J.J. Rodríguez-Lewis
Publicado en Diario de Avisos, el 18 de febrero de 1988
Con la llegada de los primeros vuelos del touroperador alemán “LTU”, la isla de La Palma se incorporó de una vez a la carrera del turismo en la que le han precedido casi la totalidad de las islas del archipiélago. Y precisamente el recibimiento que tuvieron nuestros primeros visitantes, aquéllos que arribaron a nuestra isla en barco por mor de la climatología, no fue lo que se dice un buen síntoma para lo que se comenta que será, rompiendo el tópico, “pan para hoy, y pan para mañana”.
Ese recibimiento al que me refiero fue el que obsequiaron a nuestros turistas de Munich y Düsseldorf una decena de “ecologistas” encabezada por el colectivo “La Vereda”, alma mater de todo este tinglado, más arengas de todos los colores. Soy muy consciente que estos “ecologistas”, “pacifistas” y probablemente “provocadores de bronca como nadie” (aquí estoy generalizando, no me refiero exclusivamente a los de “La Vereda”, de la mayoría de ellos me consta su exquisita conducta) aman a nuestra isla como los que más, pero éste no es el medio de defender la integridad física de La Palma y mucho menos la integridad económica, muy en el alero, por cierto.
Esta gente, jóvenes la mayoría –muy en su lugar en muchos aspectos, no en este suceso que analizo-, desea un importante desarrollo económico para la isla que la haga salir de ese estancamiento, incluso retroceso (desaparición de los bolívares de nuestros emigrantes), e incertidumbre (monocultivo del plátano) en que se mueve hoy la economía insular. La diversificación agrícola es una salida (aguacates, flores, etc.), pero insuficiente. El turismo es otra, pero no a costa del deterioro de la integridad física de la isla y de la integridad moral de los palmeros. Ya tenemos suficientes ejemplos muy a mano.
Las autoridades insulares (aquellas que se callan cuando el presupuesto de inversiones del Gobierno autónomo otorga una cantidad minúscula comparativamente a la isla, o cuando un semanario nos pone a parir psíquicamente) parecen estar de acuerdo con el pueblo en que la pretensión es acoger un turismo racional y localizado.
El suceso de los ecologistas no favorece, sin duda, esta pretensión, mas si alienta el asentamiento tipo “Valle Gran Rey”. Por consiguiente, pónganse las autoridades a trabajar de firme para lograr hacer realidad la pretensión y déjense, por otro lado, los ecologistas de mostrar argumentos vía vituperios y pancartas. Su participación, por ejemplo, en la Semana Cultural de la Facultad de Derecho es más positiva porque, quizás, no dejen de tener razón: ¿merecerá el riesgo?
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