domingo, 1 de diciembre de 2013

UN NUEVO CAMINO. OCTAVA JORNADA

LA LECCIÓN APRENDIDA
Mansilla de las Mulas - León (19,5 km).

Pese al cansancio acumulado, y el brutal esfuerzo del día anterior, la última jornada siempre se afronta con ilusión y con fuerzas renovadas, aunque no sea para llegar a Santiago, sino a una estación previa, en este caso, a León. Aunque no nos demos cuenta, en realidad todos escondemos una fuerza descomunal en nuestro interior que nos sorprende en los momentos más difíciles, y que nos permite no solo superar el trance más doloroso sino recuperar el respeto y la dignidad con nosotros mismos.

Salimos de Mansilla por el puente sobre el río Esla, y pronto, avanzando paralelos a la N-601, atravesamos Villamoros de Mansilla, y apenas unos pocos kilómetros después, Puente Villarente. Habíamos salvado el río Porma por un puente medieval (reconstruido), que -dicen- es una de las obras de ingeniería más notables del Camino. La verdad es que se hace pesado franquear este pueblo, aunque no sea más que un pago del municipio de Villaturiel con no más de 400 habitantes, por su larga travesía.

Luego retomamos el andadero de la sirga jacobea, y tras unos cuantos repechitos, alcanzamos Arcahueja. Entonces los toboganes se acrecientan. Cuando menos evitamos la mayor tachuela de la jornada (el alto del Portillo), al seguir las indicaciones de una anciana en Valdelafuente, donde nos detuvimos a descansar, y que nos juró y perjuró que el Camino pasaba por allí, y que ese que ahora señalizaban como tal tenía más de motivos políticos que de otra cosa. Hicimos caso a la lugareña -por qué no explorar otras alternativas-  y más pronto de lo previsto llegamos a la pasarela peatonal que salva la N-601 y que nos dirige ya sin demora a Puente Castro.

Puente Castro es un barrio de León, del que solo lo separa el río Torío. Cruzamos el río por un puente de piedra del siglo XVII y entramos por fin en la capital leonesa. Pero aún nos quedaban algunos kilómetros hasta nuestro destino, primero por la calle de la Rúa hasta San Marcelo (junto a la Casa de los Botines de Gaudí o el Palacio de los Guzmanes) y luego por la calle Ancha y la Avenida de Ordoño hasta el Hostal San Marcos, situado casi a la altura de la salida del Camino de la urbe, a la vera del río Bernesga.

La estancia en San Marcos, hoy parador de turismo, no era más que un premio por este nuevo Camino. Asegura Paulo Coelho (en Maktub) que el que no equilibra trabajo con descanso, pierde el entusiasmo, y no llega muy lejos. Luego, con días por delante, hubo tiempo para todo, incluida la visita obligada al trío de ases de la ciudad: la elegante catedral gótica, con sus impresionantes vitrales, la románica basílica de San Isidoro y el claustro e iglesia del antiguo Hospital de San Marcos, exponentes del más refinado plateresco. Precisamente, en la plaza de San Marcos, junto al Monumento al Peregrino de Vázquez de Acuña, nos despedimos del Apóstol hasta un nuevo Camino, porque -tras esta apasionante sirga-, de lo que no teníamos dudas, es de que siempre hallas un sendero cuando arrinconamos los temores y disfrutamos de la aventura. Pero para eso, como ha escrito Robin Sharma, debes dejar de vivir por inercia y empezar a vivir siguiendo un diseño, esa realidad más rica que, en lo más profundo de tu corazón, sabes que estás destinado a encontrar.

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