domingo, 5 de abril de 1992

TENGO UN AMIGO CURA

J.J. Rodríguez-Lewis
Publicado en La Gaceta de Canarias, el 5 de abril de 1992

Hace apenas dos semanas un buen amigo se ordenaba sacerdote (diácono) en un hermosísimo acto en la Catedral de La Laguna. La verdad es que la práctica totalidad de quienes le acompañamos en tan entrañable acto (por cierto, muchísimos compañeros y amigos, la mayoría venidos desde otra isla) estábamos sumamente contentos, orgullosos en definitiva, de tener un amigo cura. Recuerdo que yo mismo decía –tenía un desplazamiento previo a Lanzarote por motivos profesionales- que pernoctaría en Tenerife un par de días a fin de asistir a esta ordenación, y lo decía, sinceramente, lleno de gozo y plenamente satisfecho de esa circunstancia.

Me preguntaba, no obstante, si todo ello era normal hoy en día, en una sociedad como la actual de un laicismo y una secularización galopante y más propensa a criticar a los sacerdotes que a ensalzarlos. En este sentido, no deja de ser cierto que siempre nos ha molestado, católicos o no, que, por confusión o por cualquier otra causa, nos llamasen seminaristas, que se nos supusiese aspirantes a curas, mientras, por el contrario, no nos ofendía lo más mínimo que se nos creyera estudiantes de medicina, o de derecho, por poner dos ejemplos, esto es, aspirantes a médicos o a abogados. Yo mismo llegué a incomodarme en una ocasión cuando me espetaron con un “¿no eres tú seminarista? Y, raudo y un poco malhumorado, contesté: “Pero ¿tengo yo cara de cura?”.

Aprendí mucho aquel día. Tenía un amigo que, como escribió Lacordaire, iba a vivir en medio del mundo, sin desear sus placeres; iba a ser miembro de cada familia, sin pertenecer a ninguna; iba a participar en todos los sufrimientos, a penetrar en todos los secretos, a sanar todas las heridas... Comprendí (el escritor Martín Vigil me lo había puesto de manifiesto algunos años antes sin llegar a entenderlo de verdad) que un día mi amigo a los veinte años, cuando sus estudios le brindaban unas posibilidades inmensas (había terminado segundo de Derecho con unas calificaciones notables) había dado la primera batalla, la del corazón. Luego había dado la batalla de los sentidos (dejaba a un lado su familia, su hogar, sus cosas,...) donde, y de manera fundamental, se renuncia a la posibilidad de perpetuarse en un ser que te llama padre. Por último, la batalla de la inteligencia, una profunda formación que casi nadie en este mundo te reconoce.

Que más puedo añadir, si no es la conclusión de que por todo ello es hasta fácil sentirse orgulloso de tener un amigo tan heroico, y no exagero un ápice. Y este sentimiento no debiera ser exclusivo de los católicos, puesto que mi amigo, lo ha demostrado, tiene muy bien puestos los genitales y ama profundamente, probablemente más de lo que cualquiera de nosotros podamos llegar a amar en nuestra vida. Le felicito y nos felicitamos todos. Es más, una cosa tengo clara: jamás volveré a incomodarme cuando me confundan con un cura. Carl Lewis no tiene más mérito.

1 comentario:

  1. Son elegidos y especiales ....Y como bien dices, los que han decidido ofrecer su vida a los demás teniendo a Dios por bandera, AMAN A TODOS SIN MEDIDA, SIN CONDICIÓN,SIN PREJUICIO, SIN RAZA,SIN RELIGIÓN,SIN ORIENTACIÓN SEXUAL NI IDEAL POLÍTICO....
    Desde aquí mi admiración, reconocimiento y apoyo a todos ellos y ellas, en especial a Oliva, mi hermana querida, misionera de la Esperanza desplazada en Quito (Ecuador)...te quiero mucho hermana...

    ResponderEliminar