Hoy mucha gente buena, en el sentido machadiano del calificativo, y con suficiente formación y experiencia duda en incorporarse a la política. Los políticos, en la actualidad (o quizás siempre ha sido así), son una clase, o una casta como la define Daniel Montero, desacreditada, denostada por el ciudadano de a pie, por el más y por el menos informado, por todos. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), la clase política constituye, nada menos, que el tercer problema para los españoles, tras el paro y la crisis económica. Por eso, no es fácil ser político en los tiempos que corren. Corrupción, mentira, demagogia, endiosamiento, ceguera, falta de autocrítica, cinismo... son manifestaciones que ligamos ya casi sin pensar con las personas que ejercen de políticos profesionales, y decimos "profesionales" porque altruistas ya no los hay (ni debe haberlos) y porque desde una perspectiva aristotélica todos podemos considerarnos políticos.
Francis Bacon decía que era difícil y arduo ser un hombre político y a la vez un hombre verdaderamente moral. Como si la política estuviera reñida con la ética, esto es, como si la moral política fuera una quimera y elegir ser político nos colocara sin remisión en un sector donde la integridad no se cotiza y donde la honestidad se castiga con el silencio o el desprecio. Todo lo contrario.
¿Pero qué ocurre si las buenas personas, los hombres y mujeres más preparados no participan en la política? Es fácil adivinarlo: serán los individuos de baja estofa y catadura moral, los mediocres, los lameculos, los cínicos, los potenciales corruptos, los limitados... los que terminarán por predominar entre esta clase dirigente. Y, por tanto, esta seguirá siendo cada vez más reprobada, más susceptible del común reproche. Por este motivo es por lo que los buenos profesionales, la buena gente, en definitiva, está casi obligada a incorporarse a la política, sin miedos ni ataduras, sin temor alguno a las amenazas de los grises y los mezquinos. Además, por regla general, estos políticos son los que realmente tienen cierta altura de miras, los que piensan más en la próxima generación que en la elección siguiente, criterio que permite distinguir a un político de pacotilla de uno que no lo es, o los que intentan hacer posible lo imposible, en beneficio del interés general de la comunidad.
En estos tiempos, y estamos en época de candidaturas, los ciudadanos demandan políticos, y equipos, que les generen confianza y esperanza, con verdadera vocación, personas cercanas y asertivas, que vengan a servir al común y no a servirse de él, hacendosas y con conocimientos suficientes de lo que se traen entre manos, y con la ambición sana de mejorar las cosas. Esta es la razón por la que esperamos que la lucha cainita por el poder no amedrente a los buenos políticos, porque, por el bien de todos, todavía ser político merece la pena.
(publicado en www.canariasactual.com el 17 de marzo de 2011)
(publicado en www.canariasactual.com el 17 de marzo de 2011)
El mayor de los castigos es ser gobernado por alguien peor, cuando uno no se presta a gobernar" Platón 427 a.C Leyendo la República uno se percata de cuán acertada es esta afirmación. Me gusta escuchar y leer una y otra vez, que hay buenos políticos que merece la pena mejorar las cosas,esos políticos que lejos de estrategias y pactos dicen lo que piensan. Tengo el privilegio de conocer a muchos de esos buenos.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho "¿merece la pena ser político?" ;)
ResponderEliminarCada vez menos... Sobre todo porque los políticos cada vez son peores... y están puramente por un interés personal y económico.
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