La visualización.
Varios amigos me han comentado que este verano han
hecho o tienen previsto hacer el Camino de Santiago (porque así se suele
decir: "hacer el Camino"), o alguna de sus rutas, que es lo más
probable. Y lo recorren a pie, como debe ser. Es más, dicen que si no caminas
al menos 100 kilómetros no puedes recibir “la compostelana”, una suerte de
acreditación eclesiástica que certifica que efectivamente has hecho el Camino.
La verdad es que no sé si este afán por peregrinar a Santiago es una moda
pasajera o simplemente la consecuencia de un periodo de crisis profunda que
sufre la sociedad en general, que no sólo es económica, sino también y en
especial, de valores, espiritual, de fuertes desencuentros.
Para los peregrinos, su objetivo ya no es solo religioso. Quien recorre el Camino busca más encontrarse consigo mismo que con el Apóstol, confía en experimentar una especie de transformación interior que, a su regreso, le permita afrontar su vida cotidiana con nuevos bríos, una existencia marcada por las prisas infundadas, el ajetreo inútil y el dominio de las apariencias. Por eso algunos terminan, incluso, en Finisterre, “donde se acaba el mundo conocido”, bañándose en la Costa de la Muerte o prendiendo fuego a sus ropas y enseres, como una forma de purificarse y de recomenzar. Sostiene Paulo Coelho ( en El peregrino de Compostela) que "cuando se viaja en pos de un objetivo, es muy importante prestar atención al Camino. El Camino es el que nos enseña la mejor forma de llegar y nos enriquece mientras lo estamos cruzando".
Hoy resulta indiferente si llegamos a Santiago o no, porque, a decir verdad, lo importante es el propio Camino, o como decía Robert L. Stevenson, lo que vale es ir y no llegar. El fin no es en realidad arribar a Santiago de Compostela -y eso el Apóstol lo sabe-, la meta no es otra que conocernos mejor, poder mirar hacia dentro de nosotros mismos y encontrarnos. A ello contribuye la soledad de los páramos, el sacrificio y el esfuerzo de tantos kilómetros andados, la necesidad que padecemos en muchos instantes de la marcha, la gente formidable que nos tropezamos en la ruta. Esta es la razón de que tampoco importe mucho que te pierdas, que equivoques el sendero, porque perderse también forma parte del Camino. La virtud, como en la vida, está en saber reconducir la situación, en ser capaz de encontrar la senda correcta.
El Camino nos enseña a ser humildes y a compartir lo poco que tenemos: la hogaza de pan de ajo o de pan duro, el baño común o los dieciocho camastros por habitación de los albergues, o los momentos de duda ante qué dirección escoger. También nos enseña a ser respetuosos con los demás, a través del silencio, o a la hora de levantarse sin molestar al otro. Para la mayoría de los peregrinos, el Camino es, pues, una búsqueda interior, un viaje iniciático hacia nosotros mismos donde podemos encontrar alguna de las respuestas a los interrogantes de nuestra vida diaria. No es solo una peregrinación religiosa, ni una ultramaratón cualquiera. Tampoco nos sirve únicamente para encontrarnos con Dios -que para muchos, también-, ni para desconectar y cargar pilas con vistas al nuevo curso escolar o laboral. Algo más tendrá esta experiencia -por descubrir- cuando quienes la viven ya no son exactamente lo que eran e irradian una luz que los distingue de los demás.
Para los peregrinos, su objetivo ya no es solo religioso. Quien recorre el Camino busca más encontrarse consigo mismo que con el Apóstol, confía en experimentar una especie de transformación interior que, a su regreso, le permita afrontar su vida cotidiana con nuevos bríos, una existencia marcada por las prisas infundadas, el ajetreo inútil y el dominio de las apariencias. Por eso algunos terminan, incluso, en Finisterre, “donde se acaba el mundo conocido”, bañándose en la Costa de la Muerte o prendiendo fuego a sus ropas y enseres, como una forma de purificarse y de recomenzar. Sostiene Paulo Coelho ( en El peregrino de Compostela) que "cuando se viaja en pos de un objetivo, es muy importante prestar atención al Camino. El Camino es el que nos enseña la mejor forma de llegar y nos enriquece mientras lo estamos cruzando".
