lunes, 21 de septiembre de 2009

AQUEL VERANO QUE VOLVIMOS A LA CASA DE LA PLAYA

Ayer regresé a la casa de la playa. La encontré igual que antaño, la misma quietud, la misma fuerza de las mareas, hasta las mismas colonias de lagartos y cangrejos. Sí, porque quizás sea la única casa –o proyecto de casa, ya saben- en donde cangrejos y lagartos comparten, en pacífica convivencia, el mismo espacio, sólo que a horas diferentes. Cuestión de mareas también.

Lo que encontré cambiado fue la piscina. No parecía la misma. Bueno –maticemos-, lo llamábamos “la piscina”, pero se asemejaba más a un estanque de esos a los que, cuando pequeños, nos alongábamos para coger ranas o renacuajos, y que presidían las fincas más próximas a nuestros barrios de ciudad. Pero esta vez -normalmente no lo estaba-, la piscina, o esa suerte de estanque-spa, lucía espléndida, cubierta de agua de mar hasta casi desbordarse. Hasta era lógico que los niños no pararan de jugar y de zambullirse una y otra vez, creando un bullicio acaso desconocido en el lugar. Sin embargo, por la distancia que separaba “la piscina” de la casa, tanto en el interior como en la terraza de esta, el ruido resultaba casi imperceptible.

Como era frecuente siempre que nos reuníamos, bajamos al recodo de playa más próximo –en verdad, puro callao-. Nos gustaba sentarnos sobre las piedras más voluminosas, mientras el mar nos bañaba los pies, y conversar sin hora sobre cómo nos habían ido las cosas desde el último encuentro. Era un momento de sinceridad absoluta, porque,  de forma paulatina y casi sin percatarnos, entre nosotros se había creado un clima de complicidad y amistad que facilitaba la charla veraz y la confesión inesperada. Realmente era producto de la casa, o al menos así lo creíamos nosotros.

Pero la acostumbrada y afable charla de todos los veranos derivó esta vez en una triste disputa. Habíamos bebido, así que lo que había empezado como una mera discusión sin importancia se acaloró en poco tiempo. Primero hubo reproches, luego insultos, hasta que, sin darnos cuenta, se llegó a las manos. A nuestro alcance no había otra cosa que piedras, en realidad un reguero de guijarros que tanto nos molestaban al caminar descalzos sobre ellos.

Los niños apenas se oían, pero ahora ya nadie se escuchaba, ni tan siquiera nosotros nos oíamos. Casi sin darnos cuenta, el brazo de Alejandro se había levantado en gesto amenazador blandiendo uno de esos callaos de tamaño medio que tanto abundaban en la orilla. El menos romo de todos. Fueron escasamente unos segundos...

Lanzada con fuerza y rasante, la piedra rebotó hasta por tres veces en dirección al horizonte hasta desaparecer.

(El otro final: A Pedro, el brutal golpe de su amigo le había segado la vida).

2 comentarios:

  1. Por favor, escribe una novela. No un libro documentado, que ya tienes, sino una novela. Escribes genial.
    Mi pequeña reflexión sobre lo que has contado es que es cierto que el alcohol hace a veces que, una nimiedad, parezca un mundo. No atendemos a razones y creemos que cualquier estupidez es lo peor. Pero no solo el alcohol produce este efecto. Otras veces somos nosotros mismos los que nos negamos a entender al otro, somos nosotros mismos los que nos aferramos a nuestro pensamiento y nuestras ideas y no dejamos que lo que ven los demás pueda calar en nuestro interior. Es entonces cuando las posturas se encuentran enfrentadas y, si somos orgullosos, no retrocedemos un pasito para intentar llegar a un acuerdo.

    Y, como es un cuentito novela, se pueden admitir los dos finales que propones aunque reconozco que me gusta más el primero. Siempre es mejor los finales abiertos a la esperanza porque realmente no son un punto y final a una historia.

    ResponderEliminar
  2. Cuando el ser humano pierde la obligación de entenderse por medio de la palabra y pasa a utilizar la violencia para imponer su idea o simplemente esta nace por un reproche o una forma de ver las cosas de diferente forma pasamos a dejar a atrás nuestra condición de ser humano llegando a comportarnos como animales,quiero pensar que este tipo de experiencias y situaciones no se dan entre un grupo de amigos, porque entonces hacia donde vamos a parar. No dejo de horrorizarme con cada noticia sobre algun tipo de violencia y en mi condición de mujer aún más se me remueve todo por dentro. No podemos acostumbrarnos y aceptar que esto es así, no!el que ejerce cualquier violencia contra otro/a pierde toda humanidad y condición, ante la sin-razón oposición! Bs a todos.

    ResponderEliminar