miércoles, 1 de octubre de 2014

LA POSADA DE LOS SECRETOS, por Veve Rodríguez

Hola. Buenas tardes… Muchas gracias a todos por venir a compartir esta velada con motivo de la presentación de “La posada de los secretos”, el primer libro emocional — y espero que no sea el último— de mi hermano Juan, velada que, por lo que veo, se convierte casi en una íntima reunión de amigos. ¡Qué bueno! Diego Galdino, un escritor italiano actual, dice en su novela El primer café de la mañanaque “…las bellísimas personas tendrían que encontrarse.” Y he aquí que nos estamos encontrando… ¡Qué bonito motivo!
Me ha tocado ser uno de los copresentadores de esta obra en mi triple condición de concejal del Excmo. Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma, de hermana y de colaboradora. Como concejal puedo decir que es un orgullo para Santa Cruz de La Palma, y claro está, para La Palma entera, tener hijos como Juan José: tan inquietos, tan creativos, tan formados, con tan buen hacer. La Palma siempre se ha preciado por haber contado y contar con un amplio número de ellos. Como concejal, y como hermana, también puedo decir, porque lo sé de primera mano, que este libro no ha recibido ningún tipo de subvención, que ha salido a la luz gracias al empeño de mi hermano y al gravoso sistema de autofinanciación, así que, si se hacen con un ejemplar de “La posada de los secretos”, no solo disfrutarán de una hermosa lectura, sino que contribuirán a que Juan recupere el capital invertido. Estarán pensando que se suma otra condición a la de concejal, hermana, etc., y es… la de comercial: sí, les estoy intentando “meter el libro por los ojos”… ¡Es obvio que estoy defendiendo la herencia de mi hijo en calidad de sobrino del autor!
Como colaboradora, antes de profundizar más adelante en dicha circunstancia, quiero darte las gracias, Juan, por brindarme la oportunidad de participar contigo en una de tus obras, y más en una de estas características, porque… ¡No sé si hubiera tenido capacidad para ilustrar un libro sobre Derecho Administrativo Local!
El apartado de dedicatorias de este libro tiene dos. Pone, por un lado, “A mi hermana Veve”; por otro, pone “A mis “amarillos”. Como entenderán —que una tiene su ego…—, me quedo con la parte que me dedica a mí. Ya que jamás tuve un novio que llamara a aquellos programas de radio de antaño para dedicarme una canción, ¡bien está que a una le dediquen un libro!. En cuanto a “sus amarillos”, no vayan a pensar que son unos vecinos de mi hermano nacidos en Taiwan. Para quienes desconozcan el significado de ser “amarillo”, ya descifrarán el concepto en una de las secciones de este libro, pero sucintamente puedo anticiparles que un “amarillo” es aquel o aquella con quien se crea un lazo singular desde un principio, alguien especial en tu vida, sin saber en muchas ocasiones por qué ni para qué.
¿Qué puedo decir yo de mi hermano? Obviamente, solo puedo decir virtudes, incluso siendo todo lo objetiva que pueda llegar a ser. Ha sido él quien casi me ha dado la identidad, puesto que a él le debo el apelativo de Veve. Ya imaginan lo complicado que pudo llegar a ser decir Nieves para un bebé de 20 meses, que era la edad que él tenía cuando yo vine a este extraordinario mundo, con lo cual pueden concluir que hemos crecido y descubierto el mundo prácticamente a la vez. A él también le debo que de pequeña no me cayera tanto, dado que siempre estaba pendiente de darme la mano para que no me tambaleara. A pesar de mi tamaño XL, aún lo sigue haciendo, pero no solo a mí, sino al resto de los hermanos. Creo que esto que les cuento, le define perfectamente.
Todos los que le conocemos en su faceta de periodista, investigador y escritor estábamos pidiéndole a gritos un libro de esta naturaleza. Precisamente porque también conocemos su vertiente sensible y filosófica, su manera de buscar y entender el conocimiento de la realidad y el sentido del obrar humano, su modo de llamar al espíritu de las pequeñas cosas, siempre con su corazón en la mano o, al menos, bombeando fuera del pecho. De hecho, han sido numerosas las peticiones en su blog, El bisturí, para que aunara en un libro todas aquellas de sus entradas que han sabido acariciarnos el alma.