Hoy resulta indiferente si llegamos a Santiago o no, porque, a decir verdad, lo importante es el propio Camino, o como decía Robert L. Stevenson, lo que vale es ir y no llegar. El fin no es en realidad arribar a Santiago de Compostela -y eso el Apóstol lo sabe-, la meta no es otra que conocernos mejor, poder mirar hacia dentro de nosotros mismos y encontrarnos. A ello contribuye la soledad de los páramos, el sacrificio y el esfuerzo de tantos kilómetros andados, la necesidad que padecemos en muchos instantes de la marcha, la gente formidable que nos tropezamos en la ruta. Esta es la razón de que tampoco importe mucho que te pierdas, que equivoques el sendero, porque perderse también forma parte del Camino. La virtud, como en la vida, está en saber reconducir la situación, en ser capaz de encontrar la senda correcta.
El Camino nos enseña a ser humildes y a compartir lo poco que tenemos: la hogaza de pan de ajo o de pan duro, el baño común o los dieciocho camastros por habitación de los albergues, o los momentos de duda ante qué dirección escoger. También nos enseña a ser respetuosos con los demás, a través del silencio, o a la hora de levantarse sin molestar al otro. Para la mayoría de los peregrinos, el Camino es, pues, una búsqueda interior, un viaje iniciático hacia nosotros mismos donde podemos encontrar alguna de las respuestas a los interrogantes de nuestra vida diaria. No es solo una peregrinación religiosa, ni una ultramaratón cualquiera. Tampoco nos sirve únicamente para encontrarnos con Dios -que para muchos, también-, ni para desconectar y cargar pilas con vistas al nuevo curso escolar o laboral. Algo más tendrá esta experiencia -por descubrir- cuando quienes la viven ya no son exactamente lo que eran e irradian una luz que los distingue de los demás.
jueves, 26 de julio de 2012
A decir
verdad, no tengo sensaciones del Camino aún. Esta mañana estuvimos en la
entrada de peregrinos de Logroño, en el conocido como Puente de Piedra, y
recorrimos la Rúa Vieja y la calle Barriocepo, el tramo urbano del itinerario,
siguiendo la flecha amarilla que indica el rastro correcto en dirección a
Compostela. Visitamos la iglesia de Santiago, donde se armó la Orden, y las
contiguas placeta del Juego de la Oca y fuente de los Peregrinos, pero en
realidad no hemos comenzado a "caminar" todavía. Lo de hoy fue más
bien un paseo preliminar por la capital riojana, que nos sirvió además para
degustar unos cuantos pinchos, maridados con vino de Rioja, en la popular calle
Laurel, y conocer de paso la concatedral de La Redonda, la iglesia de Santa
María de Palacio, y la de San Bartolomé, la más sorprendente de todas.
Quien sí percibe ya sensaciones del Camino es, en cambio, nuestra amiga. Quizás porque lo ha hecho otras veces, y lo presiente, tal vez porque es capaz de vislumbrarlo con tan solo calzarse las botas. Y se emociona. Se emociona porque ha experimentado como el Camino recoloca aspectos de la vida de cada uno, como el Camino hace y deshace historias de amor y vinos, como el Camino canaliza adecuadamente muchas de nuestras dificultades. Probablemente habrá que hacerlo varias veces para sentirse como ella se siente hoy, para adivinar el sendero sin comenzar a andarlo, para transformarse en peregrino sin apenas haber dado un paso.
Quien sí percibe ya sensaciones del Camino es, en cambio, nuestra amiga. Quizás porque lo ha hecho otras veces, y lo presiente, tal vez porque es capaz de vislumbrarlo con tan solo calzarse las botas. Y se emociona. Se emociona porque ha experimentado como el Camino recoloca aspectos de la vida de cada uno, como el Camino hace y deshace historias de amor y vinos, como el Camino canaliza adecuadamente muchas de nuestras dificultades. Probablemente habrá que hacerlo varias veces para sentirse como ella se siente hoy, para adivinar el sendero sin comenzar a andarlo, para transformarse en peregrino sin apenas haber dado un paso.
Ahora llueve. Se escucha el tintineo de las gotas
golpeando el cristal de las ventanas, mientras el eco de los truenos nos llega
con nitidez desde lejos. Nos visita una tormenta de verano que amenaza con
acompañarnos mañana. Pero no hay excusas, no debe haberlas. Mañana, por fin,
comenzaremos el Camino a la altura de Marqués de Murrieta, donde pernoctamos, y
lo haremos ilusionados y decididos cueste lo que cueste. Dice Coelho (en
El Peregrino de Compostela) que la única forma de saber cuál es la
decisión correcta es sabiendo cuál es la decisión errada. Se trataría
simplemente de examinar el otro camino sin miedo, sin morbo, y luego tomar la
decisión. En la vida muchas decisiones que nos convienen nos amenazan con el
dolor o con la incomprensión que conllevan, y por eso dudamos, pero, aún así,
debemos ponernos en marcha cuando toca, sin mirar atrás, en dirección a
Santiago, que es lo mismo que decir: en pos de nuestros sueños.
viernes, 27 de julio de 2012
Recibimos la
esperada tormenta de verano ya recogidos en San Camilo, al comenzar la tarde.
San Camilo es un antiguo convento cisterciense reconvertido en hotel, situado
en los arrabales de Navarrete, siempre, que pueda hablarse de arrabales en un
pueblo de apenas 3.000 habitantes, claro está.
Durante la mañana habíamos recorrido el primer tramo de nuestro "Camino de Santiago": la distancia que separa Logroño, capital de La Rioja, de Navarrete, antaño encrucijada de caminos entre Navarra y Castilla, y por ello centro de innumerables batallas fratricidas entre navarros y castellanos. La verdad es que la etapa "oficial" finalizaba en Nájera, pero quizás no estábamos preparados para empezar con una etapa tan dura, ni para desanimarnos demasiado pronto, así que dividimos el tramo en dos partes, y la meta, a priori inalcanzable para inexpertos, la vislumbramos más factible. Ocurre como en la vida, en la que a veces, antes de descartar o posponer una acción o una decisión difícil, resulta conveniente plantearse si es más viable afrontarla poco a poco, por pasos, sin abandonar, por supuesto, el propósito final. Como dice el viejo adagio de Lao Tse: "Hasta un viaje de mil leguas empieza con un pequeño paso". Fueron finalmente poco más de quince kilómetros de leve subida, con algún repecho más exigente, que nos llevaron pronto desde el solaz pantano de La Grajera hasta el centro de la alfarería riojana.
Tras el primer ensayo, las fuerzas parecen intactas, y por fin empezamos a respirar "Camino" de verdad, a olerlo entre vides y arboleda, y a sentirlo, por ejemplo, cuando adelantábamos a otros peregrinos con varias jornadas a sus espaldas. Entonces nos poníamos a su altura y, durante un momento, "retroalimentándonos", nos hacíamos mutuamente más llevadera la marcha. También cuando observamos el enrejado de cruces que los caminantes han creado al borde del sendero como pequeños testimonios de su fe en Jesucristo.
Ya instalados, y antes de almorzar en El Molino, visitamos la iglesia tardogótica de la Asunción, que exhibe un fabuloso retablo barroco presidiendo sus tres naves, y convinimos, con ironía, en que Navarrete era una suerte de pueblo de "autoservicio", porque para todo había que servirse uno mismo, incluso adivinarlo (visiten si no el Bar Deportivo, jeje) .
Al caer la tarde, disfrutamos de la paz que se respira en los jardines de San Camilo. Lo cierto es que el cielo amenazaba un ocaso de lluvia y granizo más temprano de lo habitual, y nos lo anunciaba con insistencia una particular sinfonía de rayos y truenos. Pero sorprendentemente los pájaros no dejaban de cantar, parecía como si no se creyeran de verdad que la tormenta era inminente. Entonces decidimos resguardamos en San Camino, a solas, era un buen momento para viajar por nuestras profundidades; es lo que tiene el "Camino". Como ha escrito A.G. Roemmers en El regreso del Joven Príncipe: "Ninguna otra conquista ofrece mayor recompensa que la de nosotros mismos".
