domingo, 23 de marzo de 1986

LA SEMANA SANTA PALMERA I

J.J. Rodríguez-Lewis*
Publicado en Diario de Avisos, el 23 de marzo de 1986 (lo recoge también el libro "Apuntes sobre la Semana Santa de Santa Cruz de La Palma, 2005)


Hace apenas dos semanas veía la luz pública el cartel conmemorativo de la Semana Santa lagunera. Este cartel, amén de ser distribuido por multitud de establecimientos –públicos y privados- de la isla de Tenerife, lo iba a ser por el resto de las islas e, incluso, por diversos puntos de la geografía peninsular. Como complemento a este “fetiche anunciador” iban a aparecer –ya habrán aparecido- una serie de programas de mano, que informarían detalladamente de los entresijos y manifestaciones más importantes que conforman “la Pasión y Muerte de Jesucristo” de la ciudad de los Adelantados.

Además, es algo palpable un año tras otro que los medios de comunicación de la provincia se vuelcan con este “espectáculo religioso y artístico”, conmemorado en la ciudad titular de la diócesis y en otros municipios tinerfeños (La Orotava, Icod,...), que lo hacen con menor fastuosidad pero con variopinta delicadeza.

Todo esto me hizo meditar, pensar profundamente sobre nuestra Semana Santa. En lo devocional no me meto, pero artísticamente superior sin duda a la lagunera y, por ende, a cualquier otra de las conmemoradas y celebradas en Canarias. Sin embargo, nuestra Semana Santa no ha recibido el mismo trato informativo que la anterior. Es más, podríamos afirmar que no ha recibido trato informativo alguno. Si bien es cierto, que tampoco las entidades político-administrativas de nuestra isla apenas han impulsado a niveles, al menos regionales, el conocimiento de “nuestra Pasión y Muerte de Cristo”. Que tan sólo unos superficiales “horarios” de misas y procesiones que reparten las parroquias constituyan el “bloque informativo” de una Semana Santa sin parangón en el archipiélago es, amén de lamentable, incomprensible.

La contrastada categoría artística de nuestros pasos procesionales (lo mejor del orotavense Estévez del Sacramento está en Santa Cruz de La Palma), la actual proliferación de cofradías y hermandades, el adecuado recogimiento de las calles de una ciudad con una historia que muchas quisieran para sí, el aire desapacible de la primavera palmera,... constituyen un espectáculo digno de presenciarse “in situ” para todas aquellas personas ávidas de manifestaciones de este tipo. El derramar musical de “Jesús preso” o del “Cristo de la Sangre” no hacen más que poner la tilde a lo que ya de por sí es impresionante –el revivir mediante tallas e imágenes de una categoría excepcional la Pasión y Muerte de Jesús de Nazaret-.

Ya apunté antes, que no quería entrar aquí a valorar o interpretar el complejo y, a la vez, comprometido mundo de “lo religioso” (evidentemente algo casi imposible por el tema que trato). Tampoco es mi propósito. Empero, quiero resaltar siquiera el profundo y auténtico fervor popular que se siente en nuestra capital por determinados pasos procesionales (el del “Señor de la Piedra Fría”, verbigracia), o la emoción contenida que derrama la celebración, por ejemplo, de la Vigilia Pascual en la parroquia de San Francisco de Asís.

En cuanto a la categoría artística de nuestra imaginería, tan sólo haré una relación somera que confirmarán mis palabras anteriores (dada la excepcionalidad de nuestras imágenes, se trata, sin duda, de un tema para especialistas y, desgraciadamente, no me cuento entre ellos). En primer término, sobresalen con nitidez manifiesta las imágenes de vestir y las tallas del mentado Fernando Estévez del Sacramento (neoclásicas, siglo XIX): el “Señor del Perdón y San Pedro” (Lunes Santo), el “Nazareno” (Miércoles Santo), la “Magna Dolorosa” (Miércoles y Viernes Santo), entre otras. En segundo lugar, destacaríamos la magnífica imagen del “Señor de la Caída” (barroca, siglo XVIII) del imaginero andaluz Hita y Castillo, autor putativo de “La Macarena” sevillana (Miércoles Santo). En tercer término, la obligada mención a las tallas flamencas del siglo XVI de “La Piedad” y del “Cristo del Amparo” (ambas del Viernes Santo) y al “ecce homo” traído de “Indias” (también del siglo XVI) que personifica al “Señor de la Humildad y la Paciencia”, se trata, de todos es conocido, del “Señor de la Piedra Fría” (Jueves Santo). En cuarto y último término, la alusión a nuestra estricta imaginería, la de los autores palmeros, de entre los cuales destaca Marcelo Gómez de Carmona (siglo XVIII) que, a pesar de todo el tiempo que permaneció en Venezuela, dejó buena muestra de su hacer con el expresivo “Cristo de las Siete Palabras” que, lamentablemente, hoy no sale de su templo. Antaño nos despertaba a las siete de la mañana del Viernes Santo. La razón de la desaparición de tan popular paso procesional es hoy todavía ignorada (al menos para mí, la escasa asistencia de feligreses y curiosos no es motivo alguno). Otros autores palmeros y no palmeros se dejan sentir en nuestra Semana Santa, son los casos de Domingo Carmona, José Aníbal Rodríguez Valcárcel, Ezequiel de León, Aurelio Carmona López, Manuel Hernández “el Morenito”, Francisco Palma (autor del recién llegado “Cristo yacente”) e, incluso, nuestro añorado Padre Díaz.

Durante el “lento” desarrollo de nuestra Semana Santa, los templos de El Salvador, San Francisco de Asís, Nuestra Señora de las Nieves, Santo Domingo de Guzmán, Nuestra Señora de la Luz, Hospital Nuestra Señora de los Dolores y Nuestra Señora de la Encarnación se convierten en los verdaderos polos de atracción de la capital palmera, del devoto y del agnóstico, del religioso y del pagano. A unos les atrae la fe, un fervor inusitado; pero, desde luego, a todos les atrae la curiosidad, la contemplación de una soberbia imaginería, el “revivido espectáculo” que un año sí y otro también hace dudar a las mentes más radicales del ateísmo y del agnosticismo.

No quiero terminar sin resaltar la profunda emoción y la extraña inquietud que se respira cuando el retumbar de los tambores anuncian que Cristo, o su Madre, o acaso el Evangelista, están saliendo del templo que los cobijan a hombros de la feligresía (¡es vergonzoso que este hecho esté remunerado!) para dar fe –con su vida- de su servicio al Padre. Una marcha lenta, a los compases de “Cueva Santa”, de “Amor Eterno”, de “Nuestro Padre Jesús”, o de cualquier otra clásica marcha de la “Pasión y de la Muerte de Jesucristo”, que conmociona, que entristece, que sobresalta, que enfurece,... Cuando nuestro “Señor de la Piedra Fría” penetra impasible en la estrechez extrema de la calle Trasera, acompañado de cofrades, hermanas de la Virgen, estandartes y cruces altas y de un gentío impresionante, el mundo de la ciencia y de la tecnología avanzada que vivimos desaparece como por ensalmo. Sólo existe congoja, esperanza en la resurrección, crispación o rechazo, pero nunca indiferencia.

En definitiva, los palmeros tenemos, sin duda, la mejor Semana Santa de Canarias y aún no nos hemos dado cuenta.
* 19 años

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