J.J. Rodríguez-Lewis
Monición para la Misa de la Cofradía de Nuestro Señor del Huerto, Domingo de Ramos de 1997
Cuando hace ya diez años algunos de nuestros compañeros que aún permanecen fundaron esta Cofradía y escogieron el nombre de "Nuestro Señor del Huerto", a instancias de nuestro añorado cura D. Juan Pérez Álvarez, al que hoy recordamos emocionados, no imaginaron que quizás Dios y don Juan nos reservaban este nombre premeditadamente, sobre todo, para una Hermandad de costaleros o cargadores.
En Getsemaní, Jesús está solo para enfrentar la muerte y para vencerla, llevando sobre sí el destino de todos los hombres. Ve toda la maldad de los hombres que lo maltratarán o dejarán que lo maltraten. Y ve detrás de ellos el Poder de las Tinieblas. En ese momento Jesús es "hombre de dolor", conocedor de todos los quebrantos, hecho una misma cosa con el pecado. Carga con toda la maldad de los hombres, que deberá pagar con su muerte y, ante su Padre, siente una tristeza de muerte.
Y precisamente eso es los que nos sucede a nosotros cuando nos encontramos bajo las andas de cualquier imagen de esta Parroquia. Cuando cada paso comienza a ser una etapa durísima, y cada inclinación del terreno, casi un suplicio. Así, como Cristo, nos convertimos en "hombres de dolor", y cargamos, como en el Huerto, con toda la maldad que podemos redimir con esta, que no deja de ser, exigua penitencia.
Jesús va repitiendo una sola frase que expresa la más perfecta oración: "Padre, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya". Misteriosa agonía del Hijo de Dios. Él, que dio a muchos mártires suyos fuerza sobrenatural para enfrentarse impávidos con el suplicio, quiso reservarse a sí mismo, por algunos momentos, toda la debilidad humana. Por eso, no debemos preocuparnos cuando temamos o nos sintamos débiles, bien bajo el paso o bien en el devenir diario; también Jesús se sintió débil y temeroso en Getsemaní, y conoció el silencio de Dios; pero no debemos dudar: él nos mantendrá firmes.
Por eso, cuando más de dos horas después de haber salido alcanzamos nuevamente el templo del que partimos, en el momento de los últimos pasos, en la hora de los postreros esfuerzos, y pese al cansancio y al sufrimiento, un sentimiento de gozo se apodera de nosotros. Al menos, durante ese tiempo, hemos sido "hombres de dolor"
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