sábado, 20 de diciembre de 2008

ÉTICA PÚBLICA

El cine como recurso para su educación
J.J. Rodríguez-Lewis
Fátima Llarena Ascanio
Son muchos los que consideran que la actual corrupción no es sino una de las manifestaciones de la degradación de los valores morales. Hoy vivimos en el mundo occidental una crisis de valores, la mayor parte de tradición cristiana. Asistimos, pues, a una fisura patente de los valores morales en el ámbito político y en la esfera privada. Entre los políticos y entre los ciudadanos. Pero no siempre ha sido así. En algunas épocas la inmoralidad de la clase política contrastaba con la rectitud del ciudadano medio y, en otras, era al revés. Hoy, ni unos ni otros están en condiciones de elevar su voz pidiendo moralidad. Y no es infrecuente que, a veces, en ciertos sectores hasta se encuentre justificada la conducta corrupta de sus líderes.

La realidad es que en cualquiera de las dos esferas debe regir una misma ética. Porque el hombre público no es –aunque lo parezca- de naturaleza distinta a cualquier otro hombre. Aunque no es infrecuente creer lo contrario, sobre todo entre los políticos. Esto es, entre aquellos que, en expresión de Max Weber, aspiran al poder “como medio para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o el poder por el poder para gozar del prestigio que le confiere”.

Para su consecución o conservación, todos los medios son lícitos. No hay que acudir a Maquiavelo para tener una imagen realista del político. Como nos recuerda González Pérez, Azorín ha demostrado que en los libros más sobresalientes de los que, en nombre de la moral política, se apresuraron a combatir la moral del autor de El Príncipe, encontramos máximas sumamente significativas de lo que debe ser el político: recomendaciones como la de que se debe conocer a los dichosos para arrimarse a ellos, así como a los desdichados para huir de sus personas; o advertencias como la de que es preciso darse maña e industria para hacer que recaiga en terceras personas la censura de los desaciertos y el castigo común de la murmuración; o el apotegma de que “lo que no puede facilitar la violencia, facilite la maña, consultada con el tiempo y la ocasión”; o esta otra advertencia, que es una maravilla de astucia: “ocultos han de ser los consejos y designios de los príncipes, con tanto recato que tal vez ni aun sus ministros los penetren, antes los crean diferentes y sean los primeros que queden engañados, para que más naturalmente y con mayor eficacia, sin el peligro de la disimulación, que fácilmente se descubre, afirmen y acrediten que tienen por cierto, y beba el pueblo de ellos el engaño, con que se esparza y corra por todas partes”. El propio Séneca escribió hace muchos siglos que la corrupción es un vicio de los hombres, y no de los tiempos.

La ética pública es, por consiguiente, una concreción, en el campo de lo público, de las objetivas, permanentes y universales normas éticas. Otra cosa es que se hable de ética pública, no como algo distinto de la ética privada, sino como proyección en el ámbito público de los principios éticos comunes.

La preocupación por la ética pública es hoy general, como se ha puesto de manifiesto desde el I Congreso Internacional de Ética pública celebrado en Washington en noviembre de 1994 o desde la elaboración del denominado Informe Nolan, encargado por el Primer Ministro británico y presentado en el Parlamento del Reino Unido en 1995 sobre la deseable conducta en la vida pública, y que afirmaba, entre otras consideraciones: “la debilidad humana estará siempre presente entre nosotros; siempre pueden cometerse errores, y el corrupto buscará nuevas vías para jugar con el sistema”.

En la Encíclica Veritatis Splendor de Juan Pablo II, de 6 de agosto de 1993, se nos advierte (parágrafo 101) que “en el ámbito político se debe constatar que la veracidad en las relaciones entre gobernantes y gobernados; la transparencia en la Administración pública; la imparcialidad en el servicio de la cosa pública; (…) el uso justo y honesto del dinero público; el rechazo de medios equívocos o ilícitos para conquistar, mantener o aumentar a cualquier costa el poder, son principios que tienen su base fundamental en el valor trascendente de la persona y en las exigencias morales objetivas del funcionamiento del Estado”.

