miércoles, 13 de noviembre de 2013

UN NUEVO CAMINO. SÉPTIMA JORNADA

CONCENTRARNOS EN EL DESTINO
Sahagún - Mansilla de las Mulas (36,1 km)

Comenzábamos la etapa más larga del Camino, de este Camino. Albergábamos la esperanza de que, aunque fuera la más vasta, no fuera también la más sufrida, porque no siempre ambos escenarios coinciden. Sea como fuere, la extensión es casi sinónimo de dureza, de rigor. Pero cuando nos proponemos acometer una prueba como esta, hacemos bien en concentrarnos en la meta, en ilusionarnos con el destino. Nos equivocamos si nos amilanamos con las dificultades, si nos centramos precisamente en lo que nos falta. Recordé lo que había leído hace poco tiempo en un libro de cabecera de peregrinos (Gratitud): el temor ve límites donde el amor (la esperanza, la ilusión) ve posibilidades.
 
De Sahagún nos despedimos muy temprano por el Puente Canto, vadeando el río Cea. Era la primera vez que empezábamos a caminar con el alba, sin que aún hubiera amanecido. La verdad es que no estábamos muy bien preparados para el trance; nos habíamos provisto de unas linternas pero, la verdad, sin mucho alcance. Al final, tuvimos suerte y apenas hubo necesidad de utilizarlas. El sendero estaba bastante bien señalizado y, en ocasiones incluso, bastaba con seguir a los peregrinos que nos precedían, que nos guiaban sin pretenderlo. En realidad, todos los peregrinos nos orientamos unos a otros, forma parte de nuestro karma. Sin embargo, a poco de abandonar Sahagún, todavía de noche, estuvimos a punto de adentrarnos por una senda equivocada. Pero estuvieron prestos otros concheros que nos alertaron de inmediato del yerro, y retomamos entonces, ya sin vacilación, el sendero correcto, que ya no abandonamos hasta Mansilla. En la vida, ante tantos cruces de caminos como nos encontramos, la experiencia nos enseña que debemos estar alerta, a veces es suficiente con seguir un ejemplo, otras con atender un consejo o soslayar el miedo, pero siempre la decisión será nuestra, de nadie más.
 
Bercianos del Real Camino, El Burgo Ranero y Reliegos fueron los pueblos que, estratégicamente situados en el recorrido, nos valieron para el descanso y el avituallamiento necesarios. Porque las paradas son imprescindibles para recobrar fuerzas y continuar sin desfallecer no solo la sirga jabobea, sino la de la vida.  Hasta el desvío de Calzada del Coto (por donde discurre la Vía Trajana del Camino, otra opción), el andadero que se te presenta dista un tanto del cansino carril de Tierra de Campos, pero luego otra vereda construida especialmente para los peregrinos, con una arboleda de chopos mal orientada, te lleva con el paisaje de siempre hasta Bercianos, aldea de adobe y tapial como tantas otras de la comarca. Son más de once kilómetros que nos permitieron, por fin, hacer un alto para desayunar. Después resulta imposible no retomar la pista "mal" arbolada para alcanzar El Burgo Ranero. Ahora son más de seis kilómetros de ruda meseta leonesa, a más de ochocientos metros de altitud. Lo más descorazonador: no era ni la mitad del esfuerzo del día.
 
Todavía quedaba quizás lo más agotador, probablemente uno de los tramos más severos del Camino. Más de trece kilómetros de rectas infinitas por un andadero yermo e inhóspito, y sin apenas zonas de descanso. Durante el trayecto solo algunos hitos te informan de que -lentamente- te acercas a tu destino. Arribamos a Reliegos a la hora de almorzar.  Tras degustar la única comida que hicimos en plena marcha, con las espaldas molidas y los pies lastimados, y  aún sin recuperar el resuello, tomamos con moderación los últimos seis kilómetros hasta el recinto murado de Mansilla de las Mulas, apenas una legua dice el refrán, "de Reliegos a Mansilla, la legua bien medida", pero ya no estábamos para muchos trotes.
 
A la Alberguería del Camino, una posada familiar que los propietarios gestionan con probado esmero, incluida la atención a los peregrinos, llegamos exhaustos, rendidos, literalmente deshechos. Por eso, de inmediato, nos registramos y nos dejamos caer en las camas, algunas con delicados doseles. Esbozamos una sonrisa, porque el reto se había superado, pero no había ánimo para nada más. Mañana será otro día. El último.

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