Me cité con mi amigo Juan en La Placeta. Con ese nombre se conoce en Santa Cruz de La Palma a la plazuela de Borrero, uno de los rincones más bellos de la ciudad -en la parte más desconocida de la calle Real, camino del desahuciado malecón-, que preside la antigua Casa de Escobar, una construcción solariega del siglo XVII. Quedamos en la terraza de un agradable bistró frecuentado por el turismo alemán, aunque el enclave ofrece también un restaurante más refinado en la parte alta y otros establecimientos hosteleros y comerciales, como el Habana Café.
La idea que
traía era acompañar a Juan a una visita sosegada y apacible por la zona norte
de la capital insular, en torno al que fuera convento de la Inmaculada
Concepción, un sector que él -me comentaba- apenas conocía, pues siempre que
venía a Santa Cruz de La Palma pocas veces salía de la plaza de España y sus aledaños.
Pese a que nos encontrábamos muy cómodos y animados en aquella terraza picando
unas buenas viandas, le invité a comenzar el paseo de
inmediato porque, de todas formas, muy cerca podíamos tomarnos un
cortado o un café solo, mientras admirábamos la singular belleza del tramo más
velado de la calle Real, rotulado como "A. Pérez de Brito". Pensaba
en El Negresco, otra cafetería señera de la ciudad en otro punto de
referencia para los santacruceros, la Acera Ancha, o en el bar de
enfrente, homónimo del lugar, más refinado, y que comparten propietario, el
emprendedor y solícito Sergio Abero. Los palmeros sabemos que Anselmo Pérez de
Brito y Dionisio O'Daly fueron los responsables de que nuestro Ayuntamiento
(Cabildo) fuera el primero de España elegido por los ciudadanos en 1773, lo que
acabaría con el nepotismo y los constantes desmanes de los regidores
perpetuos, de ahí que la calle Real sea la suma de ambos próceres. Por esta
arteria principal de la ciudad, Juan no dejaba de sorprenderse ante algunos inmuebles
con marchamo solariego o blasonado que contemplaba, muchos de ellos
exquisitamente restaurados (como el del Colegio de Abogados de la isla, que
suele organizar conferencias y exposiciones), o por la peculiar escultura de un
antiguo pupitre a la entrada de los Juzgados que recuerda que allí estuvo la
primera escuela seglar de la isla. En la misma Acera Ancha nos encontramos con
unos coquetos y estratégicos apartamentos turísticos (La Fuente), recomendados para cualquier visita a la ciudad.
Además, desde
la Acera Ancha, y a través de angostos callejones, es fácil acercarse a
los Balcones Típicos de la Avenida Marítima, una de las
postales más pintorescas y reproducidas de Santa Cruz de La Palma, pararse a
almorzar en alguno de los contiguos restaurantes y tascas que proliferan a su
vera (Piccolo, La Lonja, El cuarto de Tula…)
o, pronto, perderse en la nueva playa de la ciudad, que recupera su mar de
antaño para solaz de vecinos y visitantes.
Casi una hora
después, remontamos por fin la calle Pérez de Brito. Pasadas las Cuatro
Esquinas, y sin dejar el irregular adoquinado de la calle matriz, nos desviamos
hacia la derecha en dirección al castillo real de Santa Catalina.
El "Castillete", su nombre de
guerra por estos lares, es una fortificación defensiva construida en el
siglo XVII para preservar la urbe de los ataques piráticos, uno de los cuales
prácticamente la había destruido en 1553, y que, en los últimos tiempos, se
intenta “rentabilizar” social y económicamente para la ciudad. Todavía en manos
privadas, el monumento (fue declarado monumento histórico-artístico en 1951),
con leves reformas acometidas recientemente en todas sus salas, por fin puede
visitarse con regularidad y, si tenemos suerte, hasta podríamos toparnos con un
auténtico mercado medieval que se organiza con cierta frecuencia. Un poco más
al norte, por cierto -aunque habrá que fijarse bien (la señalización es escasa
y puede pasar desapercibido)-, nos encontramos con otro fortín, el rehabilitado
de Santa Cruz del Barrio, la enésima muestra tanto de nuestra
riqueza patrimonial como de la falta de su puesta en valor, y a su espalda una
antigua plaza que conserva el encanto de otros tiempos, la de San
Fernando.
Entonces, le
propongo a Juan rodear la manzana, y enseguida nos damos de bruces con el
sorprendente Barco de la Virgen. Una reproducción en tamaño real de
la María de Colón, que alberga un
interesante Museo Naval y que protagoniza, junto al Castillo
de la Virgen, uno de los números más significativos de las Fiestas lustrales de
la Bajada de la Virgen de las Nieves: el Diálogo entre el castillo y la nave.