En definitiva, es la dignidad humana la que marcará las pautas de conducta, y esta se encuentra asentada en nuestra propia conciencia. Ahora bien, en la formación de esa conciencia, desde la niñez, han influido factores muy diversos. Y hoy la influencia ejercida por el hogar, la Iglesia y la escuela es menos intensa que antaño, mientras que la influencia de los medios de comunicación es mayor que nunca. Cine, televisión y prensa muestran al público normas éticas que son buenas o malas o, a veces, simplemente amorales, que influyen en nuestro comportamiento.

Por ello, en la actualidad, la creatividad ética es más necesaria que nunca en un mundo dominado por el cine, la televisión, la publicidad, los videojuegos e Internet. Estos medios, en muchas ocasiones, suplantan a la realidad y ejercen un papel indudable en la configuración de la sociedad. Se podría decir que miles de personas han alimentado su concepción del hombre y del mundo con los contenidos ofrecidos por los medios audiovisuales. Los deseos, proyectos y sueños de muchos individuos están poblados de imágenes publicitarias, televisivas y fílmicas. Mucha gente besa como se besa en el cine, o hace negocios como en el cine, o incluso mata como en el cine.

El mundo de la imagen juega un papel fundamental en la formación de la individualidad de los más jóvenes, de las ideas que obtienen acerca de los demás, y del lugar que pueden ocupar en el mundo. El cine y la televisión se transforman en agentes de socialización primaria, complementado o sustituyendo a las instituciones tradicionales. En comparación con los métodos educativos tradicionales, y por su capacidad de recrear de manera verosímil mundos reales o virtuales, la pantalla consigue que los espectadores más vulnerables le otorguen una autoridad tanto sobre lo que la realidad es (dicen que epistemológica y metafísica) como sobre lo que la realidad debería ser (deontológica).

Pero el cine y la televisión no sólo reflejan lo que perciben en la realidad social, sino que son capaces de crear modelos de conducta, patrones culturales, que acaban siendo asumidos en algún grado por esa misma sociedad. David Puttnam (productor de Carros de fuego, Los gritos del silencio o La Misión) nos recuerda que “buenas o malas, las películas tienen un poder enorme: dan vueltas en el cerebro y se aprovechan de la oscuridad de la sala para formar o confirmar actitudes sociales. Pueden ayudar a crear una sociedad saludable, participativa, preocupada e inquisitiva; o por el contrario, una sociedad negativa, apática e ignorante”[6].

Debido al gran poder de imitación que suscitan las imágenes, el cine y la televisión tienen una fuerza persuasiva indudable, porque nuestra identidad se configura de modo narrativo e imaginativo. Parece evidente que el contexto sociocultural creado por los medios de comunicación influye de un modo considerable en la opinión que se tenga sobre un tema y en la educación.

Por todo ello, el cine se configura como un recurso educativo de primer orden que puede contribuir a actuar eficazmente en el campo de la ética pública o política como tendremos oportunidad de comprobar con las películas recomendadas. “Para mí –ha dicho Benito Zambrano (director de Solas)-, el cine es un arte que además de divertir tiene que aportarnos algo útil para mejorar y transformar el mundo en el que vivimos”.

Películas recomendadas para políticos: “El Jurado”, “Candidata al poder”, “Negligencia Médica”, “Toda la verdad”, “Relaciones confidenciales”, “Primary Colors”, “Syriana”, “Erin Brockovich”, “La Intérprete”, “Todos los hombres del Presidente”, “L.A. Confidential” & “Acción Civil”.

2 comentarios:

  1. En este artículo algo impide que te muestres cercano como en los otros que he leido...está acorazado en citas..algunas bastante poco ocurrentes..y de citar a los clásicos yo me decanto por Platón para algunos temas ... y tú no eres de los que intentes perder al lector en vericuetos de los cerros de Úbeda..para decir algunas cosas ...de las que tanto sabes

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  2. Creo que el problema es que reproduce gran parte de la introducción de un trabajo académico y, claro, eso le resta demasiada frescura. tanta que, de hecho, creo queno tiene ninguna.

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