Publicado en La Gaceta de Canarias, el 27 de septiembre de 1992
Es conocida la importante disminución del hábito epistolar. Razones de supervivencia frenética, escasez de tiempo, inexistencia del encuentro con uno mismo, y aún menos con el otro, superficialidad en las relaciones humanas, etc., parecen justificar tan importante mengua. No obstante, la carta todavía mantiene muchas de sus premisas. Reflexión y expresión sincera del sentimiento podrían definir las dos dimensiones más sobresalientes de la misiva, así como instrumento de sociabilidad.
Reflexión, actividad mental dispuesta, en este caso, en torno al intercambio de experiencias, de acontecimientos, que logra superar ampliamente al teléfono en la preservación de las amistades. Esto, sin duda, y yo mismo puedo dar fe de ello.
Casi todos nosotros hemos conocido a muchísima gente, a veces profundamente, en un lapso relativamente corto de tiempo. Lo hemos hecho gracias a un seminario, un campeonato deportivo o un viaje organizado, por poner sólo tres ejemplos. A la mayoría no la volveremos a ver, fundamentalmente porque ya nunca más intentaremos ponernos en contacto con esas personas, incluso en aquellos casos en los que estas nos han dejado un recuerdo imborrable, un poso de sentimientos gratos. Y, claro está, dejar que esta gente desaparezca de nuestra vida es una absoluta estupidez. Para que esto no suceda, la carta juega un papel decisivo. Gracias a ella podemos mantener un buen número de estos amigos. La relación es paciente y espaciada, pero permanente y lisonjera. Cualquiera que reciba una de estas cartas -estoy convencido-, disfrutará de un día la mar de feliz.
Pero, obviamente, para recibir cartas, hay primero que escribirlas. Con ello, no sólo mantendremos amistades inolvidables, sino que también contribuiremos a mejorar nuestra exposición escrita nuestra redacción, así como disfrutaremos de un intercambio enriquecedor y gozoso, que ni Cándido Velázquez ni la línea erótica mejorarían. Comprobadlo.
Es conocida la importante disminución del hábito epistolar. Razones de supervivencia frenética, escasez de tiempo, inexistencia del encuentro con uno mismo, y aún menos con el otro, superficialidad en las relaciones humanas, etc., parecen justificar tan importante mengua. No obstante, la carta todavía mantiene muchas de sus premisas. Reflexión y expresión sincera del sentimiento podrían definir las dos dimensiones más sobresalientes de la misiva, así como instrumento de sociabilidad.
Reflexión, actividad mental dispuesta, en este caso, en torno al intercambio de experiencias, de acontecimientos, que logra superar ampliamente al teléfono en la preservación de las amistades. Esto, sin duda, y yo mismo puedo dar fe de ello.
Casi todos nosotros hemos conocido a muchísima gente, a veces profundamente, en un lapso relativamente corto de tiempo. Lo hemos hecho gracias a un seminario, un campeonato deportivo o un viaje organizado, por poner sólo tres ejemplos. A la mayoría no la volveremos a ver, fundamentalmente porque ya nunca más intentaremos ponernos en contacto con esas personas, incluso en aquellos casos en los que estas nos han dejado un recuerdo imborrable, un poso de sentimientos gratos. Y, claro está, dejar que esta gente desaparezca de nuestra vida es una absoluta estupidez. Para que esto no suceda, la carta juega un papel decisivo. Gracias a ella podemos mantener un buen número de estos amigos. La relación es paciente y espaciada, pero permanente y lisonjera. Cualquiera que reciba una de estas cartas -estoy convencido-, disfrutará de un día la mar de feliz.
Pero, obviamente, para recibir cartas, hay primero que escribirlas. Con ello, no sólo mantendremos amistades inolvidables, sino que también contribuiremos a mejorar nuestra exposición escrita nuestra redacción, así como disfrutaremos de un intercambio enriquecedor y gozoso, que ni Cándido Velázquez ni la línea erótica mejorarían. Comprobadlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario