consolidado con anterioridad al advenimiento de la República en 1931, del cual apenas desaparece la abstrusa ceremonia de “la Seña”.

De esta forma, en 1937 regresa a nuestras calles la procesión del Señor del Huerto, aún con la imagen neoclásica de Nicolás de las Casas Lorenzo, que desfilaría a partir de las cinco de la tarde del Domingo de Ramos, desde San Francisco, así como la del Señor del Perdón (con las serenas efigies de Estévez del Sacramento), a las ocho o nueve de la noche del Martes Santo, desde El Salvador. Igualmente vuelven a procesionar los pasos, también de Estévez, del tradicional “Punto en la Plaza” (los sin pares Nazareno y Dolorosa), a partir de las cinco o cinco y media de la tarde del Miércoles Santo, desde Santo Domingo.

El Jueves Santo vuelve a convertirse en el día de dos de los “Cristos” más relevantes de nuestra semana pasionista, que, excepcionalmente, habían procesionado en 1934. Así, recorre las calles nuevamente el Señor de la Caída, la imagen barroca de Hita y Castillo, que desfila a la una de la tarde, y el de la Piedra Fría, de procedencia mexicana y aspectos goticistas, que lo hace a las ocho de la noche, ambos cortejos desde San Francisco. Finalmente, recupera su lugar la procesión del Crucificado, todavía el cincelado por el padre Díaz y Aurelio Carmona, que sale a las 12 de la mañana del Viernes Santo y la del Santo Entierro que mantiene las cinco de la tarde, desde El Salvador, como horario, y que terminaba con la ceremonia del enterramiento y la popular procesión del Retiro o de la Soledad, que solía partir a las once de la noche en dirección al ex convento dominico. La Semana Mayor palmera se abría, en fin, con la bendición y procesión de palmas del Domingo de Ramos, aún desde la Parroquia matriz, a las 9 y media de la mañana, y se clausuraba con otra manifestación en la calle, la procesión del Santísimo en la madrugada del Domingo de Pascua. El acompañamiento musical continuaba a cargo de la Banda de Música “La Victoria” y, en algunos cortejos, también de la Banda de cornetas y tambores del Batallón de Infantería.

Entre las ceremonias más sobresalientes se celebraban las del velo blanco y el velo negro, Tinieblas, el sermón del Mandato, que conmemoraba el último mandamiento de Jesús (amaos los unos a los otros…) o el ejercicio de las Siete Palabras. Otra de las funciones más importantes, en el interior de El Salvador, era la vela al Santísimo en el Monumento durante el Jueves Santo, de la que se ocupaban las distintas cofradías por el orden que se indicase hasta las once de la noche (Dominicas Terciarias, Santísimo Rosario, Apostolado de la Oración, V.O.T. San Francisco, Asociación de la Milagrosa, Falange Femenina, Juventud de Acción Católica, Cofradía del Carmen y Damas de la Caridad), dando paso a la Sección de Adoradores Nocturnos de la ciudad hasta las cuatro de la mañana. Al final, se oficiaba un Vía Crucis.

Las asociaciones de fieles más activas en esta etapa eran la Venerable Orden Tercera (V.O.T.) de San Francisco (que acompañaba a la procesión de la Oración en el Huerto y a la del Crucificado y, como invitada, a la del Señor de la Piedra Fría), la Venerable Hermandad de Nuestra Señora del Carmen y Damas de Caridad de Santa Luisa de Marillac (las Luisas, que participaban en el Santo Entierro y en la procesión del Santísimo Sacramento) y la Hermandad del Santísimo Rosario de El Salvador (que acompañaba a La Dolorosa en la procesión del Nazareno y en la del Santo Entierro). Además de las cofradías o asociaciones de fieles, a los cultos públicos, solían asistir el Ejército, las Milicias de Falange Española, Acción Ciudadana y Cruz Roja, y era frecuente, como ahora, que acabaran con sermón. Especialmente conocido y esperado era el Sermón de los Filósofos, la mañana del Viernes Santo, a la entrada de la procesión del Santo Cristo Crucificado en su templo de San Francisco.

Finalizada la Guerra, y en un contexto de escasez de medios, la Semana Santa palmera sigue celebrándose con solemnidad y gran asistencia de fieles, pero aún sin el acompañamiento cofrade que hoy conocemos, que no comenzará a despuntar hasta mediados de la década siguiente. En 1939, la V.O.T. de San Francisco restaura el Vía Crucis de las calles del entorno (antigua General Mola, Rodríguez López y Baltasar Martín), y comienza a efectuarse un solemne Vía Crucis con su imagen de la Virgen de los Dolores (Virgen de la Capilla), los Viernes de Cuaresma, que será el origen de su “procesión-vía crucis” particular, conocida como “la Benedicta”, una suerte de nocturno mariano heredado de la edad media, que transcurrirá al amanecer del Viernes Santo, y que empezará a efectuarse en 1940.

Ese año la bendición y procesión de Ramos se retrasará hasta las 10 de la mañana y la del Señor del Perdón pasará a las cinco de la tarde. A punto estuvieron las del Señor de la Caída (a las dos de la tarde) y del Señor de la Piedra Fría (a las ocho y media de la tarde) de no desfilar en 1940. Finalmente, gracias a la organización de un grupo de fieles, ambas procesiones pueden realizar nuevamente su estación de penitencia en la calle, acompañadas corporativamente por la seráfica V.O.T.

Ya en 1943, saldrá por primera vez la procesión de La Piedad, de la iglesia del Hospital de Dolores, a las 3 de la tarde del Viernes Santo (aunque hasta 1949 no lo hará regularmente), y cambiarán alguno de los horarios de los cortejos, por lo general, retrasando sus salidas. El Señor del Huerto procesionará a partir de las 6 de la tarde, el Nazareno, de las 7, la Caída de las 3, la Piedra Fría, excepcionalmente, de las 10 de la noche y el Santo Entierro, de las 7 de la tarde. Aún se cantaba, por fin, el motete “Dextera Domini” al paso de la procesión del Cristo de la Piedra Fría por la plaza de España.

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