viernes, 22 de abril de 2011

UNA NOCHE DE SEMANA SANTA

Procesión de la Piedra Fría
Santa Cruz de La Palma 2011
Era una noche de Jueves Santo un tanto desapacible. Amenazaba lluvia, y el frío, bien entrada la primavera, no había terminado de irse. La procesión del día estaba a punto de salir. Era fácil adivinarlo porque los costaleros ya estaban en la puerta del templo. El cortejo partía de un antiguo convento franciscano, hoy convertido en parroquia, situado en la zona norte de la ciudad, donde en tiempos pasados se concentraban los gremios de carpinteros, zapateros y sastres. La procesión era la más concurrida de la Semana Santa y la presidía un antiguo Cristo, con ciertos rasgos arcaizantes y medievalistas, que había sido tallado por indios mejicanos allá por el siglo XVI.

Yo había ido a ver el desfile procesional como de costumbre. Me encantaba la Semana Santa de mi ciudad, una pequeña capital insular cargada de historia que pugnaba por recuperar el mar que lo que llamaban "progreso" le había arrebatado. La fusión del rito católico y la tradición española, la fe de los parroquianos, una imaginería con solera o la majestuosidad de las cofradías, con el sacrificio de nazarenos y cargadores, habían convertido a su Semana Mayor en la más lucida y visitada de la región. Por estos días, casi no se encontraban habitaciones libres en los hoteles del centro y con muchas dificultades en los de las localidades vecinas. Por fin, después de muchos años de indecisión, los lugareños y los responsables políticos habían visto el filón de esta manifestación de la Iglesia como atractivo turístico, y ya se explotaba y publicitaba convenientemente.

Nada más llegar a la plaza de la iglesia, como cuando apenas era una adolescente vivaracha y seductora, vi a Lola sentada en las escaleras de piedra que elevan el nivel de la explanada para posibilitar el acceso al templo. Hacía más de veinte años que no la veía. Desde que nos habíamos ido a estudiar a la Universidad, ella a Madrid, al Colegio San Pablo CEU, de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, y yo a Las Palmas, a la antigua Universidad Politécnica, no nos habíamos vuelto a encontrar. Nos conocíamos desde quinto curso, cuando coincidimos en la clase de don Elías Gómez, pero nunca -a nuestro pesar, y creo que hablo por los dos- nos tratamos demasiado, es decir, más allá de una correcta relación entre compañeros. Confieso que había una atracción latente, pero no dejaba de ser un poco peculiar por esa distancia que siempre mantuvimos, quizás porque nos parecíamos mucho y ya se sabe que los polos iguales se repelen o simplemente porque la timidez en aquellas edades mozas hacía verdaderos destrozos en la voluntad de nuestras decisiones.

No habían pasado cinco minutos cuando fui a llamarla, mas justo en ese momento estalló una estruendosa tamborrada que anunciaba la salida de un Cristo macilento y zaherido, que, sin embargo, despertaba gran devoción entre la feligresía. Entonces me acerqué a ella con aparente determinación, pero con cierto recelo. Me propuse que se percatara de mi presencia sin violentarla, constatar, a través de la mirada si era posible, la permanencia de antiguas emociones, la supervivencia de aquellas sensaciones de antaño, al calor ahora de la madurez temprana, de la experiencia de los primeras canas que ambos ya peinábamos (aunque a ella no se le apreciaran, por supuesto). La noté sobresaltada cuando enfrentamos los ojos, acaso digo mejor, cuando comulgamos los ojos. Porque fue un instante mágico, pleno, arrebatador, de esos que te cambian la vida sin darte cuenta. No hubo ni tan siquiera necesidad de explicaciones. Una oportunidad inesperada, una ocasión del destino, después de más de veinte años, había sido suficiente para encarar por fin el sueño inabordado como adolescentes. Luego, tras los oportunos saludos, me ofrecí a acompañarla durante toda la procesión. No hubo contestación expresa, tampoco era necesaria, nos comunicábamos sin apenas decirnos nada.

