viernes, 10 de octubre de 2014

LA POSADA DE LOS SECRETOS, por José Luis Martínez

Tanto Juan José como yo somos hombres de baloncesto (leí su libro sobre la Historia del Baloncesto en la isla de La Palma y es difícil encontrar otro más riguroso, mejor documentado y ameno). En baloncesto, como en los deportes de equipo, hay tres aspectos básicos: la técnica individual,  la destreza y la actitud. Aunque las tres facetas son importantes, la actitud es la más decisiva. En la vida ocurre algo similar. Existen tres áreas fundamentales en el perfeccionamiento personal: el conocimiento (nadie puede hacer lo que no sabe), la destreza (la capacidad de aplicar el conocimiento a la resolución de problemas concretos) y la actitud (la manera de proceder).
Como recordaba el autor hace un momento, citando una especie de axioma de mi libro Vendiendo se entiende la gente: “Nos hacemos por la razón pero nos conducimos por los sentimientos”. Históricamente la razón ha sido considerada como una cualidad de rango superior a los sentimientos, a las emociones, a las actitudes. Hoy se sabe y se admite que nuestras decisiones -hasta las más importantes- las tomamos basándonos en nuestra intuición. Es decir, que en la vida como decía W. Churchill son más importantes “las actitudes que las aptitudes”. Porque aptitud viene de apto y actitud viene de acción y todo lo que conseguimos en la vida es consecuencia de nuestros actos, que son producto de nuestra actitud.
Juan José Rodríguez en La posada de los secretos apela especialmente a los sentimientos y en la literatura como en cualquier actividad artística el autor no trasciende por lo que escribe sino por  cómo lo escribe, por lo que comunica. Lo importante es la emoción. Escribir bien no es suficiente, lo primordial es comunicar con el lector. Se ha dicho que “no hay buenos o malos escritores, sino escritores que comunican y escritores que no comunican”. La posada de los secretos es un lugar acogedor de comunicación del autor con sus huéspedes: los lectores.

El libro no es una novela o un conjunto de relatos (o microhistorias o reflexiones) al uso, en los que los personajes nos cuentan la historia. En La posada de los secretos, el protagonista es el autor, que como anfitrión y de manera intimista nos confía y revela sus sentimientos y emociones. Cuando hacemos un repaso de nuestra vida, sólo recordamos lo que nos ha hecho sentir, para bien o para mal. Luego sólo hemos vivido lo que hemos sentido. Somos, en definitiva, el resultado de los recuerdos y lo que no recordamos es como si no lo hubiéramos vivido. Por ello es tan recomendable la lectura de la obra de J.J. Rodriguez-Lewis, porque consigue que nos identifiquemos con unos sentimientos que reconocemos, con otros que descubrimos y con otros que nos inspiran nuevas emociones. De entre ellos desearíamos destacar: “la seducción de las palabras”, el mundo de los “amarillos” y, entre otros, el sentimiento del “entusiasmo”.
Sobre la “seducción de las palabras”, se puede decir que son el vehículo de la comunicación. Contrariamente al dicho popular, “las palabras se las lleva el viento”, las palabras tranquilizan, las palabras irritan, las palabras conmueven, las palabras entusiasman, las palabras acercan y las palabras distancian. Y en La posada de los secretos las palabras, doctamente elegidas, son portadoras de esas emociones. El autor ha proyectado el libro con la razón pero lo ha escrito con el corazón. Cuando el autor nos habla de los “amarillos” nos describe a ese tipo de personas que sin razón aparente, desde el primer momento, establecemos una relación fluida de interés y afecto mutuos. Esas personas que “te caen bien” y con la que estás dispuesto a sincerarte y con las que uno se encuentra a gusto. Una relación interpersonal que surge más del sentimiento que de la razón.
Y, por fin, el entusiasmo: ese sentimiento, que ya los griegos definían como “una llama de furor divino”, y que se ha considerado “como el deseo vehemente de ver las cosas en positivo”, recogido en el ejemplo tan traído del vaso lleno a la mitad y que unos ven medio lleno y otros medio vacío. Ambos tienen la misma  razón para mantener su punto de vista. Es, pues, una elección libre y legítima. Lo que ocurre es que unos focalizan su atención en los aspectos negativos y otros se centran en lo positivo. Mientras los primeros, que critican, condenan y se quejan, se paran; los segundos, los entusiastas, actúan. “Dame un entusiasta y te devolveré un triunfador”. Pero no se nace entusiasta, sino que se hace uno entusiasta. Y a fuerza de querer ver las cosas en positivo, los entusiastas no sólo consiguen más logros sino que llegan a ser más felices.
Se dice que las cosas que nos gustan las recomendamos a las personas que queremos. Este es un libro que me gustará que lo lean primero mis hijos y luego mis buenos amigos. Cabe destacar también la excelente y original maquetación del libro, llevada a cabo por Tomás Rodríguez, y sorprenden las estupendas ilustraciones aportadas por Veve Rodríguez, ambos hermanos del autor. Por lo tanto, se trata de un libro de cooperación familiar, y ya sabemos que la familia es un receptáculo de emociones. Finalmente sólo me queda felicitar al autor por su excelente libro y agradecerle que nos haya abierto las puertas de esta posada,  en la que sin duda el lector encuentra y se reencuentra con sentimientos que nos hacen en realidad mejores. Gracias Juan José.
[Síntesis de su intervención en la presentación del libro La posada de los secretos, de J.J. Rodríguez-Lewis el 24 de septiembre de 2014]. 
* José Luis Martínez Gómez fue uno de los jugadores de baloncesto más destacados del país en los años 50, vistiendo los colores del Barcelona, Aismalibar, Real Madrid y Juventud de Badalona (ganó las tres primeras Ligas que se disputaron en España). Fue, además, internacional en 22 ocasiones (medalla de oro en los Juegos del Mediterráneo de 1955). Licenciado en Derecho, ha dedicado con éxito casi toda su vida a formar a directivos de grandes empresas en comunicación y ventas, haciendo especial hincapié en las actitudes y en los sentimientos. Es autor del libro Vendiendo se entiende la gente (Alba, 2012).

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