Y decidió, supongo que tras mucho meditarlo, que sus admiradores nos merecíamos este regalo. Si se deciden a sumergirse o a “margullir”, como decimos aquí en La Palma, en las tibias aguas de “La posada de los secretos” sentirán con la lectura de cada relato, aunque no quieran y como me ha pasado a mí, cómo sus emociones se turban, cómo se les remueve el interior, cómo se les alborota el juicio… porque este libro nos invita a la reflexión, arrastra las emociones hacia afuera y ayuda a ponerles nombre, nos ayuda a reconciliarnos con nosotros mismos y con los que nos rodean, evoca instantes de nuestras infancias —la de todos: las nuestras y las de ustedes— (y son precisamente esos instantes los que nos ponen de nuevo en el sendero correcto), nos recuerda algo que habitualmente  olvidamos en el acontecer diario: y es que lo importante en la vida no es lo que tenemos, sino lo que sentimos… Somos lo que sentimos. Por tanto, este libro debería de formar parte de nuestros libros de cabecera, para frecuentar su lectura cuando nos encontremos un poco perdidos, porque nos ayuda a recuperar el equilibrio, a detenernos y profundizar en el “mundo genial de las cosas”  que dices tú mismo y que te dicen los demás.
Juan ha logrado con estos textos hacer un anuncio apasionado de aquello que da sentido y esperanza a la existencia, de aquello que nos ayuda a ser mejores personas, que al final es nuestro objetivo principal en el camino de la vida, propósito y meta que nos hace sentir realmente felices. Y como esto de las citas queda bien…, voy a contarles alguna. Robert Kennedy, senador y hermano del que fuera presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, dijo que todo lo que hace que la vida humana valga la pena es la familia, el trabajo, la educación, un lugar para criar a los hijos y un lugar para el descanso. Podemos estar o no de acuerdo, pero desde luego son elementos todos, si contamos con ellos, que nos producen sosiego. Y es en la quietud, en el reposo, cuando podemos ciertamente mirar nuestro interior y descubrir el origen de nuestras infelicidades, sin nada que nos perturbe, sin nada que obstaculice el poder elegir, el poder avanzar. Otra cita: el filósofo existencialista Kierkegaard—sí, como Faemino y Cansado, “yo leo a Kierkegaard”…, aunque cada vez menos por la presbicia— dijo que el hombre “al volverse hacia adentro descubre también la libertad”. ¡Qué importante parece entonces volverse hacia adentro!, ¿no? Pues ayudémonos de libros como este, que nos conducen a “echarnos un ojo”, a vigilarnos, a cuidarnos, a conocernos.
Entrando ahora en el continente de “La posada de los secretos”, se puede decir que es unménage à trois, una obra de tres, un triángulo creativo-familiar, cuya impronta es por completo “Rodríguez Rodríguez”. De este modo, es un libro que tiene un código genético absoluto y único, puesto que, probablemente, transmite muchos de nuestros caracteres heredados y de esos valores que siempre nos inculcaron papá y mamá (mamá todavía nos dice al salir: ¡Ya saben, seriecitos y con fundamento!… ¡Y cualquiera se atreve a no hacerle caso, que va armada con un bastón!).
El protagonista, la estrella, el actor principal de este libro es mi hermano Juan, sin duda. Pero para el nacimiento de este libro quiso contar con algunas ilustraciones de esta tímida y primitiva aprendiz de dibujante, que no sabe pintar sino a mano alzada y con las herramientas más rudimentarias, es decir, como en la E.G.B.: con lápiz, goma, rotring y crayones. Les aseguro nuevamente que la edición de este libro no ha sido subvencionada. He ahí la causa, y no por arte de birlibirloque, por la que mis ilustraciones, originalmente en color, pasaron a ser en blanco y negro. Mantenerlas a color triplicaba el coste de la edición y no está el bolsillo para esos menesteres. Mejor así, ¡los daltónicos no se volverán locos! Parece claro que quien mejor dibuja en la familia es nuestro hermano Tomás —que para eso nuestros padres se gastaron las “perritas” pagándole la carrera de Bellas Artes—. Así que, cuando Juan me dijo que deseaba que yo lo ilustrara, le respondí de inmediato que Tomás lo haría infinitamente mejor. Él también lo sabía. Sin embargo, creo que él buscaba precisamente mis trazos temblorosos —ya estoy viejita y me tiembla el pulso—, de rasgos sencillos, y fundamentalmente la cristalización de sus emociones en imágenes tras haberlas hecho mías. Buscaba en mis dibujos, quiero creer, la visión femenina de sus escritos, y eso exactamente es lo que he querido transmitir: con el ovillo de hilo rojo que se enrosca en el árbol de las