Durante la mañana habíamos recorrido el primer tramo de nuestro "Camino de Santiago": la distancia que separa Logroño, capital de La Rioja, de Navarrete, antaño encrucijada de caminos entre Navarra y Castilla, y por ello centro de innumerables batallas fratricidas entre navarros y castellanos. La verdad es que la etapa "oficial" finalizaba en Nájera, pero quizás no estábamos preparados para empezar con una etapa tan dura, ni para desanimarnos demasiado pronto, así que dividimos el tramo en dos partes, y la meta, a priori inalcanzable para inexpertos, la vislumbramos más factible. Ocurre como en la vida, en la que a veces, antes de descartar o posponer una acción o una decisión difícil, resulta conveniente plantearse si es más viable afrontarla poco a poco, por pasos, sin abandonar, por supuesto, el propósito final. Como dice el viejo adagio de Lao Tse: "Hasta un viaje de mil leguas empieza con un pequeño paso". Fueron finalmente poco más de quince kilómetros de leve subida, con algún repecho más exigente, que nos llevaron pronto desde el solaz pantano de La Grajera hasta el centro de la alfarería riojana.
Tras el primer ensayo, las fuerzas parecen intactas, y por fin empezamos a respirar "Camino" de verdad, a olerlo entre vides y arboleda, y a sentirlo, por ejemplo, cuando adelantábamos a otros peregrinos con varias jornadas a sus espaldas. Entonces nos poníamos a su altura y, durante un momento, "retroalimentándonos", nos hacíamos mutuamente más llevadera la marcha. También cuando observamos el enrejado de cruces que los caminantes han creado al borde del sendero como pequeños testimonios de su fe en Jesucristo.
Ya instalados, y antes de almorzar en El Molino, visitamos la iglesia tardogótica de la Asunción, que exhibe un fabuloso retablo barroco presidiendo sus tres naves, y convinimos, con ironía, en que Navarrete era una suerte de pueblo de "autoservicio", porque para todo había que servirse uno mismo, incluso adivinarlo (visiten si no el Bar Deportivo, jeje) .
Al caer la tarde, disfrutamos de la paz que se respira en los jardines de San Camilo. Lo cierto es que el cielo amenazaba un ocaso de lluvia y granizo más temprano de lo habitual, y nos lo anunciaba con insistencia una particular sinfonía de rayos y truenos. Pero sorprendentemente los pájaros no dejaban de cantar, parecía como si no se creyeran de verdad que la tormenta era inminente. Entonces decidimos resguardamos en San Camino, a solas, era un buen momento para viajar por nuestras profundidades; es lo que tiene el "Camino". Como ha escrito A.G. Roemmers en El regreso del Joven Príncipe: "Ninguna otra conquista ofrece mayor recompensa que la de nosotros mismos".
sábado, 28 de julio de 2012
Jornada dura
por fin. Además, al segundo día, ya se empiezan a notar algunas secuelas de lo
andado, aunque todavía sea poco. Fue un día en el que nos encontramos
peregrinos por doquier. Con muchos de ellos coincidimos a la salida de Navarrete
y a otros tantos los adelantamos por el singular cordel que recorrimos.
Llegamos a Nájera, antigua capital del Reino de Navarra, casi dieciocho
kilómetros después de comenzar a andar. Por primera vez descansamos a mitad de
camino. Fue en el alto de San Antón, desde donde se observa el valle del
Najerilla, con las fuerzas de alguno un tanto mermadas ya.
