VER MÁS ALLÁ DE LAS APARIENCIAS

"Ver más allá de las apariencias" es una frase textual (en castellano) de la novela "La elegancia del erizo" de la escritora francesa Muriel Barbery (2007). Una de sus protagonistas, la imberbe y superdotada Paloma, está convencida de que hemos renunciado a conocer a la gente, de que nos limitamos a conocernos a nosotros mismos, a mirarnos a nosotros mismos. Por eso -afirma- "cuando la gente pasa delante de la portera, no ve más que vacío porque se trata de otra persona, no de ellos mismos" y reclama ver más allá de las apariencias. La afirmación es una convicción un tanto maquiavélica al asegurar que la gente sólo ve lo que aparentas y únicamente unos pocos advierten lo que eres en realidad y de ahí que no nos relacionemos con aquellos que prejuzgamos diferentes.

Alguna vez, sin embargo, a todos nos ha sorprendido gratamente una persona a la que apenas le habíamos prestado atención o a la que habíamos juzgado de forma severa ante la primera impresión o los primeros contactos. Y esto ocurre, por regla general, porque no queremos conocer a la gente que se separa de nuestro estereotipo particular, el de nuestro grupo. Nos relacionamos y, en ocasiones, profundizamos solamente con quienes se parecen a nosotros, con aquellos en los que en cierta forma nos vemos reflejados como en un espejo, y renunciamos -a veces sin darnos cuenta, esa es la verdad- a quienes se nos presentan como contrarios, por su forma de pensar, por su aspecto, por su clase social o simplemente por su aparente perfil de inaccesible.

Y, claro, es importante que aprendamos a mirarnos, con mayor amplitud de criterio, y a escucharnos, y no sólo a oírnos, buscando al otro precisamente por eso, por ser otro, distinto, incomparable, desigual. Porque muchas de estas personas que nos estamos perdiendo son como los erizos, punzantes y complicados por fuera, pero elegantes y exquisitos por dentro (de ahí el título de la novela de Barbery). Decía Víctor Hugo que el cuerpo humano (la clase social, la ideología, el dinero que tengamos..., añadimos nosotros) sólo es apariencia y esconde nuestra realidad. La realidad es el alma. Estamos, pues, desatendiendo el alma de la gente, privándonos de la esencia del prójimo, que es lo que, en definitiva, nos enriquece y nos hace mejores.

Con cierta desazón, percibimos como nos conformamos con una sucesión de relaciones superficiales -de tiempo algunas, pero igual de triviales-, que no nos comprometen, y como solo alcanzamos a penetrar en las vidas de aquellos en los que nos reconocemos. Por consiguiente, pasamos por la vida como de puntillas, evitamos el roce con el diferente y apenas nos miramos a los ojos. Y no nos vemos, porque no nos miramos. Tristemente la sociedad nos impone el continente sobre el contenido y nos reconoce en las formas y no en el fondo. Pero habrá que rebelarse, y más cuando todos sabemos que los mayores tesoros suelen estar en el interior de las cosas, de las personas. En fin, confiemos en que todo esto que comentamos no se reduzca, como decía el padre del krausismo con cierta ironía, a que aparentar tiene más letras que ser.