emociones, igual que nos enroscamos a aquellos que nos abren su alma; con los mechones del cabello de la niña, que se convierten en palabras hermosas, porque las palabras seducen nuestros corazones tras colarse por nuestra razón;  con la ristra de los típicos monigotes del Día de los Inocentes, encadenados por el hechizo de la afinidad insólita, esa atracción gravitatoria mutua que nos hace reconocer en el otro a uno de nuestros “amarillos”; con los peces de colores que mantienen en su memoria lo realmente importante de sus vidas, porque es la memoria la base del aprendizaje, sobre todo del emocional; con la rosa de los vientos, que nos orienta en el viaje hacia adentro de nosotros mismos; y con las vieiras, los milladoirosque van señalizando el Camino de Santiago —que para nosotros son simples “montañitas” de piedras, pero llamándolas milladoiros suena mejor— y la señal de cruce de caminos…, porque las vieiras son el símbolo de los peregrinos —¡qué es la vida, sino una peregrinación! Ese andar por tierra extrañas…— y representan, a modo de dedos, las obras buenas que hemos hecho hasta  llegar al final del viaje, de nuestro viaje personal; porque los milladoiros son señales que otros van dejando a su paso —como aquellos que pasan por nuestras vidas dejando una huella imborrable—; y con la señal del cruce de caminos, porque la vida nos va colocando en determinadas encrucijadas en las que habría que decidir con el corazón, pero en las que decidimos con la conciencia, auto-invadiéndonos a la larga, y a la corta, de remordimientos.
Sin embargo, esta obra estaría coja si no hubiera bregado también de un modo impecable nuestro hermano Tomás con el diseño, la maquetación y las ilustraciones de la portada y la contraportada, soberbias labores todas donde sintetiza el auténtico contenido de “La posada de los secretos”…, que, al final, no es otro que un viaje hacia el centro de nosotros mismos, bajando y subiendo por las escaleras de nuestras inquietudes y afectos, permitiendo salir primero para luego poder entrar, como en el tranvía o como en las guaguas —bueno, la gente educada…, que maleducados hay en todos lados—. Tomás ha sabido jugar de una manera hermosa con su diseño, obligando al lector a deslizarse sutilmente por el libro, del mismo modo que Juan le obliga a adentrarse en sus lugares más íntimos. Para ello, Tomás utiliza en su diseño la escalera como un delicado juego de subidas y bajadas, de entradas y salidas, tanto con la escalera de la portada como con el inteligente juego de ascensos y descensos que logra con los títulos de cada relato. Un juego que pone de manifiesto la admirable creatividad y astucia que posee nuestro hermano  más pequeño. ¿Han visto qué familia tengo?.
No puedo concluir sin citar a Nieves Rosa Arroyo, a Ana Isabel Núñez y a José Luis Martínez, aquí presentes. Y digo aquí presentes, aunque Ana parezca ausente…, pero estoy segura de que con sus artes Reiki ha sido capaz de trasladarse hasta aquí y estar ahora entre nosotros. Tengan cuidado si sienten un susurro en el oído que diga: “En ocasiones, veo libros de Juan José”. Seguro que es Ana. No sé qué tipo de relación une a José Luis con mi hermano, ni cuán profunda es, pero si está aquí es porque evidentemente les une un vínculo intenso. Discúlpame, José Luis, por no poder dedicarte más amplias palabras. En cuanto a Nieves y a Ana, sí que puedo contarles que, sobre todo, ambas son excelentes amigas de Juan; creo que incluso, siendo atrevida, puedo decir que son dos “amarillas” del autor. Dos guardianas de las puertas de las emociones, dos madrinas mágicas, dos hadas madrinas que exorcizan los malos espíritus de cualquiera. De hecho, ambas tienen profesiones relacionadas con la sanación del ser humano: Nieves, médico (además de cargo público actualmente); Ana, maestra de Reiki (además de escritora y editora). Resulta, al menos, peculiar que ambas se dediquen a profesiones en las que se preocupan y ocupan en y por la gente, y lo hacen con sus almas entusiastas, con vocación, con amor, como hay que hacer las cosas. Son dos buenas personas.
Sin duda, mi hermano Juan ha sabido acompañarse en el viaje de su vida. Muchas gracias.
* Transcripción de su intervención en la presentación del libro “La posada de los secretos” (J.J. Rodríguez-Lewis) en Santa Cruz de La Palma el 24 de septiembre de 2014. Nieves Pilar (Veve) Rodríguez es diplomada en Magisterio, técnica de gestión presupuestaria y concejal del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma. Es autora de las ilustraciones del libro.

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