Nos sorprendió cruzarnos dos veces con una singular peregrina brasileña, que de adolescente había leído a Coelho (El Peregrino de Compostela), por lo que siempre había albergado el afán de poder reproducir sus pasos en el Camino de Santiago. Venía de Sant Jean Pied de Port, la salida original del Camino Francés, y con las fuerzas casi al límite. Sin pretenderlo, nuestras palabras le sirvieron de milagroso acicate, inesperadamente encontró en nuestro discurso el aliento necesario, la perspectiva adecuada sobre su empeño extraordinario; son las cosas que tiene el "Camino", pródigo en sorpresas y en barruntar amistades desinteresadas (nuevos "amarillos"), porque la amistad, como ha escrito Sándor Márai (en El último encuentro), no es otra cosa que un servicio. A la singular peregrina la volvimos a encontrar en Nájera: como suele ocurrir, a quienes te acompañan de corazón durante la carrera de la vida normalmente te los encuentras al final de ella.
En Nájera visitamos el monasterio de Santa María la Real, una maravilla arquitectónica pese a los destrozos que sufrió su interior como consecuencia de la Desamortización de Mendizábal. Nos quedamos, sin embargo, con el plateresco claustro de los Caballeros y la prodigiosa sillería del Coro. Almorzamos un original arroz meloso en El Mono, en plena calle Mayor, y cenamos más frugalmente cerca del catre, en el bar del hostal Hispano II.
Pese a la dureza del tramo, nos recuperamos con cierta facilidad. Obran milagros los buenos masajes y el Reiki que nuestra amiga nos ofrece incondicionalmente nada más terminar la etapa del día, descubriendo además nuevas indicaciones terapéuticas para el "Vicks VapoRub" (je,je). Pero hoy también se desataron en nuestra particular amiga viejas emociones, sentimientos no resueltos, recuerdos tristes de antiguos "Caminos", que también los hay. Porque aunque hagamos varios, el "Camino", como la vida, siempre es uno, con direcciones diversas, a veces de ida y vuelta, pero siempre el mismo. Por eso los "Caminos" funcionan entre sí como vasos comunicantes. Un "Camino" sirve para cerrar un ciclo que se inició en otro, o para desprenderse del aliento de gente tóxica que nos maniató en el anterior; pero un "Camino" sirve también para consolidar amistades que se pergeñaron en otras caminatas, incluso para obviar llamadas que proceden de "caminos" quizás equivocados.
Durante el trayecto nos encontramos con más cruces de caminos que nunca. En estos casos, debemos buscar la flecha amarilla que señaliza el Camino de Santiago para dar con la senda correcta. La señal puede estar pintada en una piedra, en el suelo o en una farola; la podemos encontrar en los sitios más insospechados. Pero la señal existe, siempre está, solo hay que buscarla, sin prisas, sin ofuscarse, pero sin pausa. Dice Coelho (en Maktub) que el cruce de caminos es un lugar sagrado, porque allí el peregrino ha de tomar una decisión; habrá, por tanto, un camino escogido y otro abandonado. El peregrino puede descansar, dormir un poco, incluso consultar a los dioses que viven en los cruces, pero nadie puede quedarse allí para siempre: una vez hecha la elección -concluye el escritor carioca-, es preciso seguir adelante, sin pensar en el camino que se dejó de recorrer. Sin embargo, en la vida a veces resulta muy complicado encontrar la flecha amarilla que nos marca el sendero correcto, normalmente oculta o difuminada tras los miedos y la comodidad. Aún así, nuestra obligación es encontrarla.
Nos sorprendió cruzarnos dos veces con una singular peregrina brasileña, que de adolescente había leído a Coelho (El Peregrino de Compostela), por lo que siempre había albergado el afán de poder reproducir sus pasos en el Camino de Santiago. Venía de Sant Jean Pied de Port, la salida original del Camino Francés, y con las fuerzas casi al límite. Sin pretenderlo, nuestras palabras le sirvieron de milagroso acicate, inesperadamente encontró en nuestro discurso el aliento necesario, la perspectiva adecuada sobre su empeño extraordinario; son las cosas que tiene el "Camino", pródigo en sorpresas y en barruntar amistades desinteresadas (nuevos "amarillos"), porque la amistad, como ha escrito Sándor Márai (en El último encuentro), no es otra cosa que un servicio. A la singular peregrina la volvimos a encontrar en Nájera: como suele ocurrir, a quienes te acompañan de corazón durante la carrera de la vida normalmente te los encuentras al final de ella.
