martes, 28 de julio de 2009

LA CASA DE LA PLAYA

Las olas rompían sobre la terraza. Aunque en días de marejada, el mar no sólo anegaba la humilde solana sino que, buscando su cauce, se introducía sin permiso también en la casa. Bueno… la casa. Para alguna ministra sí que lo sería o, cuando menos, una suerte de “solución habitacional”, pero, en realidad, no era más que una caseta de playa, aunque con fuertes cimientos que la ataban al lugar. De tal manera que, probablemente, aquel rincón ya no se entendía sin ella.

Apartada del pequeño poblado playero, la casa se alzaba en dirección sur como un refugio al pie del desfiladero. Apenas un baño, apenas un fuego, pero la libertad del horizonte, la de la aurora que se levanta ufana todos los días ante nuestros ojos. Era una casa en la playa. Bueno… la verdad es que ni era casa ni había playa, o sí que lo era. En fin...

Yo creo que sí que lo era. Porque una casa no tiene por qué disponer de ochenta o de cien metros cuadrados, o de una o tantas habitaciones, una casa es donde nos encontramos cómodos con nuestra gente, donde hallamos la paz que tanto buscamos. Y aquella casa la ofrecía, es decir, acaso sin querer se había transformado en un reducto de sosiego al borde del océano, la playa más grande del mundo.

Nos gustaba volver a ella una y otra vez. Porque aquella casa se había convertido en el lugar de la confidencia y de la ternura. Y en el rincón del silencio, sólo roto por el despertar de las mareas. Y ambos -silencio y mareas- contribuyendo a la sensación de calma y de quietud que nos reconfortaba. Pero lo que era aún más importante, era el lugar donde nos mirábamos a los ojos y nos veíamos desnudos, aunque vistiéramos alguna prenda. El sitio en el que éramos nosotros mismos, donde nos reconocíamos, sin máscaras, sin corazas, sin dobleces. Por eso, aquel amago de chalé de la costa, aquella especie de bungalow abortado, era nuestra casa de la playa, la más entrañable de todas.

6 comentarios:

  1. Entrañable como esa casa. Tienes mucha razón. El hogar como la casa de la playa es otra cosa, por muy grande que sea. Son intangibles... Un saludo

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  2. qué bonito lo que has escrito!! la verdad es que hay lugares que por si mismos, su belleza, la del paisaje que los rodea...lo que sea,son especiales y te contagian una paz...si tienes la suerte de poder compartir eso con otra persona..debe ser maravilloso. estoy segura de que en ese sitio se quedará algo de esas vivencias y que se podrá percibir,.. como unas buenas vibraciones.

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  3. TV (desde facebook)8 de octubre de 2011, 23:21

    Pero que cosas tan bonitas escribes mi niño !!!!!!!!!

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  4. Yo, también tuve la suerte de tener una caseta en la playa, Era pequeña, muy vieja, pero siempre llena de gente. Me parece oír el sonido de las cartas jugando a la ronda con piedras o al cinquillo, las guitarras con las voces, los guateques, con nuestros primeros bailes. Las sonrisas y el aguante de mis padres con tal de que estuviésemos en casa y sobre todo recuerdo el sonido del mar, en el silencio de mis noches y mis sueños.

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