domingo, 7 de junio de 1992

SOLIDARIDAD ENTRE LAS ISLAS

J.J. Rodríguez-Lewis
Publicado en La Gaceta de Canarias, el 7 de junio de 1992

Cuando los canarios (de la isla que sea) viajamos a la Península y nos preguntan de dónde somos, instantáneamente respondemos que de Canarias, no de Gran Canaria, de El Hierro o de Lanzarote. En muy contadas ocasiones, al peninsular le interesa si somos de La Palma, de La Gomera, de Tenerife o de Fuerteventura, por citar ya a todas nuestras islas. La razón es sencilla: los foráneos del archipiélago, a pesar de ser conscientes de la realidad insular canaria como conglomerado disperso, nos ven como una región muy unida.

Esa lúcida visión, la de peninsulares y extranjeros, es, claro está, la que con mayor razón debemos tener nosotros, los propiamente canarios. Tenemos, pues, que entender nuestra tierra como algo compacto, como si la mar se hubiera evaporado o las corrientes marinas nos hubiesen arrastrado hasta unirnos en una única isla. Esa es la idea y, aunque potenciemos las particularidades individuales de cada isla, debemos ponernos a trabajar en perfecta unión, comulgando con la esperanza que nos revierta felicidad común y cooperando en todos aquellos entresijos que nos lleven con mayor prontitud a las metas que todos los canarios anhelamos.

Hemos de olvidar viejas rencillas, egoísmos particularistas, pueriles envidias, afanes centralistas y todo ese extenso rol de subversiones separatistas (insularistas) que nos llevarán irremisiblemente al caos como archipiélago y como realidad humana concreta. La solidaridad, la adhesión en una causa común, la ayuda mutua, son palabras entreabiertas de muchos canarios, que otros (muy pocos) intentan cerrar cegados por la ambición personalista y por la inconsciencia de región.

Como en un atlas, donde parece que Fuerteventura ofrece su brazo amigo a las demás islas (Jandía), debemos todas las islas hacer lo propio en la realidad y buscar juntos las posibles salidas que existen a los graves problemas que tiene planteados hoy la sociedad canaria, para de esta forma conseguir un bienestar duradero nacido, repito, de una comunión (en todos los aspectos) entre las islas.

Hablamos, entonces, de solidaridad, entendida como obligación en común, no como simple adhesión circunstancial. Maravilloso vocablo para una agreste y complicada praxis supeditada a los intereses de unos cuantos necios sin mentalidad alguna de cooperación, de mutua unión, que continuamente están poniendo de manifiesto la voluntad inframinoritaria de nuestro pueblo. A éstos dejémosles que se pierdan en su camino laberíntico, y nosotros, la gran mayoría, debemos hacer efectiva la solidaridad, de Orchilla a Montaña Clara, con la amistad como bandera y sin obstruccionismos particularistas, abogando todos juntos por unas islas por siempre entrelazadas por el amor y el cariño más sinceros.

A las mayores les costará más, pero al fin tendrán que ceder y empujar a las menores, porque así evolucionaríamos al unísono y con conciencia de grupo. Sería precioso que parafraseando a Azorín alguien dijera: “Una nueva generación ha llegado, hay en ella más esperanza, más amor, una mayor mentalidad solidaria. Son los que en este núcleo forman Tenerife, Fuerteventura, La Palma, Gran Canaria, Hierro, Lanzarote, Gomera y la pequeña Graciosa. Entienden el espíritu de vida en común. ¿Han perdido personalidad?” No, la han ganado. Sólo huyen de personalismos trasnochados y de programas jactanciosos nacidos de una complejidad incomprensible.

Es nuestra obligación, por tanto, estrecharnos fielmente las manos y jurarnos a nosotros mismos la misión primorosa de sincera solidaridad que hemos de emprender. Que el día de Canarias que celebramos la semana pasada no sea únicamente una fecha en el calendario.
 
[1] (una 1ª versión se publicó en Diario de Avisos en 1983)

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