domingo, 31 de mayo de 1992

LA JUVENTUD NO ES FÁCIL

J.J. Rodríguez-Lewis
Publicado en La Gaceta de Canarias, el 31 de mayo de 1992

Hasta hace realmente muy poco tiempo, la juventud, o todo aquello relacionado con ella, era uno de los temas que con más frecuencia trataba en mis artículos, por no decir el que más. Las aventuras y desventuras de mi generación eran asiduamente reivindicadas por el que suscribe, llegando incluso a crear un boletín juvenil y a colaborar de forma comprometida en una revista de juventud de carácter regional durante los años que estudié en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Laguna.

Hoy, la verdad, vuelvo a este tema (“tan querido y tan llorado”) desde lo que podríamos llamar una especie de proximidad lejana; lejanía que viene dada no precisamente por mis veinticinco años, sino por haber superado los tiempos de Facultad y haberme incorporado, con mucho sacrificio y suerte, todo hay que decirlo, al exiguo mercado de trabajo, porque, obviamente, de resto sigo participando activamente en todo lo bueno y malo que significa ser joven.

La frase que encabeza este artículo, es decir, la afirmación de que la juventud no es fácil, creo humildemente que la suscribiríamos todos. Ya hace algunos años que el tristemente desaparecido Martín Descalzo apuntaba certeramente en la revista de ABC Blanco y Negro lo siguiente: “La verdad es que siempre ha sido cosa difícil hacerse hombre”. En este sentido, nadie podrá negar que los problemas que nos aquejan (la encuesta que el domingo pasado publicaba este mismo medio resulta clarificadora), desde lo que los romanos denominaban la conversión en púber del muchacho impúber, constituyen un compendio auténticamente leonino. Las alteraciones fisiológicas y de la sexualidad, las desventuras de Eros, los estudios que comienzan a ser cada vez más exigentes (con la Universidad como telón de fondo), nuestras opiniones que ya demandan atención, el conflicto permanente padres-hijos elevado a la máxima potencia, un futuro que se torna encrucijada, las drogas y demás sucedáneos... no consagran una supervivencia excesivamente motivadora. Pero aun así, lo peor de todo es la sensación de aparente vacío que actualmente parece rodear nuestra existencia.

El propio Martín Descalzo en el mismo artículo al que ya he hecho referencia, y en parangón con la juventud de hace cuarenta años, se preguntaba cuál de las dos juventudes era preferible: “Los jóvenes de mi tiempo”, decía, “veíamos como la realidad devastaba nuestros ideales. Pero, ¿y los muchachos de ahora? ¿Podrán al menos permitirse el lujo de engendrar unos ideales o no tendrán ya nada que devastar porque les dieron una realidad ya previamente desposeída de esperanza? ¿No es acaso preferible sufrir la muerte de una esperanza a no haberla tenido?”. Es lo mismo que cuando nos preguntamos: ¿No es mejor haber amado, aunque nuestro amor no hubiese sido correspondido, que no haberlo hecho? Son muy duras, de veras, esta sucesión de preguntas retóricas. No obstante, un joven optimista como yo -y como también lo era el padre Martín Descalzo-, no puede permanecer callado ante ese vacío, ante esa falta de esperanza que parece envolver y aletargar el corazón de los jóvenes y, por ello, reivindico la existencia de compañeros (jóvenes) dispuestos a subirse encima de la realidad, absolutamente seguros de que, en definitiva, puede perderse todo o casi todo, pero no esa pretensión de quien está dispuesto a edificar su propio futuro, cueste lo que cueste.

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