domingo, 5 de julio de 1992

LAS ISLAS OTRAS

J.J. Rodríguez-Lewis
Publicado en La Gaceta de Canarias, el 5 de julio de 1992
Cuando la actualidad y la historia de nuestro archipiélago está marcada por una enconada lid entre nuestras hermanas mayores, surge, impávida, la imperiosa curiosidad acerca de las menores hermanas, aquéllas del olvido, la subestimación y el ostracismo. Aquéllas que parecen participar de la realidad canaria desde una posición meramente intrahistórica, aunque sientan, y padezcan incluso, los recelos estúpidos e incesantes entre sus hermanas de sangre, de corazón y de esperanza.

Paladines igualmente del "perfume afortunado", las islas otras han de soportar encarecidamente, aún hoy, el sufrimiento de una agonía por desarraigo, por un apartamiento injusto de la realidad presente, cuyos protagonistas, repito, se zambullen egoístamente en un enfrentamiento omnímodo y, perdonen el léxico jurídico, sinalagmático.

Sin embargo, las islas otras subsisten, sobreviven, y aunque parezcan únicamente asistir como meras observadoras de primera fila al esperpéntico espectáculo que ofrecen día tras día sus hermanas pseudoprimogénitas, subyace en ellas un hermoso deseo de paz y de reencuentro, apoyado en la estima, en la consideración como parte activa de un presente crítico y de un futuro por lo menos incierto y en la ilusión compartida de concordia, comunión y solidaridad.

Lanzarote y Fuerteventura, solamente recordadas cuando de turismo o de César [Manrique] se trata; La Gomera, la que únicamente los chistes la hacen permanecer en los membretes de los canarios; El Hierro, la menor hermana en palabras de Gil Roldán, y la más intrascendente y subestimada, añadiría yo; y La Palma, "la bonita", "la verde", pero también la denostada y la agraviada, entre otros participios (la política de TVE-C es prueba suficiente), conforman una realidad atrayente ennegrecida por la hojarasca de dos islas.

No obstante, las islas otras no son pañuelo de plañideras, ni tan siquiera congojas de ajusticiados; son, lo más, frustrados centuriones de la acción, por el momento, condescendientes a la voluntad de las mayores, pero, a medida que los acontecimientos se desarrollan, se hace más fuerte en ellas la insatisfacción congénita, el justo anhelo de coprotagonizar la historia del archipiélago, el desarraigo de unos isleños que como simples maniquíes se han resignado estoicamente a los menhires del Teide y Bandama.

Es de justicia, pues, que el destino de la región lo fabriquen las mayores, manumitiendo, liberando de su esclavitud infundada, a las menos alimentadas por la pérfida codicia, elaborando todas al unísono ese futuro agreste, complicado y peculiar que unas islas, a caballo entre tres continentes, han de soportar, eludir y tomar.

Ahora bien, cuando los medios de comunicación de las islas (la televisión, sobre todo) manifiestan una actitud de marginación total y absoluta para estas islas, se oscurece la esperanza regeneradora de la ilusión y justicia mentadas; a pesar de todo, conejeros, majoreros, gomeros, herreños y palmeros confían todavía en que esa perturbación centralista desaparezca y, con ella, la desafortunada terminología de "islas periféricas".

Hoy, simplemente son las "islas otras", aquéllas, repito, del olvido, la subestimación y el ostracismo. Constituyen, como diría el poeta, "los desvanes de nuestro hábitat"
[1] (una 1ª versión se publicó en Diario de Avisos en 1983)

No hay comentarios:

Publicar un comentario