lunes, 3 de noviembre de 2014

LA POSADA DE LOS SECRETOS, por José Trasobares

Presentar la obra de un autor que tiene la condición de amigo constituye, no ya un gran honor, sino además una elevada responsabilidad… Sobre todo si consideramos que en mi vida he recibido un encargo de esta guisa. Como respondía el genial Lope a Violante, al recibir de ella el encargo de elaborar un soneto, “en mi vida me he visto en tal aprieto”.
Y ante la obviedad de que ni yo soy Lope de Vega ni mi acompañante es Violante, para salir airoso del compromiso, tentado estuve de acudir Internet en demanda de ayuda en este género de eventos. Rápidamente rechacé la idea, al considerar que, fueren cuales fueren las insensatas razones que llevaron a Juan José a elegirme, supuse que lo que esperaba de mí era una espontánea y sincera reflexión y valoración de su trabajo.
Se colige que, tras ello, debo ensalzar la figura del autor y alabar las virtudes de su creación literaria, haciéndolo además con cierta holgura intelectual, para no parecer un destripaterrones que desmerezca a este foro y a la distinguida ocasión.
Y a ello me dispongo cuando rememoro con toda nitidez el momento en que le conocí hace más de tres lustros. Compartíamos entonces responsabilidades en diversas parcelas de la gestión pública y ello me permitió tratar con el profesional; adusto y solvente, brillante y tenaz, laborioso y diligente y…, por qué no decirlo, un punto antipático.
En estas lides administrativas nos hallábamos cuando el profesional dio paso al colega y este al compañero para, tras ello, arribar el amigo. Fue entonces cuando surgió una amistad liviana en compromisos y recia en fundamentos. Macerada sin prisa ni esfuerzo. Surgida al socaire de una recíproca afinidad desprovista de intereses ajenos a los meramente personales y que tras la lectura de sus artículos hoy considero que bien puede encontrar acomodo en lo que él llama, como Espinosa, “amarillos”.
Esa amistad sigue siendo hoy de aquel modo; plácida, nada sacrificada y enormemente gratificante. Esa amistad espero que, tras mi comprometida alocución y lo incierto de su resultado, siga manteniéndose en idénticos términos, sin reproche alguno por causa de los eventuales desatinos que aquí se puedan decir.
Pero, en fin, no nos encontramos aquí para ensalzar la ejemplar relación de amistad que une al autor con el presentador de este libro. Hemos venido a otros menesteres. Como diría Francisco Umbral, "hemos venido a hablar de mi libro". De su libro.

Y tras lo apuntado, abordo la tarea señalando que, hace un par de semanas, corrí a esta misma librería que hoy nos congrega para hacerme con un ejemplar de La posada de los secretos, ejemplar que adquirí aflojando mi bolsillo, como espero que hayan hecho todos los presentes por el bien del proyecto editorial. Retorné entonces a mi hogar con la misma sensación con la que vuelve un niño de la tienda tras adquirir el juguete largamente ansiado.
Con la ilusión y el entusiasmo de enfrentarme a lo desconocido, acaricié la portada del libro con una delicadeza envuelta en un respeto casi místico o litúrgico.
No quise condicionar mi juicio con la introducción que me ofrecía su autor y acudí en cambio al índice, por si me aportaba alguna pista de aquello a lo que me enfrentaba. Extraña y mágica sensación. Sin prejuzgar si pertenecía a un género concreto, pude observar que desde luego no aparentaba ser una novela, como tampoco era un ensayo. No parecía responder a un rígido compás argumental articulado en un orden prefijado. Más bien al contrario, su estructura se antojaba como carente de lógica; como piezas o porciones independientes reunidas bajo el envoltorio de atractivos títulos que invitaban a degustarlos caprichosa y aleatoriamente.
Y como quien abre una caja de bombones, elegí uno al azar. Y tras ese, otro, y así sucesivamente hasta  necesitar detenerme para tomar aire y reponerme de la grata impresión recibida. Claro que pertenecía a un género, me dije. Era pura lírica. Esa que trasmite sentimientos y emociones; la que medita y reflexiona sobre realidades tan cotidianas que tienden a pasarnos desapercibidas en el fragor del día a día. La que nos devuelve aquellas sensaciones de unas vivencias pasadas que, al ser rememoradas, emergen con la misma vitalidad con que en su momento fueron gestadas.
Y desde esa perspectiva introspectiva, tan intimista y personal, Juan José desnuda su alma para alcanzar de lleno la nuestra y enfrentarla a una reflexión tantas veces obviada por motivos y razones que, a fuerza de justificarlos, carecen de justificación. Nos invita a adentrarnos en el sendero de nuestras propias sensibilidades y actúa de guía en esta enmarañada de selva donde amores y desamores, ilusiones y fracasos, anhelos y ambiciones se entremezclan y jalonan el camino de nuestras vidas del mismo modo que lo hacen las páginas de su libro.
En ellas recordamos nuestra adolescencia, plagada de las inocentes inseguridades que acumulábamos, propias de quien se abre ante las incertidumbre de una vida aún por estrenar. Rememoramos nuestra madurez, rescatando de ella los aciertos y los errores aparejados a las lecciones que ellos nos aportaron. Emplazamos a aquellas personas que en su día  ocuparon un lugar privilegiado en nuestras vidas; ese amigo especial, aquel primer amor, nuestros entrañables abuelos o el maestro sagaz que, con paciencia, afiló nuestra curiosidad mas allá de las lecciones impartidas.
Resulta difícil no reconocernos en muchos de los pasajes de este libro. Y resulta, aún más difícil, no emocionarse cuando nos reconocemos.
Siempre me he considerado un romántico y tiendo a enfocar la literatura bajo ese prisma. Por eso no pude evitar establecer un enlace entre este libro, que hoy presentamos, y unos de los  más bellos pasajes de la poesía romántica que he tenido el privilegiado placer de disfrutar. Me estoy refiriendo a aquellos versos con los que Acacia Uceta proclamaba su dicha en un momento de pródiga sensibilidad. Cuando declamó: Yo sé que soy la luz que por ti luce,/tuya es la fuerza que  impulsa y hace/seguir la senda que hasta ti conduce.
Como decía, La posada de los secretos es como un faro que orienta a los lectores a seguir esa senda que parece atisbar la insigne poetisa. Una senda que, con el impulso de su autor, nos conduce hasta nuestro propio interior, para que dentro de él logremos disfrutar de la serena reflexión que en cada caso y que en cada quien consiga inspirar las afinadas palabras de Juan José.
Superada ya la mayor parte del trance, concluyo mi alocución devolviendo el protagonismo a quien hoy ha de ser el centro de nuestra atención, con la esperanza de seguir siendo “amarillo” pese al “marrón”  que acabo de lidiar.
[Síntesis de su intervención en la presentación de La posada de los secretos en S/C de Tenerife el 24 de octubre de 2014]
* José Trasobares de Dios es inspector de trabajo y ha desempeñado varios cargos directivos en la Administración Pública de la Comunidad Autónoma de Canarias. En la actualidad, es el jefe provincial de la Inspección de Trabajo. Apasionado de los libros, es un fino y atinado caricaturista.

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