J.J. Rodríguez-Lewis*
Septiembre de 1984
La Gomera, la isla colombina, ha padecido en sus propias carnes el trágico acontecimiento de un incendio monstruoso, que ha segado bruscamente el devenir vital de más de veinte personas. La Gomera vive hoy constreñida, conmocionada por tan supina tragedia, que ha sumido a todos los canarios en la tristeza de la reflexión.
La Gomera, ahora abatida por el río lacrimoso de la desgracia, clama (vocifera) por unas infraestructuras dignas en materia sanitaria y de comunicaciones, demanda que se le ha venido negando injustamente a lo largo de los años. Es superlativamente vergonzosa la situación gomera en estos dos apartados.
Con ella, el resto del archipiélago clama por políticas más acordes a nuestras peculiaridades de insularidad y lejanía. Por políticas, en fin, que promuevan una comunicación entre las islas ágil y rápida, así como acerquen más el archipiélago a la península de nuestras desdichas.
La sensación de desamparo, de soledad, que se ha apoderado de nuestras conciencias, no es más que una realidad palpable que el Gobierno de la Nación tiene el deber de suprimir. No se puede permitir que un enfermo afectado por graves quemaduras tenga que ser trasladado a Sevilla por no contar con un centro especializado en nuestra región. Un centro, por otra parte, que merecemos, por nuestra riqueza forestal y por nuestra situación geográfica. Es un ejemplo.
La situación tercermundista (nuestro índice de analfabetos es otro ejemplo clarificador) que soportamos es inaguantable por más tiempo, cuando somos tan españoles como vascones y catalanes. Si ésto no es así, más nos vale comulgar con los postulados del desaparecido MPAIAC de Antonio Cubillo, puesto que España se olvida con demasiada frecuencia de las hermosas islas que tiene en la alfombra atlántica (y no como orgullosa posesión, precisamente).
En fin, La Gomera está de luto, Canarias toda lo comparte. Hoy los atardeceres son más grises y España no quiere darse cuenta.
*17 años
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