martes, 27 de octubre de 2009

PRAHA

Llegamos a Praga cuando anochecía. Apenas dedicamos tiempo a registrarnos en el hotel y dejar las maletas en la habitación. Queríamos aprovechar lo que restaba del día. A un paso, estaba el centro neurálgico de la ciudad, la plaza Wenceslao, entre la Ciudad Vieja (Stare Mesto) y la Ciudad Nueva (Nove Mesto). Más que una plaza, Wenceslao es un extenso bulevar con poco tráfico y un trasiego incesante de gente, que domina la espectacular fachada de estilo vienés del Museo Nacional, construido a finales del siglo XIX. Su estampa, profusamente iluminada, sobre la estatua ecuestre del santo fue nuestra primera y grata sorpresa. Pero Praga nos reservaba un conjunto infinito de interesantes descubrimientos.

Los kioscos de salchichas, los modernistas hoteles Meran y Europa, este último con su clásico café de principios del siglo XX, donde dicen que hizo Kafka su única lectura pública de una obra suya: El Proceso, y un rondel de flores y velas al pie de la estatua en memoria de los estudiantes inmolados la Primavera de 1968, completaron nuestro primer paseo por una plaza –o un bulevar- que pisaríamos de forma pertinaz hasta el día de regreso.

La Ciudad Vieja fue nuestro primer objetivo. Sabíamos que Praga la podíamos dividir en cuatro o cinco partes: Ciudad Nueva, Ciudad Vieja, El Barrio Judío (Josefof), Mala Straná y El Castillo. Y no podíamos comenzar por otra zona. Stare Mesto quizás –o sin quizás- guarde lo más preciado de la ciudad. Adentrarse por sus calles y callejuelas se convierte en una excursión fascinante, casi mágica, aunque con los inconvenientes lógicos del enorme gentío de turistas que las transitan sin orden ni concierto. Pasar por la plaza de la Ciudad Vieja y detenerse ante el singular reloj astronómico del sesgado Ayuntamiento Viejo es prácticamente un rito cuando tocan las en punto, ante el sorprendente desfile apostólico que contemplamos. Del magnífico conjunto arquitectónico que rodea la plaza (monumento a Jan Hus, Casa de la Campana de Piedra, palacio Kinsky, iglesia de San Nicolás…), acaso nos quedamos con la fachada y las torres de la iglesia de Santa María del Týn, fortín del movimiento husita.

Luego, aunque no lo quieras, el reguero humano te llevará por la calle Karlova hasta el puente Carlos (por Carlos IV, que es casi como decir Praga misma). Entre la multitud de tiendas, nos encantaron las dedicadas a títeres y marionetas, de todos los tamaños y con innumerables personajes. Por ello, desde que tuvimos oportunidad asistimos a una representación de marionetas. Don Giovanni fue el espectáculo elegido, una de las óperas más reputadas de Mozart, estrenada precisamente en Praga; un drama con tintes cómicos que disfrutamos en una suerte de buhardilla en plena rúa Karlova, en la que un diminuto Leoporello bordaba la “Madamina, il catalogo e questo”.

El Moldava es a Praga como Carlos IV o Kafka, quiero decir, que no puede entenderse la capital checa sin este río, de ahí que tal vez la música más bella que se haya compuesto por un compositor de esta nacionalidad sea la dedicada a esta especie de afluente del Elba que, no obstante, reivindica su condición de río mayor por su caudal y por su espléndido aspecto. Les recomiendo que escuchen el poema sinfónico “Vitava” de Smetana, porque a los que hemos estado en Praga nos evocará el curso del Moldava y a los que no, seguro que no nos defraudará. Porque Praga también es un concierto en sí misma. No hay reducto o dependencia donde –todos los días- no se celebre una función musical. Resulta imposible imaginar que los niños praguenses no conozcan a Mozart, Pachelbel, Vivaldi o Haydn, porque a Dvorak (el compositor de la reconocida Sinfonía del Nuevo Mundo) o Smetana, los más preclaros músicos checos, ni me atrevo a preguntármelo, a la luz de todos los tributos que los recuerdan por doquier. Asistimos en la Casa Municipal, un original edificio de estilo modernista, junto a la medieval torre de la Pólvora, a un precioso concierto en torno a las “Cuatro Estaciones”.

Al día siguiente, y antes de cruzar el Moldava, convinimos en darnos una vuelta por Josefof, el particular barrio judío de la capital de Bohemia, visitando el impactante antiguo cementerio del gueto y las sin pares sinagogas, entre otras, la española, construida por los judíos sefarditas que en el entorno se instalaron cuando fueron expulsados de España.

