domingo, 27 de octubre de 2013

UN NUEVO CAMINO. QUINTA JORNADA

COMPROBARLO POR NOSOTROS MISMOS
Carrión de los Condes-Calzadilla de la Cueza (17,1 km)
El de esta jornada era un tramo corto, pero dicen que el más duro del Camino. Sin pueblos donde efectuar un descanso, sin sombras para sobrellevar el esfuerzo, y aparentemente soportando un incómodo piso de cantos rodados. La realidad es que, al final, la Vía Aquitana tampoco fue para tanto. Por eso, como en la vida, no nos podemos creer siempre a pies juntillas lo que otros nos dicen, sobre todo si no es bueno, o llevarnos sólo por las apariencias. Suele ocurrir que, cuando aquello que nos narraban lo experimentamos por nosotros mismos, resulta que no era tal como nos lo habían contado. Shakespeare confirmaba este aserto diciendo que las cosas que de lejos nos asustan, de cerca a menudo ya no lo hacen. Pasa igual con las personas, hacemos caso de las habladurías o de las meras apariencias, y muchas veces nos sorprendemos, por inesperado, con lo que conocemos cuando de verdad damos al otro una oportunidad. Dice Paulo Coelho (en El guerrero de la luz) que el guerrero nunca se deja engañar por las apariencias y permanece en silencio cuando intentan impresionarlo. Es más, aprovecha la ocasión para corregir sus propios fallos, ya que las personas son siempre un buen espejo.

De Carrión salimos por San Zoilo. Con menos de seis kilómetros andados, tras mirar de soslayo las ruinas de la antigua abadía de Benevívere, ya nos encontrábamos recorriendo la Vía Aquitana, la calzada romana que unió Burdeos con Astorga y que aún hoy conserva parte de su traza original. Luego, a mitad de camino, superamos el antiguo paso de la Cañada Real Leonesa, uno de los trayectos peninsulares más largos utilizados por los pastores trashumantes para conducir el ganado de los pastos de verano en León a los de invierno en Extremadura.

Nos dicen que una pequeña torre mudéjar de su cementerio nos avisaría de Calzadilla de la Cueza varios kilómetros antes de llegar, pero la sensación que tuvimos durante gran parte de la caminata fue que debía de ser un espejismo porque, pese a lo mucho que habíamos andado, la singular atalaya continuaba sin vislumbrarse. Sin embargo, no nos desanimamos, y con fe mantuvimos el ritmo, nuestro ritmo, claro. Porque es un grave error intentar seguir el de otros si queremos mantenernos en el Camino. Cada uno tiene el suyo.

Por fin llegamos a Calzadilla, un pueblo que semeja los del far west americano, aunque con esa singularidad de la comarca de las casas de adobe. No fue difícil dar con el hostal donde debíamos pernoctar, un establecimiento rural llamado Camino Real, cuyo propietario también regenta el oportuno albergue. Comimos y cenamos en la misma pensión, a decir verdad tampoco descubrimos otra oferta. De todas formas, pese a la tranquilidad del caserío, el ruido de ciertas obras en la hospedería nos despertó desde muy temprano; a decir verdad, tampoco nos pareció que se esmerasen mucho en respetar el indispensable descanso de los peregrinos, y albergamos la impresión de que quizás se explotara la buena fe de los concheros. Ahora bien, nos reímos mucho, eso sí... y ya sabemos que casi siempre las pequeñas contrariedades de la vida se compensan fácilmente con risas en buena compañía.

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