lunes, 28 de noviembre de 2011

AL OTRO LADO DEL ESPEJO

25 de noviembre, Día Internacional de Lucha contra la Violencia de Género

Amiga. Varios caminos, y te empeñas en seguir sólo uno, casi sin aliento, con una ilusión lastrada por la vileza y el desamor. Mas no te fustigues. En realidad, fue el camino que elegiste en un instante de aparente lucidez, aunque ahora perseveras en él sin razón suficiente. ¿Por qué? No tiene sentido. Sobre todo, cuando, al otro lado del espejo, se te abren varias sendas que nunca pueden ser peores que la que transitas, múltiples rutas más sugerentes que únicamente esperan que, sin miedo, las descubras.

Amiga. Sé que la playa ya no es tu playa morena. A decir verdad, ni tan siquiera es una playa, sino apenas un ridículo embarcadero donde echaste el amarre sin conocer el enclave, sin conocer la costa. Tampoco es el lugar de tus sueños, en eso hasta tú misma estás de acuerdo. Porque no puede serlo un lugar de corazones rotos, esperanzas dormidas, golpes sin sentido, y de un baúl de recuerdos que únicamente guarda las cicatrices de tu calvario.

Amiga. Los años pasan. Solo es tiempo, solo es vida. Y la tristeza no te abandona. Tampoco las palabras fluyen como al principio. Gana la fuerza, la fuerza bruta. Pero aun así, continúas anhelando ese amor auténtico que te devuelva la ilusión y la dignidad, ese calor familiar que te permita gozar de una plenitud casi olvidada. Y suspiras por una paz que no tienes, desde hace tanto, quizás desde nunca.

Amiga. Siempre estás alerta. No sabes cuándo será el siguiente ultraje, la humillación que toca. Pero también para escapar. Un mensaje inesperado, una llamada sorpresa, acaso una brisa tenue de un ocaso en primavera que te despierte a la vida. Y vives añorando. Un paseo al alba por un parque de fresnos y palmeras jóvenes, sin que se oiga una voz por encima de la otra, o simplemente, poder sentarte en una playa próxima al atardecer, con el agua rozando tus pies, sin que tu intención no sea la de esconder el llanto y disimular tu pena.

Amiga. Nuevos caminos. Y no sigues ninguno. No hay cruce que te desvíe, no hay una señal obligatoria en otra dirección. Por eso sigues de frente. Pero ¿por qué no a la derecha? o ¿por qué no a la izquierda? O mejor, ¿por qué no te detienes, rompes el espejo y te adentras en el bosque? Y es que, aunque tardes un poco más, seguro que encontrarás la salida. Tu salida.

martes, 22 de noviembre de 2011

LA SEMILLA DE LOS BUENOS MAESTROS

Hace más de trece años glosaba en un diario local mi experiencia con el maestro Manuel Febles, don Febles, con ocasión de su fallecimiento. En realidad, la breve semblanza que publicaba era una cuestión casi obligada, es decir, pura responsabilidad de "bien nacido". Se trataba de un justo y parco reconocimiento a mi educador de referencia, al maestro que había dejado en mi formación académica y personal el mayor poso, la huella más indeleble. La verdad es que había tenido mucha fortuna. Disfrutar entre los ocho y diez años (durante tres cursos) del magisterio de este eximio profesor (sus amplios conocimientos, su saber estar, su capacidad de excitación intelectual, su preocupación por enseñar, su interés por reclamar la atención de todos -en aulas con 40 alumnos-, su control sobre la clase...) fue una especie de lotería formativa que me regalaron cuando inesperadamente recalé en un nuevo colegio (A.P.B.) forzado por el cierre de otro, aquel destarlado Sector Centro de la calle Jorós.

Sin duda, beneficiarse de buenos maestros en la niñez resulta básico en nuestra trayectoria vital. Un estudio de la Universidad de Michigan (USA) concluye que tener buenos profesores durante la infancia es crucial para el éxito académico de los alumnos en el futuro, puesto que esta influencia se mantiene a lo largo de los años. Se trata, en definitiva, de un periodo decisivo de nuestra educación. Pero los buenos profesores solo siembran en nosotros la semilla de la aptitud y de la actitud si son grandes conocedores de la materia que imparten, si contagian a los alumnos su entusiasmo por el conocimiento, si se les nota con claridad meridiana que aman la enseñanza y si, además, son hábiles regidores de la disciplina en el aula. Porque, a decir verdad, la excelencia del educador se demuestra en su interés por los alumnos y en su preocupación sincera por que persigan su mejora constante y no ofrezcan un rendimiento por debajo de sus posibilidades reales. Es más, para ellos el éxito de sus discípulos, es el suyo propio, la permanente superación de aquellos estudiantes imberbes, su verdadero premio.

¡Quién no recuerda a algunos de estos maestros que tanto nos influyeron en edades tan tempranas! Porque los buenos educadores son aquellos que tienen muy claro los objetivos de su clase y hasta controlan su disposición para evitar los lógicos desajustes (desatenciones, postergaciones...). El buen profesor es aquel que logra motivar al estudiantado casi de forma natural, el que promueve su espíritu crítico y sabe enseñar desde distintos puntos de vista, porque todo esto enriquece la educación del niño. Recuerdo que a veces nos quejábamos de los populares coscorrones de don Febles, ejecutados entre iguales (por los propios compañeros), sin darnos cuenta realmente de que no perseguían otra cosa que conseguir la atención de los más despistados. En las clases de los buenos maestros tampoco nos topamos con líderes erigidos sobre la ley del más fuerte, líderes de pacotilla, en definitiva, acaso lo que encontramos son estudiantes con madera de paladines gracias a una incipiente dialéctica y a una embrionaria virtud del esfuerzo.

Los buenos profesores no saben de horarios fijos ni de alumnos desahuciados. Tampoco tienen por qué ser amigos de sus discípulos, dado que el afecto inocente que les profesan no está reñido con la calidad de su magisterio ni con la disciplina blanda de sus métodos. Los buenos maestros, en fin, son los que, con el tiempo, cuando volvemos la vista atrás, recordamos con cariño por algún detalle que descubrimos en nuestra personalidad o, en general, por cuán importantes fueron en nuestras vidas.

lunes, 14 de noviembre de 2011

LOS TAXISTAS EN SANTA CRUZ DE LA PALMA

Un ejemplo de buen servicio público con los mayores

Nieves Pilar Rodríguez (COLABORACIÓN)

Todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos visto en la necesidad de coger un taxi. Es un servicio de transporte que, sin duda, está repleto de comodidades. Nos deja en la misma puerta de nuestras casas, no nos obliga a compartir su diminuto espacio con desconocidos —salvo el propio conductor, evidentemente—, no tenemos que perder hermosos minutos de nuestras vidas buscando dónde aparcar o no nos vemos compelidos a eternas esperas, dado que habitualmente están en las paradas establecidas o pasan circulando justo por donde se nos plantea la necesidad de contar con su servicio.

Estamos acostumbrados a reparar, además de en las marcas o líneas estéticas de los vehículos que se dedican a prestar este servicio público, en sus colores identificativos: blancos con una barra roja en diagonal en Madrid, amarillos y negros en Barcelona o blancos en Canarias, por solo citar algunos. Pero raramente fijamos nuestra atención en su conductor, salvo que este sea dicharachero y nos dé una agradable conversación. Participamos conjuntamente de un minúsculo habitáculo, el taxi, con un desconocido, compartiendo nuestro espacio personal —aquel al que no dejamos que otros entren a no ser que les invitemos a hacerlo o se den circunstancias especiales— y, sin embargo, somos capaces de hacer una carrera en absoluto silencio, ensimismados en nuestros pensamientos o incapaces de romper el hielo para iniciar una conversación, recreándose una escena similar a la que, en ocasiones, podemos vivir en un ascensor cuando lo compartimos con extraños.

Nos quejamos de cómo la sociedad cada vez es más fría, pero nosotros no colaboramos en procurar cambiarla —no sea que alguien entre y hiera nuestro espacio emocional—, ignorando incluso las reglas básicas de la buena educación al callar un simple buenos días o un merecido gracias.

Nos resulta insólito toparnos con anónimos que nos den un trato afable y atento y, por tanto, lo celebramos con entusiasmo cuando se da tan grato encuentro, rememorando que era lo usual hasta hace unos años: qué gran sonrisa la del carnicero de nuestros años infantiles, cómo nos preguntaba por nuestros padres el ventero, cómo ayudábamos con las bolsas de la compra a la vecina del segundo, la caricia en la cabeza cuando cedíamos la acera a los mayores y a las mujeres… Y hasta nos sorprende que un empleado público de cualquier administración se implique en facilitarnos los trámites pertinentes regalándonos, además, un trato afectuoso, cuando eso debería de ser lo normal.

En los medios escritos es relativamente frecuente que se publiquen sentidos agradecimientos al personal sanitario por el delicioso trato humano recibido por nuestro familiar —el servicio sanitario correcto se da por supuesto—, pero es excepcional que se haga este tipo de reconocimiento a los profesionales de otros sectores.

Por todo ello, quiero que estas humildes palabras se conviertan en un merecido homenaje público a los profesionales del taxi, especialmente a los que tienen su parada en la calle Álvarez de Abreu de Santa Cruz de La Palma (parada del césped), para manifestarles mi inmensa gratitud por cómo miman a mi madre, de edad avanzada y con dificultades motoras, razones para verse en la necesidad de utilizar sus servicios prácticamente a diario. Llega a ser exquisito presenciar cómo la asisten para entrar o salir del taxi, el trato cercano pero cortés que le dispensan durante el viaje, sus servicios de auxilio al alcanzarle los bultos o bolsas hasta el portal o cómo le brindan un sincero “que pase un buen día”, quizás en un sentido ejercicio de empatía o simplemente como signos de una singular y extraordinaria calidad.

Sea por lo que sea, gracias. Mil gracias. Sé que con ustedes mi madre está en buenas manos. 

* Esta entrada se publicó previamente en La Voz de La Palma, nº 384, 11-25 de noviembre de 2011.

domingo, 13 de noviembre de 2011

JUAN MÉNDEZ

Juventud OJE 1976-77
Puede decirse que Juan Méndez González (Santa Cruz de La Palma, 1962) fue un producto Antón Valdueza, el entrenador de Talavera de la Reina que tanto potenció el baloncesto de formación en La Palma durante el tiempo que ejerció de profesor de Educación Física en el Instituto Masculino de la capital. Méndez lideró quizás el mejor equipo juvenil palmero de siempre, que dirigió el propio Antón, en la temporada 1977-78: el Instituto La Palma (antes habría jugado en el Juventud OJE durante la temporada 1976-77). Con este conjunto (Luis Martín Sa, Orlando Acosta, José Luis López, Adolfo Rodríguez Fierro, Carlos Sánchez, Juan Barreto, Francis Fariña, Toño Castillo y Manolo Lorenzo), "El Rana" (como se le ha conocido cariñosamente) se proclamó subcampeón de Canarias, por detrás únicamente del poderoso Náutico "A" de Felipe Coello.

G. Canaria-Fórum 1989-90
Por eso, que se fijara en él su paisano Pepe Cabrera, ya entonces en labores de Secretario Técnico del Club Baloncesto Canarias, era cuestión de tiempo (Cabrera ya se había hecho con los servicios de Aciego y De las Casas), o mejor dicho, de "poco tiempo", porque en la temporada siguiente Juan Méndez ya recalaría en el club aurinegro, junto a Luis Martín Sa. El alero palmero jugó once temporadas con el Canarias de La Laguna, nueve de ellas consecutivas, desde el debut del club en Primera B, en la temporada 1978-79, hasta la exitosa campaña 1986-87. En su primera temporada con los laguneros, aún como junior, Méndez compartió vestuario nada menos que con cuatro palmeros más: Eduardo Aciego, Manolo de las Casas, Luis Martín Sa y Carlos Navarro Emiliano (además de Richy Bethencourt, Domingo Camacho, Manolo Dorta, Alberto Ortega, Fermín González, Luis Afonso, Chus Iradier, Ramón Barrera o Ventura de la Rosa). Acaso este Canarias del Padre Adán, que dirigió Pepe Clavijo, fuera la formación más "palmerizada" de la historia. En estos nueve años, el bueno de Juan firmó hasta tres ascensos a la máxima categoría del básquet español (1980-81, 1982-83 y 1985-86), los dos primeros con Pablo Casado como entrenador y el último con José Carlos Hernández Rizo, y cuatro temporadas en la máxima categoría (1981-82 -Velázquez Canarias-, 1983-85 -Cafisa y LuckyCanarias- y 1986-87 -CajaCanarias-), salvo la primera, todas bajo la égida de la ACB. El alero de 1,94 abandonó el club de La Laguna al finalizar la temporada 1986-87, en la que la entidad de Sol y Ortega firmó, con un 6º puesto, una de las dos campaña más brillantes desde su fundación en 1939 (Salva Díez, Carmelo Cabrera, Matías Marrero, Germán González, Michael Harper, Eddy Phillips, Manolo de las Casas, Paco Solé y Xavi Tres).

