sábado, 6 de julio de 2013

LA ESPERANZA

Siempre me fascinó la palabra "esperanza". Es una voz que seduce apenas pronunciada, bella por sí sola, preñada de connotaciones positivas. Pero, independientemente de consideraciones formales o estéticas y de su significación teológica, la esperanza resulta quizás el más grande de nuestros incentivos, la estrella de los estimulantes. El propio Nietzsche afirmaba que la esperanza era un estimulante vital muy superior a la suerte.  Hasta  cuando esperamos que en alguna ocasión la suerte nos sonría, en su más diversas formas, hablamos de esperanza, la ilusión del mañana.

La esperanza es a veces lo único que le queda al más menesteroso, al menos favorecido, o incluso al acostumbrado a la decepción crónica, sobre los que actúa normalmente como un bálsamo, como un eficaz paliativo, como funcionan también los sueños, acaso la simple concreción de la esperanza. Mencken, un escritor estadounidense de principios del siglo XX, decía que la esperanza era la creencia patológica en la materialización de lo imposible. Pero confiar en que es posible lo que deseamos, como -palabras más, palabras menos- la define la RAE, no parece ser ni un estado patológico ni focalizado en lo inalcanzable. Mas con la esperanza ocurre como con los sueños: no se puede vivir siempre de ella. En ese caso, sí que podría derivar en un comportamiento enfermizo poco recomendable. Benjamín Franklin llegó a asegurar que el que vive siempre de esperanzas muere de sentimientos.

Pero la esperanza es sana por naturaleza y constituye, en realidad, el reverso del temor y del miedo, emociones que tanto lastran nuestras aspiraciones y nuestras decisiones, a las que va ligada en una constante lid, en una permanente lucha. Se trata, en definitiva, de una especie de hipoteca de la felicidad, que solicitamos sin aval, y que necesitamos para seguir viviendo con alegría, para continuar creciendo con paso firme. Y comulga poco, por cierto, con la impaciencia, porque, otra cosa no, pero siempre vence a largo plazo.

La esperanza es, pues, una cuestión del alma, y no del cuerpo. Y está más cerca del corazón que de la cabeza. Por eso un hombre sin esperanza no puede ser un hombre bueno, o al menos un hombre joven y sano. Como alguien dijo una vez: la vejez no es triste porque cesan nuestras alegrías sino porque acaban nuestras esperanzas (Richter).

Esperanzas (Pecos, 1978)

7 comentarios:

  1. Me alegro de que recuperes este espacio. Me ha gustado mucho. Saludos

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  2. TVR (desde facebook)7 de julio de 2013, 11:16

    A veces cuesta mantenerla!!! Felicidades por el artículo!!!!

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  3. LPP (desde facebook)7 de julio de 2013, 11:18

    Pero cuando se pierde... qué difícil es volver a recuperarla!

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  4. ¡¡Qué bonito mensaje sobre la esperanza!!. Y no hagamos caso a las palabras de Richter, sino a las de Picasso: Uno es joven hasta que se muere.

    Mensaje con esperanza, ¿no?

    No pierdo la esperanza de que nos deleites con tus entradas con más asiduidad. Besos, J.

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  5. Ese sentimiento o estado de ánimo es algo que debemos tener y que, cuando se pierde, entonces podemos decir que se ha perdido la confianza de que se espera lo que se desea, algo que debe estar en las personas.

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  6. Dicen que: la esperza es querer que algo suceda, la fe es creer que va suceder y la valentia es hacer que suceda y como diría (Federico Garcia Lorca)"El màs terrible de todos los sentimiento es el sentimiento de tener la esperanza muerta". Saludos J.J gracias por compartir

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  7. Quizás sea la esperanza el fin del desespero ?? .... A mi también me gusta. ;)

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