(The contender, EEUU, 2000)
Cuando el vicepresidente de los EE.UU. muere de forma repentina, la senadora Laine Hanson (Joan Allen) es escogida por el presidente para reemplazarlo. Para ello, Hanson tiene que demostrar, no sólo a la oposición, sino también a sus compañeros de partido, que es una política lo suficientemente válida para desempeñar las responsabilidades de dicho cargo. Sin embargo, durante las audiencias de confirmación, el congresista Shelly Runyor (Gary Oldman) desenterrará información sobre su vida personal que pondrá en peligro su nombramiento.
El film de Rod Lurie es una película que se desarrolla entre dos aguas. Por un lado, el argumento se recrea sobre el dilema que subyece en la práctica política, el enfrentamiento constante entre integridad y corrupción, entre coherencia y el poder a cualquier precio. En esta dirección, en una escena en la que se encuentran reunidos el candidato preterido y el congresista Runyor, a aquel le ofrecen la posibilidad de ser el próximo vicepresidente si ampara una campaña difamatoria contra la candidata Hanson. En la misma escena, uno de los asistentes afirma: “Tenemos que ir a por ella, tenemos que hacer que se ahogue en su propia sangre” (…) “Tenemos que pinchar a esa zorra en el vientre”. Por otro, los escándalos sexuales se muestran como el núcleo gordiano de los obstáculos con los que se encuentra la candidata en su campaña. Pero, en la película también aparecen los prejuicios por la condición de mujer de la candidata y la reflexión -que sobrevuela durante toda la película- de hasta qué punto la vida privada debe tenerse en cuenta a la hora de elegir a los cargos públicos. El nivel de vileza y de bajeza moral al que pueden llegar los políticos se observa asimismo en otro de los candidatos que, con el fin de alcanzar sus pretensiones, llega a simular un accidente de tráfico, en el que intervendrá de forma heroica, con el único propósito de aumentar su popularidad.
Sin embargo, como siempre ocurre en las películas norteamericanas, el sistema democrático estadounidense terminará por triunfar, colocando en su sitio al miserable gobernador y revelando como inciertas las supuestas veleidades sexuales de la protagonista, aunque ya no interesen a nadie. Es más que revelador el discurso patriotero del presidente (Jeff Bridges), y sus desmedidas alabanzas a la democracia norteamericana.
La protagonista, la candidata Hansen, representa el personaje de excelencia ética. Los asesores del presidente le proponen que al menos niegue los hechos que se le imputan (unas supuestas relaciones orgiásticas a los 19 años en la universidad –aparentemente intercambió favores con unos cuantos hombres para poder entrar en una hermandad-, de las que hay fotos y testigos). “Esta nación puede digerir muchas cosas, pero lo que no puede digerir esta nación es la imagen de una vicepresidente con la boca llena de pollas”, le dicen. Ella renuncia a defenderse y responde que no lo niega “porque está por debajo de mi dignidad”. Durante la conversación final entre el presidente y la senadora, el alto mandatario le reprocha su silencio: “Podías haber mirado a esos imbéciles a los ojos y haberles dicho la verdad bajo juramento (…) o al menos podías habérmelo dicho a mi”. Pero Hanson insiste en su posición y contesta: “Pero en realidad tampoco era asunto suyo”. La senadora también se niega a participar en una conferencia de prensa exculpatoria, que daría el propio presidente, y sentencia sus inquebrantables principios con la siguiente frase lapidaria: “Los principios solo significan algo si te atienes a ellos cuando son inconvenientes (...). Si hubiera contestado a las preguntas aunque sólo fuera para exonerarme, habría resultado correcto que ellos me las hicieran y no lo es”. En otra interesante escena, en la que charlan el congresista Shelly Runyor y su mujer sobre el necesario comportamiento ético, esta le recrimina la comentada campaña difamatoria y le espeta con un “quedarás como un John McCarthy de segunda”.
Finalmente, la intervención del presidente de EE.UU. en una sesión conjunta del Congreso, con la que acaba la película, constituye todo un alegato en favor de la ética pública. Bridges, en su papel de presidente norteamericano, comienza con una cita de Napoleón: “Para alcanzar el poder hay que mostrar una sencillez absoluta; para ejercer el poder, es necesario mostrar verdadera grandeza”, para luego criticar el comportamiento del Congreso y abogar por que, en cualquier caso, impere la justicia, la verdad y por que el sueño americano lo sea sin distinción de género. Avanza que “una mujer va a ejercer en el lugar más alto del ejecutivo” y solicita una votación a viva voz por su confirmación, un voto que también lo es contra las medias verdades, la mentira, las insinuaciones, el partidismo, la misoginia y el odio.
2 nominaciones a los Oscars 2000: Mejor actriz (Joan Allen), actor secundario (Jeff Bridges)
2 nominaciones a los Globos de Oro 2000: Mejor actriz (Joan Allen), actor secundario (Jeff Bridges)
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