domingo, 12 de abril de 1992

LA MÁQUINA DE ESCRIBIR

J.J. Rodríguez-Lewis
Publicado en La Gaceta de Canarias, el 12 de abril de 1992

Hacía bastante tiempo que no escribía/publicaba con cierta asiduidad. El artículo del domingo pasado era el primero después de casi dos años de pereza en este aspecto, exigencias profesionales al margen. Encima, éste de hoy, ha sido elaborado con/junto a una máquina de escribir manual verdaderamente escandalosa (ya había olvidado que lo son todas), por mor de una circunstancial estancia en un entrañable apartamento de estudiantes en La Laguna, abandonando de esta manera, y al menos por una vez, el silencioso Pc (no hablemos de la impresora) o, en ocasiones, la ametralladora máquina de escribir eléctrica.

Pero, no cabe duda, y permanece fiel en mi memoria, que mis primeros artículos (apenas tenía catorce años) había sido elaborados en estos fabulosos instrumentos, lo cual llevaba aparejado consecuentemente innumerables e inolvidables tachaduras (no se comercializaban ni los typex) y sobresaltos. No cabe duda también, y los articulistas de siempre lo sentirían más que uno mismo –plumilla ocasional- que se experimenta un sentimiento especial cuando uno se vuelve a sentar ante el tecleteo incesante y, a veces, hasta desesperante de una brothers u olympia cualquiera o, acaso, d una crown, que es la que hoy utilizo, y nada menos que con cinta de dos colores.

Es obvio, que este sentimiento barrunta en los cimientos de los escritores, de todos aquellos, en definitiva, que se comunican a través de la palabra escrita, y se edifica, en último término, en una participación activa, constante, y de forma personal y colectiva a la vez, en la sociedad. Por cierto, edificación que hoy, lamentablemente, se pretende restringir mediante la figura delictiva de la difamación que el nuevo Proyecto de Código Penal prevé, y que, si nadie lo remedia, vendrá a cercenar –al tiempo- el anhelado derecho constitucional a la libertad de expresión (el de la libertad de/a la información emana del mismo) que como minimum plasmó nuestro Carta Magna.

Con ello, las anacrónicas, pero románticas, máquinas de escribir manuales, antes simplemente máquinas de escribir, llorarán desconsoladamente ante tal atropello a su quehacer y más cuando en los tiempos que corren, donde la corrupción llega hasta nuestros propios cuartos de baño, hubiesen podido escribir sin necesidad de dedos que impulsen y fecunden el nasciturus que todas llevan dentro, la palabra.

En verdad os digo, que el propósito primigenio de este artículo era el de explicarles el por qué de la tardanza en regresar a mi instinto escribiente. Inesperadamente, me he reencontrado con la máquina de escribir a secas. Y como finalizo, y como Alberti le escribió a una bombilla, parafraseando a Miguel Hernández, le digo: “Amiga del alma, compañera”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario