Publicado en La Gaceta de Canarias, el 11 de octubre de 1992
Llegué a mi casa absolutamente rendido. El trabajo, aquel día, había sido extenuante, así que apenas probé bocado, cogí la toalla y me fui a la playa. Necesitaba escuchar el rumor de las olas y, además, un buen chapuzón venía muy bien al cuerpo estresado y cansino que traía. La hora, cerca de las cuatro de la tarde, y la época, noviembre, justificaban la cantidad minúscula de personas que en aquella playa se daban cita. Recostado sobre la arena, me dormí.
De pronto noté cerca de mí un suspiro. Un suspiro tenue, como una brisa. Diría más, tenía impronta de ternura. Junto a la ventana de un apartamento próximo, una crisálida silueta se esforzaba en pasar inadvertida. A su pesar -imaginaba-, percibía que miraba al cielo, a los hindúes pabellones lejanos. Se le adivinaba una tímida sonrisa, aunque de súbito escondía su cara, aprovechando la vaga presencia de la oscuridad, y volvía a mirar al cielo. Parecía un icono postrado en un altar de cualquier templo más allá de Constantinopla.
Enseguida, me acerqué a ella desde el sitio donde yacía. Me miraba, mas no sonreía. Lágrimas centelleantes se habían acumulado alrededor de sus retinas, de sus ojos azules de mar adentro. Le hablé, rompiendo el silencio vespertino. Pero mis palabras brotaron medrosas, como si temieran asustarla y provocar su ausencia, bajo pena de mi desesperación.
No contestaba mis interpelaciones, pero se acercaba. Llegamos, incluso, a estar frente a frente, fundiendo nuestros ojos en una mirada enternecedora –seguía llorando-. Luego, sus labios vacilantes se postraron junto a los míos. Alargué mi brazo derecho y seguí su tez blanquecina bañada lágrima a lágrima. Al instante, me besó, y aprecié al tiempo lo divino de nuestra existencia: habíamos cerrado los ojos, abandonándonos, saliéndonos de nosotros mismos. Aquel beso, además, aparentó eternizarse.
Al fin, sentí sus labios apartarse comedidamente de los míos. Abrí los ojos y, sorprendido, comprobé que ya no estaba. Sin razón alguna, instintivamente, miré al cielo. Me pareció entrever su cara en una estrella.
* La foto de la "Muchacha en la ventana" de Dalí extraída de http://www.terra.es/personal/asg00003/dali/ventana.html
Llegué a mi casa absolutamente rendido. El trabajo, aquel día, había sido extenuante, así que apenas probé bocado, cogí la toalla y me fui a la playa. Necesitaba escuchar el rumor de las olas y, además, un buen chapuzón venía muy bien al cuerpo estresado y cansino que traía. La hora, cerca de las cuatro de la tarde, y la época, noviembre, justificaban la cantidad minúscula de personas que en aquella playa se daban cita. Recostado sobre la arena, me dormí.
De pronto noté cerca de mí un suspiro. Un suspiro tenue, como una brisa. Diría más, tenía impronta de ternura. Junto a la ventana de un apartamento próximo, una crisálida silueta se esforzaba en pasar inadvertida. A su pesar -imaginaba-, percibía que miraba al cielo, a los hindúes pabellones lejanos. Se le adivinaba una tímida sonrisa, aunque de súbito escondía su cara, aprovechando la vaga presencia de la oscuridad, y volvía a mirar al cielo. Parecía un icono postrado en un altar de cualquier templo más allá de Constantinopla.
Enseguida, me acerqué a ella desde el sitio donde yacía. Me miraba, mas no sonreía. Lágrimas centelleantes se habían acumulado alrededor de sus retinas, de sus ojos azules de mar adentro. Le hablé, rompiendo el silencio vespertino. Pero mis palabras brotaron medrosas, como si temieran asustarla y provocar su ausencia, bajo pena de mi desesperación.
No contestaba mis interpelaciones, pero se acercaba. Llegamos, incluso, a estar frente a frente, fundiendo nuestros ojos en una mirada enternecedora –seguía llorando-. Luego, sus labios vacilantes se postraron junto a los míos. Alargué mi brazo derecho y seguí su tez blanquecina bañada lágrima a lágrima. Al instante, me besó, y aprecié al tiempo lo divino de nuestra existencia: habíamos cerrado los ojos, abandonándonos, saliéndonos de nosotros mismos. Aquel beso, además, aparentó eternizarse.
Al fin, sentí sus labios apartarse comedidamente de los míos. Abrí los ojos y, sorprendido, comprobé que ya no estaba. Sin razón alguna, instintivamente, miré al cielo. Me pareció entrever su cara en una estrella.
* La foto de la "Muchacha en la ventana" de Dalí extraída de http://www.terra.es/personal/asg00003/dali/ventana.html
Para mi "ANGEL" del cielo, que sin existir todavía el dia que esto se publicó, el universo ya sabía que JJ plasmaría con estas maravillosas palabras la visita en sueños que me hiciste a los pocos de días de "partir" .....y lo leería y daría las infinitas gracias por ello...
ResponderEliminarGRACIAS, MI PEQUEÑO ANGEL