jueves, 24 de diciembre de 2009

NAVIDADES PASADAS, NAVIDADES PRESENTES…

Decir que “las Navidades ya no son como las de antes”, se ha convertido en una máxima un tanto fatalista y recurrente todos los años por estas fechas. Con ella, en síntesis, se quiere expresar que, en la actualidad, la Navidad es puro consumismo, que estas fiestas giran sólo y exclusivamente en torno a las compras, a una especie de fiebre por el consumo que se apodera de la población llegando a alcanzar su cénit con la pura adquisición compulsiva.

La realidad es que esto ocurre porque, poco a poco, hemos ido perdiendo los referentes. En la televisión, por ejemplo, ya no nos ofrecen aquellos fantasmas de las navidades pasadas, presentes y futuras de Ebenezer Scrooge, que consiguen humanizar al huraño y avaro viejo del cuento (“A carol chritsmas”) de Dickens, ni la tierna y emotiva historia de George Bailey en la película “¡Qué bello es vivir!” de Capra, un ejemplo de bonhomía, solidaridad y altruismo; tampoco -es cierto-, los maratonianos programas de fin de año (bueno, uno les tenía algo de querencia). A duras penas, se mantienen en parrilla el mensaje de Navidad del Rey o, en año nuevo, los saltos de esquí desde la estación de Garmisch-Partenkirchen (Alemania) o el concierto de la Filarmónica de Viena, con música de la familia Strauss, menos ligados a la tradición cristiana y, por tanto, más a salvo de un equivocado rumbo de beligerante laicismo.

Es más, aunque aún en La Palma persisten con todo el vigor las rondallas de madrugada o “de divinos” cantando un singular repertorio de villancicos, en los hogares cada vez son más escasos los árboles de Navidad o los belenes o nacimientos. El recuerdo me “castiga” (con cariño) con aquellos árboles adornados de forma un tanto hortera, con cintas de colores más propias de quienes visitan Hawai que de una costumbre cristiana de origen germano, que simboliza el Amor y la Luz y que impulsó el inglés San Bonifacio en el siglo VII. O también con la reunión familiar que en torno a su aderezo o a la confección del belén se producía, donde, pese a la edad temprana, había que consensuar ya algunas decisiones, como la ubicación del puente o el charco de papel platina para los patos o, con mayor calado, la de si los reyes de Oriente debían ponerse adorando al niño Jesús o lejos del portal, en otro mueble incluso, porque todavía faltaban muchos días para la ofrenda de los magos.

Hecha esta particular regresión, vuelvo raudo al presente, para concluir que no debemos preocuparnos porque la gente insista en comprar en estas fechas. A decir verdad, la mayoría no compra para sí mismos, sino para regalar, para obsequiar a otros. Y esto es diferente. Regalar, en fin, es una manifestación de amor, de amistad, de cariño, de solidaridad, de empatía, de agradecimiento… Mientras sea así, el sentido de la Navidad seguirá intacto. Lo único que sería deseable, sin embargo, es que cada año un poco más nuestros presentes, nuestros esfuerzos, vayan destinados a los más desdichados, a los menos favorecidos. Así el mensaje del Adviento se habría materializado en toda su extensión.

Hoy, muchas personas, emulando al personaje que interpretara James Stewart en 1946, se preocupan de aquellos que más demandan nuestra atención, prestando su colaboración, su auxilio, directamente o incorporándose a proyectos solidarios o de cooperación con el tercer mundo o con necesitados más cercanos, algunos castigados con fuerza por la crisis. Por eso, en nuestros días, la Navidad, pese a la triste ausencia de algunos referentes, no es tan distinta a la de nuestra infancia. Quizás sea más Navidad si cabe.

3 comentarios:

  1. Muchas felicidades por este magnífico blog, por estar ahi escribiendo con tanta pasión, porque nos alienta a otros a escribir, por ser tan buen amigo y mejor persona..Un fuerte abrazo

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  2. Al menos en estos dias es un pretexto para reunir a la familia, tener vacaciones y comer rico

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  3. Gracias por hacerme recordar la navidad de mi infancia. Logras hacer desaparecer el pequeño sentimiento de culpabilidad que a una le nace cuando consumes y ves consumir de una manera brutal, mientras que, por otro lado, recuperas la visión afectuosa y familiar propia de dicha época.
    De cualquier modo, la Navidad se VIVE de niño. En la adultez hay demasiadas ausencias respecto a navidades pasadas y la magia, si no hay niños, casi no existe.

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