Pero Praga ya no es Praga sin su “barrio chico”, su Mala Straná al otro lado del río, donde se levanta el impresionante conjunto del Castillo y la catedral de San Vito. Una delicia de estampa cuando el día agoniza, gracias a una eficaz iluminación que nos traslada a la imaginación de los cuentacuentos. A ras del río, un sorprendente conjunto barroco (la iglesia de San Nicolás o la iglesia del Niño Jesús de Praga, de origen sevillano), con profusión de palacios y, desde la plaza de los Malteses, las más elegantes casas convertidas en singulares embajadas. En el altozano, la visita al prominente castillo del siglo XVIII, que domina la ciudad, con sus cuatro patios (más plazas, que patios), la catedral gótica de tres torres, los jardines reales, la calleja kafkiana del oro, Loreto o el resto del barrio nos llevó otra jornada, convencidos, a nuestro pesar, que el tiempo invertido nunca era el que se merecían.

Como disponíamos de algún día más, nos acercamos a Vysehrad (castillo alto), el otro castillo de Praga, una vez dejamos atrás la plaza Karlova y el Ayuntamiento nuevo, y, ya con el ocaso, presenciamos una de las tantas representaciones de teatro negro que se programan, reservando la jornada siguiente para Karlovy Vary, una coqueta e histórica ciudad balneario, a 120 kilómetros al oeste de Praga.

El último día, a la caza de recuerdos, volvimos a patear la ciudad y la rivera del Moldova, comprobando como las sorpresas no habrían de cesar: Rudolfinum, Teatro Nacional, Casa Danzante…, y contemplando cuantos barcos o barcazas de todo tipo cursaban el cauce del Moldova y se entretenían en las islas de Kampa o de los Eslavos. Para reponer fuerzas, en fin, no nos resistimos a degustar con fruición (en U Flecu, U Schnellu o en muchas otros “pivovares”) tantas “pivos” (cervezas) como pudimos, y de paso algún "gulash". Aunque, a fuer de sincero, este era un ceremonial de periodicidad diaria.

En la hora del adiós a la ciudad -recapitulando-, concluimos que lo único que, en realidad, no hicimos fue entrar en el famoso cabaret “Darling” que teníamos al pie del hotel y pasear en su flamante limusina. Pero prometimos volver (a Praga también, jaja). Saludos cordiales.

6 comentarios:

  1. BUENAS TARDES, HE VISTO TU COMENTARIO DE TU VIAJE, YO ME VOY EL DÍA 08/11/2009 A PRAGA VIENA Y BUDAPEST, QUERIA COMENTARTE QUE COMO ESTABA EL TIEMPO?, PARA PREPARAR LA MALETA, O SI NOS QUIERES ACLARAR O COMENTAR ALGO SOBRE ALGÚN SITIO.
    MUCHAS GRACIAS DE ANTEMANO

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  2. Jota, que coño haces tú en Praga y no has dicho nada... Pillín...

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  3. Poco les puedo decir sobre el tiempo, porque estuve en agosto. De resto, creo que lo más interesante está citado en el post de una u otra forma. Y ver o hacer más me parece absolutamente imposible si van a estar pocos días. Disfruten del viaje que, además, os llevará también a Viena y Budapest. Saludos

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  4. Que paseo más completo nos has dado por esta enigmática y cautivadora ciudad...Yo también tengo una promesa con Praga y conmigo misma, de volver a visitarla.

    Sólo pude estar un día, pero me dejó fascinada. Sus calles, catedrales, sus rincones,...Toda ella es puro arte. De la gastronomía poco puedo decir porque apenas "perdí tiempo" en comer...jaja! Así que cuando repita, repasaré tu post, para visitar alguno de los lugares a los que haces referencia, y a los que no pude llegar por falta de tiempo.

    Praga es uno de esos sitios que resultan de lo más generoso para el visitante. Poco puedo decir que no haya dicho JJ, y con un solo día en sus calles. Pero sobretodo, es una ciudad para vivirla y sentirla.

    A la persona que va a visitarla y pregunta por el tiempo, decirte que yo estuve también en el mes de noviembre, hace tres años, y te recomiendo que lleves abrigo, mucho abrigo. Pero más que nada no te olvides de la cámara de fotos y la mayor predisposicisión para disfrutar de todo lo que tiene por ofrecerte. Que lo disfrutes. Y a ver si luego nos cuentas!!

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  5. Praha me impresionó, tanto por su belleza natural como por su rico patrimonio arquitectónico, una maravilla. Aunque las comparaciones siempre son odiosas, hay quienes conociendo también París muestran su preferencia por la capital checa.

    Otra cosa que me llamó la atención fue su población, una población joven emergiendo de una nación, la República Checa, relativamente moderna, donde todo está por hacer. Sus habitantes, aunque muy austeros en el trato, son de una corrección exquisita en sus relaciones con los foráneos.

    Es una pena que el Clementinum no siga indicando con su centro de medición la climatología del momento pero en contrapartida hoy es sede de la gran biblioteca nacional.

    Guardo muy buen recuerdo de esta ciudad, sus vistas y sus gentes; siempre quedará en mi memoria:

    “Ah si pudiera elegir mi paisaje
    elegiría , robaría esta calle,
    esta calle recién atardecida
    en la que encarnecidamente revivo
    y de la que sé con estricta nostalgia
    el número y el nombre de sus setenta árboles.”

    Mario Benedetti (Antología poética: Elegir mi paisaje)

    Saludos

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