Al fin, cuando el cortejo apuraba los últimos pasos de la carrera y la banda interpretaba la popular marcha de Gómez Zarzuela "Virgen del Valle", Lola me comentó la grave enfermedad que le aquejaba, la razón de su regreso. Mas aquella noche de Jueves Santo, mientras paradójicamente reproducíamos los sufrimientos de Cristo camino del Calvario, no podía ser una noche triste, resultaba inadmisible después de aquel reencuentro de sueños imposibles. Al instante, nos abrazamos, sin tiempo, sin coordenadas. Nada iba a cambiar lo que dos horas antes ya habíamos rubricado en una mirada que volvía a darle sentido a nuestras vidas.

Publicado también en www.copelapalma.com

9 comentarios:

  1. Sea realidad, o no. Tenga parte de realidad, o no...este post que acabas de publicar es realmente precioso y emotivo. En el que la fe que envuelve esta noche y el sentimiento que se percibe, dan tanto sentido a esta historia, y que con esas palabras tan perfectamente hiladas nos hacen desear formar parte de ella. Porque, ¿Quien no ha experiemntado en algun momento, con alguna persona, ese mismo sentimiento que guardaban Lola y "Tú", pero nunca tuvieron esa oportunidad? La oportunidad de que un día, repentinamente o por casualidad (o con la voluntad de ambos, o de uno), el destino y la vida conspiraran a su favor y les pusiera de frente, para decírselo todo, pero sin decirse nada...

    Esta historia, que aunque con un final dudoso e incierto, pero que se adivina triste, sucede de la mejor forma posible: con el encuentro del auténtico y verdadero amor. O al menos, laopryunidad de comprobarlo...

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  2. ...cuando leo la Posada de los Secretos, me pasa lo mismo que cuando escucho alguna de esas canciones que me gustan mucho, o cuando leo ese poema con el que disfruto tanto. Conviertes lo cotidiano en algo mágico...

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  3. Te felicito por este relato hermoso, con escenografía de noche especial, emotiva, melancólica,y en donde nos haces partícipes de esa historia de dos personas que se atreven por fin a mostrar sus almas, gracias .

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  4. Buenas noches!acabo d llegar dl sto entierro y siempre me emociono..y en éste silencio me acordé de tu personaje y de Lola... Me ha encantado.

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  5. PRE-CIO-SO!!! Me ha encantado tu post...

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  6. Maravilloso como siempre. Saludos J.J

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  7. Magnífico cómo metaforizas y eres capaz de establecer una preciosa analogía entre "El Señor de la piedra fría" (reflexivo y sentado) y Lola "sentada" en las escaleras "de piedra" de acceso al templo; entre la escena previa de Cristo para su crucifixión en el Gólgota y la grave enfermedad de Lola, estados agónicos y llenos de incertidumbre ambos; entre ese amor callado de Lola y el protagonista y la fe del Hijo de Dios en su padre (paralelismo que también haces con la fe de Lola en su sanación -la esperanza-); y como ese reencuentro de sueños imposibles se convierte en una especie de "resurreción" para ambos.
    Disculpa si parece que he hecho un comentario de texto, pero mi intención ha sido comentarte las distintas emociones que me despiertas al leerte y, por lo que veo, despiertas en el resto de tus lectores. Felicidades, JJ.

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  8. que gozada al pensar que en cada pueblo,en cada ciudad, comienzan cada noche los defiles procesionales de cada paso de esta semana santa,y va a haber una LOLA que se va a encontrar con su AMIGO DEL ALMA,y se mirarán, se abrazán, se amarán... y sólo por esos instantes habrá merecido la pena vivir

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  9. TVR (desde facebook)2 de abril de 2013, 20:32

    Simplemente maravilloso. Me llegó al alma. Eres un magnífico escritor, felicidades y un saludo

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