En Nájera visitamos el monasterio de Santa María la Real, una maravilla arquitectónica pese a los destrozos que sufrió su interior como consecuencia de la Desamortización de Mendizábal. Nos quedamos, sin embargo, con el plateresco claustro de los Caballeros y la prodigiosa sillería del Coro. Almorzamos un original arroz meloso en El Mono, en plena calle Mayor, y cenamos más frugalmente cerca del catre, en el bar del hostal Hispano II.
Pese a la dureza del tramo, nos recuperamos con cierta facilidad. Obran milagros los buenos masajes y el Reiki que nuestra amiga nos ofrece incondicionalmente nada más terminar la etapa del día, descubriendo además nuevas indicaciones terapéuticas para el "Vicks VapoRub" (je,je). Pero hoy también se desataron en nuestra particular amiga viejas emociones, sentimientos no resueltos, recuerdos tristes de antiguos "Caminos", que también los hay. Porque aunque hagamos varios, el "Camino", como la vida, siempre es uno, con direcciones diversas, a veces de ida y vuelta, pero siempre el mismo. Por eso los "Caminos" funcionan entre sí como vasos comunicantes. Un "Camino" sirve para cerrar un ciclo que se inició en otro, o para desprenderse del aliento de gente tóxica que nos maniató en el anterior; pero un "Camino" sirve también para consolidar amistades que se pergeñaron en otras caminatas, incluso para obviar llamadas que proceden de "caminos" quizás equivocados.
Durante el trayecto nos encontramos con más cruces de caminos que nunca. En estos casos, debemos buscar la flecha amarilla que señaliza el Camino de Santiago para dar con la senda correcta. La señal puede estar pintada en una piedra, en el suelo o en una farola; la podemos encontrar en los sitios más insospechados. Pero la señal existe, siempre está, solo hay que buscarla, sin prisas, sin ofuscarse, pero sin pausa. Dice Coelho (en Maktub) que el cruce de caminos es un lugar sagrado, porque allí el peregrino ha de tomar una decisión; habrá, por tanto, un camino escogido y otro abandonado. El peregrino puede descansar, dormir un poco, incluso consultar a los dioses que viven en los cruces, pero nadie puede quedarse allí para siempre: una vez hecha la elección -concluye el escritor carioca-, es preciso seguir adelante, sin pensar en el camino que se dejó de recorrer. Sin embargo, en la vida a veces resulta muy complicado encontrar la flecha amarilla que nos marca el sendero correcto, normalmente oculta o difuminada tras los miedos y la comodidad. Aún así, nuestra obligación es encontrarla.
lunes, 30 de julio de 2012
Cuarta y Quinta Jornada. Santo Domingo de
la Calzada, km. 54.
Llegamos a Santo
Domingo de la Calzada, centro histórico y económico del valle del Oja. Como
"a este mundo raro", también al Camino el cuerpo empieza a
acostumbrarse, a endurecerse con el paso de los días. En Santo Domingo termina
la primera parte del tramo previsto. Ayer, como unos auténticos campeones,
resistimos a la etapa más exigente hasta ahora, haciendo dos altos en el
camino: Azofra y Cirueña. El descanso nos permitió recargar pilas
para continuar la marcha. Asumamos cuanto antes que las estaciones donde nos
surtimos de energía, donde nos recargamos emocionalmente, son imprescindibles
para seguir nuestra ruta. Por eso no deberíamos tener miedo a detenernos de vez
en cuando, a hacer los altos en el camino que sean necesarios para enfrentar el
resto. En el paisaje, por cierto, íbamos paulatinamente dando la bienvenida al
cereal, que se subrogaba en el lugar de los viñedos, cada vez menos
predominantes.
