lunes, 5 de enero de 2009

SIN PALABRAS...


En un recóndito lugar de nuestro planeta, un pueblo se esforzaba por pasar inadvertido. Era un pueblo, como diría Fray Luis de León, apartado "del mundanal ruido”, resultado de un absentismo, casi una diáspora, en progreso constante. Un pueblo grácil, de gente campechana y jovial como poca. Una aldea, además, tupida de vergeles. Su nombre: ¡qué más da su nombre para esta historia! Nadie, absolutamente nadie se había fijado hasta entonces en él (si exceptuamos a sus propios vecinos), hasta que ocurrió un suceso sin precedentes en la localidad y en su comarca, donde esta aldea no era más que un minúsculo reducto de la convivencia social.

Cierto organismo –me contaban- quería colocar un poste de teléfonos donde habitaba un árbol, un fresno blanquecino. Ante aquel atropello, los lugareños se levantaron de manera uniforme, como un solo hombre, al socaire de un cabreo generalizado. Aquello no era otra cosa que una aberración –afirmaban-. Pronto instalaron la mayor parte de sus enseres a la suave sombra del fresno blanquecino, con la ingenua intención de impedir que la conocida sentencia se consumara. No había comunicación, no podía haberla. Ni utilizaban el mismo código ni disponían del mismo canal para entablar la comunicación necesaria.

Los pueblos convecinos se jactaban del episodio protagonizado por aquel otro, apenas una pedanía gris y diminuta. No se explicaban cómo el referido pueblo prefería el árbol –eso sí, un precioso fresno blanquecino-, a un progreso de la civilización. A caldo pusieron los habitantes de los caseríos adyacentes a los propios de aquél. Tras el citado episodio, de aquella aldea, protagonista del curioso suceso, nunca más se volvió a hablar. Regresaría –era lo normal- a su anodina, pero bella intrahistoria.

Años más tarde, un informativo de televisión volvía a hacerse eco de aquel lugar, de aquel asentamiento rural que vivía al margen de la globalización. Un escape de radioactividad de una central nuclear cercana había producido una espectacular explosión que prácticamente lo hizo desaparecer. Sin embargo, aún permanecía en pie un poste de teléfonos, que quienes habían evacuado la localidad y sobrevivían, recordaban que estaba donde anteriormente vivía un árbol, un fresno blanquecino.

2 comentarios:

  1. Qué bueno es esta afición si te sirve también para escribir historias de este tipo. Yo también lo hacía en un tiempo, aunque ya lo tengo bastante abandonado. A ver si algún domingo puedo conectarme para verlas; mientras, te escribo para animarte con la iniciativa. Un saludo.

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  2. Gracias Ángeles, no dejes de retomar la afición. Las historias las podemos colgar aquí también. Espero siga todo bien por ese Sur.

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