domingo, 22 de marzo de 1992

LA PAZ EMPIEZA (EN TI MISMO)

J.J. Rodríguez-Lewis
Monición para la Misa de la Cofradía de Ntro. Señor del Huerto, Domingo de Ramos de 1992

Se dice con mucha frecuencia: “si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Pero ¿se puede llamar paz a un misil con una capacidad de destrucción impresionante, a la bomba atómica, a la guerra química o a los presupuestos desorbitados en esta materia, cuando se muere tanta gente en el mundo de hambre? Además, en muchas ocasiones, no es suficiente con preparar la guerra, sino que, paradójicamente, hay que hacerla. Sin embargo, la guerra se hace, parafraseando a Machado, “soñando” con la paz, en una auténtica y hermosísima guerra de caridad, con el fin de alcanzar todos la paz que Cristo vino a instaurar, paz en los corazones.

Y nosotros, que nos sentimos hijos de Dios, hemos de ser siempre sembradores de paz y de alegría, llevando la paz y la felicidad por los distintos ambientes de la tierra, sobresaltando los corazones mustios y putrefactos. También en ese otro mundo, más pequeño, que es tu mundo interior, hay un anhelo de paz. Una paz que un día tuviste (durante tu infancia) y que luego perdiste. Por dentro ya no tienes paz. Una paz que ha de ser siempre batalladora, puesto que, si bien San Pablo nos dice que la paz de Dios “custodia nuestros corazones y nuestras inteligencias”, el Libro de Job nos transmite que “la vida del hombre (...) es una batalla”.

Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Pero pacífico no es el temeroso, el pusilánime, pacífico es el activista, el que procura la paz: primero, la paz con Dios, y aquí no basta con aparentar, quizás la mayoría de nosotros somos como aquel niño que pretendía curar una fiebre metiendo el termómetro en agua fría: la gráfica bajaba, por supuesto, pero la gráfica no es la fiebre. En este caso, hay que dar testimonio de buena voluntad. Segundo, la paz con los demás, en nuestro ecosistema diario. Precisamos de una conducta que no degenere en combate. Esos, que ven contrincantes donde sólo hay hermanos, niegan con sus obras su profesión de cristianos. Está escrito que no podemos hacer la guerra a nadie sin hacérsela a Cristo al mismo tiempo. Tercero, la paz interior, cuya falta se manifiesta en el miedo al silencio. Conformémonos, sepamos encajar los golpes y todo lo que duele para encontrar en ello una forma de santificarnos, sabiendo salir adelante, volver a empezar, pese a todo.

Claro, todo esto no es fácil, pero la dificultad no radica en la paz misma, sino en nuestro déficit de amor a Dios. Probemos a amar a Dios de verdad, a estar bien con Él, perseveremos en la oración, en ese momento Dios hará caer sobre nosotros una lluvia de paz (Isaías). Es obvio, que “nada puede traerte la paz, sino tú mismo”. “Por todos los caminos honestos de la tierra quiere el Señor a sus hijos, echando la semilla de la comprensión, de la caridad, de la paz.” Tú, ¿qué haces?.

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