No conoce
la RAE otra acepción de altruismo que la diligencia en procurar el bien ajeno
aun a costa del propio. Y miren que es raro que solo nos encontremos con una
única acepción, cuando el diccionario, por la natural polisemia de nuestro
idioma, nos brinda generalmente varios significados de cada palabra. Quizá haya
una razón oculta en ello, escondida bajo el tapiz de la seducción, desde que el término
lo acuñara el filósofo francés Auguste Comte en 1851, y que en este sentido apela
más a las emociones que a la razón, mucho más a la esfera de los sentimientos
que al puro intelecto.
Porque en
altruismo hay un significado profundo que se nos escapa, y que casa muy mal con
las acepciones comunes de “diligencia” y que entronca sutilmente con el sentido
más antiguo de esta, apenas usado en la actualidad, de “amor o dilección”, y que nos
definiría el altruismo como la voluntad honesta o el amor reflexivo en procurar
el bien ajeno incluso a costa del propio. Con este alcance, acaso sea el
altruismo, el servir a los demás, el principal valor en la búsqueda (o seguimiento)
de la felicidad, porque sin duda se trata de la actitud que genera mayor
plenitud en nuestro interior, como nos recuerda Javier Iriondo en "Donde tus sueños te lleven". Conviene tener en cuenta que, aunque a veces no nos
percatemos, cuando ayudamos a los demás nos ayudamos a nosotros mismos.
La
experiencia contribuye a corroborar este aserto, porque nos demuestra que el
altruismo descansa en el centro de nuestros propósitos de vida, en el núcleo
del esfuerzo que impone la conquista de la felicidad, en el corazón de las verdaderas
vocaciones. Pero el altruismo tiene poco que ver con esperar algo a cambio, con
la recompensa, o con el simple "do ut des",
ya que las sensaciones agradables y el bienestar interior que nos genera son
otra cosa. Por eso la política no es altruista cuando es remunerada ni tampoco
cuando lo que se persigue con su ejercicio es el poder por el poder mismo o, en el mejor de los casos, medrar o aspirar, más temprano que tarde, a mejores cargos, con más prebendas y mayores dosis de envanecimiento, y no en realidad a mejorar el nivel de vida
de los ciudadanos. Esto no es más que un ejercicio perverso, egoísta de la política, que no encaja
ni con el altruismo, porque es su revés, ni con la propia naturaleza de la
política.
Robin Sharma asegura que lo más noble que
puedes hacer es dar a los demás, compartiendo con ellos incluso más tus energías que necesariamente tu tiempo, y que los sabios orientales
llaman a este proceso “desprenderse de las cadenas del yo”. Sin embargo, yo
creo que el altruismo también exige tiempo y dedicación, porque no es fácil
mejorar la vida del prójimo si no aportamos también parte de nuestro tiempo y
de nuestros afanes. Ahora bien, tenemos que tener claro una cosa: para poder servir
a los demás tenemos antes que habernos ocupado de nosotros mismos.
Me gustaba todo hasta que llegué. Al final .....no estando a mi parecer acertado puesto que a veces o generalmente quienes son altruistas de verdad se olvidan de cuidarse ellos mismos .....porque es así quien verdaderamente sin egoísmos se da a los demás......a veces como una profesión de amor al prójimo.. así lo entendí que puedo estar equivocada también ...saludos.
ResponderEliminarGracias por recordarnos el significado de esta palabra. Deseando leer "la posada"...
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