Desde La Alameda, la popular plaza del sector norte de la capital donde
"atraca" permanentemente la carabela mariana, podemos acercarnos
tanto a la iglesia de La Encarnación, la más antigua de la isla (en
la que podría establecerse una programación permanente de conciertos con el
órgano como protagonista -aprovechando el excelente órgano parroquial de
principios del siglo XVII-), y que preside un bonito rincón en forma de
balconada sobre Santa Cruz (que incluye una bella y tranquila plazuela, la Casa
Rosada y el propio Castillo de la Virgen), como a la Cueva
de Carías, lugar de constitución del primer ayuntamiento-cabildo de la isla
tras su conquista a finales del siglo XV.
La Alameda es, además, un buen sitio para tomarnos un refresco, o unos churros,
en su singular quiosco modernista, cerca del Monumento al Enano de
Luis Morera (carta de presentación de las Fiestas Mayores de la capital
palmera), aunque también podemos optar por la arepera de la Cruz del
Tercero, otro sitio de referencia en la ciudad, símbolo de su conquista por
el adelantado Fernández de Lugo el 3 de mayo de 1493. En este lugar,
precisamente, se proyecta un hotel de ciudad emblemático en la casa
solariega, de elementos neoclásicos, que perteneció a doña Catalina
Martín Rodríguez. Una iniciativa que, sin duda, revitalizaría toda la zona,
como la reapertura del Hotel Marítimo, con la playa como nuevo atractivo, para
lo que conviene buscar nuevos inversores. Desde allí, tras rellenar en el
centenario "chorrito" las botellas de agua que cargamos como
provisión, y atravesando la calle del sacerdote Juan Pérez Álvarez, llegamos a
la plaza de San Francisco, centro neurálgico de nuestro itinerario.
En ella se
levanta el que fuera convento franciscano de la Inmaculada Concepción,
fundado en 1508, y hoy Museo Insular e Iglesia de San Francisco. El complejo
museístico, propiedad del Cabildo Insular, alberga el extinto Museo Provincial
de Bellas Artes, con sede en Santa Cruz de La Palma, que expone obras de
Sorolla y Fortuny, entre otros pintores de renombre, y el antiguo Museo de
Historia Natural de la Sociedad Cosmológica, además de una más reciente muestra
etnográfica de gran interés. El edificio fue reformado en la segunda mitad de
los años ochenta y hoy presenta una estampa envidiable, en torno a dos
preciosos claustros que dominan el inmueble. La Iglesia del convento,
hoy de San Francisco, erigida como la mayor parte de todo el
complejo a lo largo del siglo XVI, ofrece gran parte de la valiosa imaginería
palmera, con esculturas de procedencia flamenca, americana o andaluza. En los
alrededores de la plaza, nos encontramos con la Escuela Insular de Música y con
la cuasi secularizada ermita de San José, que, fundada a principios
del siglo XVII por el gremio más antiguo de la ciudad, el de carpinteros,
albañiles y pedreros, presidía el barrio de La Asomada. Este edificio podría
acoger, por ejemplo, un pequeño Museo sobre la Semana Santa de Santa Cruz de La
Palma, declarada Fiesta de interés turístico de Canarias en 2014, en lugar de limitarse
a su uso como almacén de tronos y otros enseres parroquiales.
Nuestra
visita va a terminar apenas un poco más arriba de la ermita mencionada. Bastará
con subir unos pocos escalones -los que bordean la trasera del parque infantil
por antonomasia de la ciudad (Santa Águeda)-, para alcanzar el Hospital
de Nuestra Señora de Los Dolores. Este establecimiento es un centro
sociosanitario adscrito al Cabildo Insular, que conserva la iglesia-oratorio
del prístino convento de clarisas, en la que podemos admirar una talla flamenca
de calidad indiscutible, la de su titular, una hermosa Piedad que
procesiona todos los Viernes Santo por las calles santacruceras.
Aún con
resuello, al final de nuestro trayecto nos acercamos al Copacabana a
tomarnos una cerveza, una cafetería tradicional frente a la esquina sur del
Hospital. Juan estaba entusiasmado. Me decía que había conocido algunos sitios
que ni sospechaba y que había vuelto a sorprenderle como el año pasado, cuando
le había mostrado el entorno del que fuera convento de San Miguel de las
Victorias. Apuradas hasta dos birras por cabeza, nos
despedimos. Quedamos para un nuevo paseo el próximo verano.
*Publicado en la revista digital www.turismoyculturadecanarias.com
*Publicado en la revista digital www.turismoyculturadecanarias.com
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