C.B. Velázquez Canarias, 1981-82

Gran Canaria 1988-89
Conscientes de su potencial y de su regularidad, fueron entonces Pepe Moriana (presidente) y Joaquín Costa (entrenador) quienes se fijaron en "El Rana" para consolidar su proyecto de elite en Las Palmas desde el club baloncesto Claret. Con los grancanarios (con los que jugó durante cuatro temporadas), Méndez suscribió dos nuevos ascensos a la Liga ACB (1987-88 -Claret- y 1990-91 -Gran Canaria-) y dos nuevas temporadas en la máxima división del baloncesto nacional (1988-90 -Gran Canaria-). Temporadas en las que compartió vestuario, entre otros, con Berdi Pérez, Joan Pera, Ramón Oliver, Greg Stewart, Mark Scheffler o Juan Ramón Fernández. Precisamente fue la temporada 1989-90, pese al descenso del Gran Canaria, su campaña más fructífera en la ACB, al anotar más de 300 puntos en la liga regular.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

LA QUINTA VERDE I

La Quinta Verde es un jardín donde la luna hace el amor. Así comienza una de las estrofas de la canción que el grupo palmero Taburiente dedicó a la Quinta Verde de Santa Cruz de La Palma en 1987. En realidad, todo el disco ("La Alpispa", "La nube y el sol", "Mirador de las estrellas", "Viento sur"...) era -de alguna forma- un canto de adoración al entorno de esta hacienda rural situada en los límites del casco urbano de la capital palmera, una de las muestras más características de este modelo de arquitectura doméstica en Canarias.

La Quinta Verde es también un tema con cierta recurrencia en nuestra particular agenda-setting, aunque los avances que se publican no terminen por ser definitivos. Hoy vuelve a estar de actualidad porque el Ayuntamiento pretende ubicar en la antigua casona de los Massieu-Monteverde, construida en el siglo XVII, el futuro Museo de la Bajada de la Virgen. Y la idea, en principio, no es mala. Es más, todo lo que sea poner en valor la hacienda y sus aledaños debe ser bueno per se. Y así lo ha entendido también el propio Luis Morera (Corte de Cope La Palma), líder del popular grupo musical y defensor a ultranza de este enclave desde los años ochenta. Supuestamente, desde 2009, un convenio con el Cabildo Insular había convertido el caserón en sede de un aula abierta de educación ambiental, pero el proyecto -por lo que parece- nunca llegó a desarrollarse suficientemente. Ahora bien, debemos tener claro que tampoco un restaurante sería una opción equivocada ni, por supuesto, un centro temático o de interpretación ligado a la riqueza botánica de la finca, como ha propuesto el polifacético artista palmero. Cualquier iniciativa en esta dirección no hace más que sumar.

Sin embargo, lo que no puede perderse es la perspectiva correcta del asunto. Lo más significativo de la Quinta Verde no es la hacienda, aunque haya sido declarada Bien de Interés Cultural, sino su entorno, su medio natural. La defensa de este espacio emblemático durante los años que lo amenazó la especulación inmobiliaria, y a la que se incorporó con acierto el Ayuntamiento, no pretendía otro cosa que proteger un entorno natural de primer orden en una ciudad acogotada por la construcción en altura y su orografía caprichosa. Su palmeral superior, sus huertas dispuestas en terrazas, sus angostos senderos y escalinatas, sus bellas portadas almenadas, su magia y el alma de Leocricia Pestana (aun recuerdo como este lugar era una de las excusiones fijas de nuestra niñez para escuchar -de madrugada- el espíritu de la dama de blanco)... configuran un paraje hermoso y natural que urge poner al servicio de la ciudad y de sus visitantes. Santa Cruz de La Palma necesita imperiosamente respirar con cierto desahogo so pena de morir por hipoxia severa. Así que más que abandonarnos en la discusión sobre el destino de la casona -que tiene su recorrido-, lo que la ciudad reclama es que se habilite y acondicione, de una vez, el entorno como un gran parque urbano para solaz y disfrute de nuestros vecinos y turistas. Eso es, en definitiva, lo que espera la población más temprano que tarde.

* Esta entrada también se ha publicado en www.copelapalma.com