En Santo Domingo nos esperaba la catedral de El Salvador, su peculiar torre exenta, y su maravilloso retablo mayor, una de las mayores joyas de la escultura renacentista, y la leyenda del gallo y la gallina (o el milagro del ahorcado), ligada a su santo patrón, que nos la recuerda un singular gallinero localizado frente al mausoleo del Santo en la misma catedral. Pernoctamos en la hospedería cisterciense, un lugar de descanso a cargo de monjas de la orden, situado tras el convento de las Bernardas, hoy albergue de peregrinos, donde ya no es necesario recogerse antes de las once de la noche, porque las monjas se han modernizado convenientemente (jeje).
El día terminó con una tertulia especial en un pub del pueblo, cerca de la calle Mayor, con nuevos amarillos, risas contagiosas y estrenados propósitos. Porque las personas que te tocan el corazón aparecen cuando tienen que hacerlo, siempre en el momento justo. Un día una conversación inesperada se convierte en un punto de inflexión en el Camino, y así un sendero agreste y pedregoso vuelve de súbito a ser ilusionante y esperanzador. Eso nos pasa también en la vida. En cualquier momento, un suceso azaroso se convierte en un estímulo, en un aliciente que de repente nos cambia la historia de nuestra vida. Susanna Tamaro (en Donde el corazón te lleve) ha escrito que el destino tiene mucha más fantasía que nosotros. Justamente cuando crees encontrarte en una situación que no tiene escapatoria, cuando llegas al ápice de la desesperación, con la velocidad de una ráfaga de viento cambia todo, queda patas arriba, y de un momento a otro te encuentras viviendo una nueva vida.
Nos quedamos reponiendo fuerzas en Santo Domingo el día siguiente, lo que nos permitió visitar otros singulares edificios de la localidad: el convento de San Francisco, por ejemplo, y sus dos paradores, algo insólito en la red. La villa parece íntimamente vinculada al Santo y al Camino, habituada por ello a recibir peregrinos por un solo día y, normalmente, a no volverlos a ver jamás. Por eso a algunos lugareños les resultaba extraño que permaneciéramos "pateando" sus calles todavía un día después. Pero, en ocasiones, resulta conveniente hacer una parada más larga, una detención de mayor sosiego, una reflexión más profunda. La misma vida la reclama para atacar nuevos retos, o simplemente para reponer fuerzas y continuar el camino.
En Santo Domingo nos esperaba la catedral de El Salvador, su peculiar torre exenta, y su maravilloso retablo mayor, una de las mayores joyas de la escultura renacentista, y la leyenda del gallo y la gallina (o el milagro del ahorcado), ligada a su santo patrón, que nos la recuerda un singular gallinero localizado frente al mausoleo del Santo en la misma catedral. Pernoctamos en la hospedería cisterciense, un lugar de descanso a cargo de monjas de la orden, situado tras el convento de las Bernardas, hoy albergue de peregrinos, donde ya no es necesario recogerse antes de las once de la noche, porque las monjas se han modernizado convenientemente (jeje).
El día terminó con una tertulia especial en un pub del pueblo, cerca de la calle Mayor, con nuevos amarillos, risas contagiosas y estrenados propósitos. Porque las personas que te tocan el corazón aparecen cuando tienen que hacerlo, siempre en el momento justo. Un día una conversación inesperada se convierte en un punto de inflexión en el Camino, y así un sendero agreste y pedregoso vuelve de súbito a ser ilusionante y esperanzador. Eso nos pasa también en la vida. En cualquier momento, un suceso azaroso se convierte en un estímulo, en un aliciente que de repente nos cambia la historia de nuestra vida. Susanna Tamaro (en Donde el corazón te lleve) ha escrito que el destino tiene mucha más fantasía que nosotros. Justamente cuando crees encontrarte en una situación que no tiene escapatoria, cuando llegas al ápice de la desesperación, con la velocidad de una ráfaga de viento cambia todo, queda patas arriba, y de un momento a otro te encuentras viviendo una nueva vida.
