Hace más de trece años glosaba en un diario local mi experiencia con el maestro Manuel Febles, don Febles, con ocasión de su fallecimiento. En realidad, la breve semblanza que publicaba era una cuestión casi obligada, es decir, pura responsabilidad de "bien nacido". Se trataba de un justo y parco reconocimiento a mi educador de referencia, al maestro que había dejado en mi formación académica y personal el mayor poso, la huella más indeleble. La verdad es que había tenido mucha fortuna. Disfrutar entre los ocho y diez años (durante tres cursos) del magisterio de este eximio profesor (sus amplios conocimientos, su saber estar, su capacidad de excitación intelectual, su preocupación por enseñar, su interés por reclamar la atención de todos -en aulas con 40 alumnos-, su control sobre la clase...) fue una especie de lotería formativa que me regalaron cuando inesperadamente recalé en un nuevo colegio (A.P.B.) forzado por el cierre de otro, aquel destarlado Sector Centro de la calle Jorós.
Sin duda, beneficiarse de buenos maestros en la niñez resulta básico en nuestra trayectoria vital. Un estudio de la Universidad de Michigan (USA) concluye que tener buenos profesores durante la infancia es crucial para el éxito académico de los alumnos en el futuro, puesto que esta influencia se mantiene a lo largo de los años. Se trata, en definitiva, de un periodo decisivo de nuestra educación. Pero los buenos profesores solo siembran en nosotros la semilla de la aptitud y de la actitud si son grandes conocedores de la materia que imparten, si contagian a los alumnos su entusiasmo por el conocimiento, si se les nota con claridad meridiana que aman la enseñanza y si, además, son hábiles regidores de la disciplina en el aula. Porque, a decir verdad, la excelencia del educador se demuestra en su interés por los alumnos y en su preocupación sincera por que persigan su mejora constante y no ofrezcan un rendimiento por debajo de sus posibilidades reales. Es más, para ellos el éxito de sus discípulos, es el suyo propio, la permanente superación de aquellos estudiantes imberbes, su verdadero premio.
¡Quién no recuerda a algunos de estos maestros que tanto nos influyeron en edades tan tempranas! Porque los buenos educadores son aquellos que tienen muy claro los objetivos de su clase y hasta controlan su disposición para evitar los lógicos desajustes (desatenciones, postergaciones...). El buen profesor es aquel que logra motivar al estudiantado casi de forma natural, el que promueve su espíritu crítico y sabe enseñar desde distintos puntos de vista, porque todo esto enriquece la educación del niño. Recuerdo que a veces nos quejábamos de los populares coscorrones de don Febles, ejecutados entre iguales (por los propios compañeros), sin darnos cuenta realmente de que no perseguían otra cosa que conseguir la atención de los más despistados. En las clases de los buenos maestros tampoco nos topamos con líderes erigidos sobre la ley del más fuerte, líderes de pacotilla, en definitiva, acaso lo que encontramos son estudiantes con madera de paladines gracias a una incipiente dialéctica y a una embrionaria virtud del esfuerzo.
Los buenos profesores no saben de horarios fijos ni de alumnos desahuciados. Tampoco tienen por qué ser amigos de sus discípulos, dado que el afecto inocente que les profesan no está reñido con la calidad de su magisterio ni con la disciplina blanda de sus métodos. Los buenos maestros, en fin, son los que, con el tiempo, cuando volvemos la vista atrás, recordamos con cariño por algún detalle que descubrimos en nuestra personalidad o, en general, por cuán importantes fueron en nuestras vidas.
Sin duda, beneficiarse de buenos maestros en la niñez resulta básico en nuestra trayectoria vital. Un estudio de la Universidad de Michigan (USA) concluye que tener buenos profesores durante la infancia es crucial para el éxito académico de los alumnos en el futuro, puesto que esta influencia se mantiene a lo largo de los años. Se trata, en definitiva, de un periodo decisivo de nuestra educación. Pero los buenos profesores solo siembran en nosotros la semilla de la aptitud y de la actitud si son grandes conocedores de la materia que imparten, si contagian a los alumnos su entusiasmo por el conocimiento, si se les nota con claridad meridiana que aman la enseñanza y si, además, son hábiles regidores de la disciplina en el aula. Porque, a decir verdad, la excelencia del educador se demuestra en su interés por los alumnos y en su preocupación sincera por que persigan su mejora constante y no ofrezcan un rendimiento por debajo de sus posibilidades reales. Es más, para ellos el éxito de sus discípulos, es el suyo propio, la permanente superación de aquellos estudiantes imberbes, su verdadero premio.
¡Quién no recuerda a algunos de estos maestros que tanto nos influyeron en edades tan tempranas! Porque los buenos educadores son aquellos que tienen muy claro los objetivos de su clase y hasta controlan su disposición para evitar los lógicos desajustes (desatenciones, postergaciones...). El buen profesor es aquel que logra motivar al estudiantado casi de forma natural, el que promueve su espíritu crítico y sabe enseñar desde distintos puntos de vista, porque todo esto enriquece la educación del niño. Recuerdo que a veces nos quejábamos de los populares coscorrones de don Febles, ejecutados entre iguales (por los propios compañeros), sin darnos cuenta realmente de que no perseguían otra cosa que conseguir la atención de los más despistados. En las clases de los buenos maestros tampoco nos topamos con líderes erigidos sobre la ley del más fuerte, líderes de pacotilla, en definitiva, acaso lo que encontramos son estudiantes con madera de paladines gracias a una incipiente dialéctica y a una embrionaria virtud del esfuerzo.
Los buenos profesores no saben de horarios fijos ni de alumnos desahuciados. Tampoco tienen por qué ser amigos de sus discípulos, dado que el afecto inocente que les profesan no está reñido con la calidad de su magisterio ni con la disciplina blanda de sus métodos. Los buenos maestros, en fin, son los que, con el tiempo, cuando volvemos la vista atrás, recordamos con cariño por algún detalle que descubrimos en nuestra personalidad o, en general, por cuán importantes fueron en nuestras vidas.
Yo también recuerdo algunos maestros y maestras que han sido fundamentales en mi vida. Gracias JJ por traérnoslos a la memoria. Saludos
ResponderEliminarOtros tiempos, donde los maestros no tenían atadas las manos. El sr Febles era muy respetado por los estudiantes y se ganaba el respeto, respetando. Este donde este, felicidad eterna.
ResponderEliminarEs cierto que los maestros de nuestra época influyeron en nosotros de alguna manera.Algunos no tuvieron la suerte de tener a ese maestro bueno, preocupado por la enseñanza de sus alumnos.Hoy en día es muy difícil encontrar a profesionales que realmente enseñen motivando´. Conozco profesores que disfrutan de su trabajo, pocos, pero gracias a Dios los hay.Así que tenemos la suerte de que hoy en día siga existiendo ese tipo de maestros.Saludos
ResponderEliminarYo tambien recuerdo con mucho cariño a mis profes,Dª Dolores Curbelo y Dº German.Como siempre un gran articulo
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