Con cierta asiduidad, he escrito sobre los méritos acumulados por el mayor de los Pérez Díaz, de los republicanos, quiero decir (porque el presbítero Norberto, también con una hoja de servicios destacada, fue el mayor de todos). Personalidad capital en los barruntos de la recreación de los cabildos insulares en 1912, el letrado Pedro Pérez Díaz fue, además, un personaje extraordinario por su rica vida intelectual, que transitó entre la calle del Prado, en dirección a la sede del Ateneo de Madrid, y la de San Mateo, donde se ubicaba la conocida como "Institución Castro", asociación de inspiración krausista dedicada a la enseñanza de la mujer, dos de las tantas instituciones políticas, profesionales y culturales que frecuentó el ínclito hijo de la Villa de Mazo. Del Ateneo madrileño, fue Pérez Díaz directivo entre 1913 y 1918, bajo la presidencia de su amigo y correligionario Rafael María de Labra, y en dicha responsabilidad protagonizaría algunos episodios dignos de relatar.
Uno de ellos tendría lugar recién estrenado su cargo de Vocal de la Junta Directiva de la docta Casa. Se trataría de un singular altercado, que le enfrentaría nada menos que con el escritor modernista Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936), una de las plumas más notables del siglo XX español. Ejerciendo el palmero de "presidente en funciones", el brillante dramaturgo había subido a la cátedra del Ateneo el 25 y 26 de febrero de 1913 para leer su obra costumbrista El embrujado (publicada en la revista El Mundo el 25 de noviembre de 1912) y aclarar, de paso, el asunto de su rechazo por el Teatro Español, cuyo director era Benito Pérez Galdós. Pero fueron tantas las acusaciones y las veladas imprecaciones a la principal actriz de la compañía y al propio Galdós, que Pérez Díaz se encaramaría a la tribuna para manifestar que el Ateneo no se hacía responsable de nada de lo que estaba diciendo el literato. La sesión, como puede adivinarse, discurriría, a continuación, con cierta agitación y revuelo.
Días después, Valle-Inclán denunciaría la intervención de Pedro Pérez Díaz, y se despacharía a gusto, tildándola de “burda tramoya” orquestada por el mismo Galdós, al que acusaba de estar detrás de “las desusadas palabras finales del Sr. Pérez Díaz y su injerencia ocupando puesto a mi lado como presidente, cuando de corresponderle a alguno hubiera sido el Sr. D. Jacinto Benavente, que preside la Sección de Literatura, y no milita (…) en el partido republicano, ni es yerno de D. Nicolás Salmerón”. La desavenencia, al parecer, moriría aquí.
Por cierto, la obra valle-inclanesca no se estrenaría hasta el 11 de noviembre de 1931, en el Teatro Muñoz Seca, por lo que nuestro paisano no tuvo oportunidad de presenciarla.
Mira que me gustan las obras de Valle Inclán, pero éste cuando tenía un día malo..que fria reverencia sin más a D Pedro..y a Galdós..como Juan Tajetán en D Perfecta..ni caso..¡¡
ResponderEliminarhttp://lacasademitia.es/2011/06/pedro-perez-diaz-y-valle-inclan-en-el-ateneo-de-madrid-por-j-j-rodriguez-lewis/
ResponderEliminarQué vida más interesante vivió Pedro Pérez Díaz. Te felicito por lo que haces y por cómo lo reivindicas, también por la tesis, que ya me he enterado.
ResponderEliminarPedro Pérez Díaz fue una palmero singular, espero que pronto veamos su figura justamente reconocida en La Palma y en Canarias. Saludos
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