Nos quedamos reponiendo fuerzas en Santo Domingo el día siguiente, lo que nos permitió visitar otros singulares edificios de la localidad: el convento de San Francisco, por ejemplo, y sus dos paradores, algo insólito en la red. La villa parece íntimamente vinculada al Santo y al Camino, habituada por ello a recibir peregrinos por un solo día y, normalmente, a no volverlos a ver jamás. Por eso a algunos lugareños les resultaba extraño que permaneciéramos "pateando" sus calles todavía un día después. Pero, en ocasiones, resulta conveniente hacer una parada más larga, una detención de mayor sosiego, una reflexión más profunda. La misma vida la reclama para atacar nuevos retos, o simplemente para reponer fuerzas y continuar el camino.
martes, 31 de julio de 2012
Hoy nos
levantamos bastante más temprano. La etapa, bajo un sol de justicia, lo exigía,
aunque engañaba. Hasta el kilómetro diecisiete se sucedían varios pueblos
pequeños, singulares aldeas (Grañón,
Redecilla del Camino, Castildelgado, Viloria de Rioja...), que "allanaban" el esfuerzo, como
amigos, amores o experiencias que contribuyen a hacer más llevadera y
emocionante la vida. Nos permitían un alto en el camino, el socorrido descanso:
a veces una sombra agradecida, otras, el avituallamiento necesario. Pero, aún
con titubeos, debemos continuar el sendero escogido, porque en el horizonte nos
espera siempre una nueva experiencia, otro pueblo acaso, el fin del camino
quizás.
Se nos hizo especialmente latoso el último tramo (Villamayor del Río-Belorado), apenas seis kilómetros de falso llano, pero muchas veces lo que a priori se percibe más cómodo o tolerable se convierte finalmente en un desafío sufrido y agotador. Y aunque las circunstancias tienen su peso en la dureza del envite: el cansancio acumulado, las horas andadas, un calor soporífero, una meta renuente..., tal vez sea, más bien, una cuestión de actitud. Probablemente no afrontamos este último trecho con la actitud correcta. Frederic Solergibert sostiene (en Bajo el árbol amigo) que lo esencial nunca es el suceso que nos acontece, sino la actitud con la que le hacemos frente, cómo lo experimentamos, asumiendo que cualquier episodio que vivimos, por muy doloroso que sea, siempre nos servirá para avanzar y mejorar.
En Belorado (Burgos) pernoctamos en Verdeancho, una coqueta casa rural junto a la iglesia de Santa María. Almorzamos en Picias, recomendado por los lugareños, y nos dejamos ver por una plaza mayor atestada de peregrinos y por la iglesia de San Pedro. Cuando la tarde ya se despedía, intentamos seguir las huellas que dejaron en la calzada mayor ilustres visitantes. Algunas, como las de Fernando Romay, imposibles de abarcar. No siempre podemos con lo que otros hicieron.
Nos acostamos pronto. Aún se escuchaban las voces de los tertulianos de la terraza que se abría bajo nuestro ventanal, cuando nos asaltó un reparador y sintomático duermevela. Mañana nos esperaba la etapa "reina" del Camino, del camino que elegimos, claro.
Se nos hizo especialmente latoso el último tramo (Villamayor del Río-Belorado), apenas seis kilómetros de falso llano, pero muchas veces lo que a priori se percibe más cómodo o tolerable se convierte finalmente en un desafío sufrido y agotador. Y aunque las circunstancias tienen su peso en la dureza del envite: el cansancio acumulado, las horas andadas, un calor soporífero, una meta renuente..., tal vez sea, más bien, una cuestión de actitud. Probablemente no afrontamos este último trecho con la actitud correcta. Frederic Solergibert sostiene (en Bajo el árbol amigo) que lo esencial nunca es el suceso que nos acontece, sino la actitud con la que le hacemos frente, cómo lo experimentamos, asumiendo que cualquier episodio que vivimos, por muy doloroso que sea, siempre nos servirá para avanzar y mejorar.
En Belorado (Burgos) pernoctamos en Verdeancho, una coqueta casa rural junto a la iglesia de Santa María. Almorzamos en Picias, recomendado por los lugareños, y nos dejamos ver por una plaza mayor atestada de peregrinos y por la iglesia de San Pedro. Cuando la tarde ya se despedía, intentamos seguir las huellas que dejaron en la calzada mayor ilustres visitantes. Algunas, como las de Fernando Romay, imposibles de abarcar. No siempre podemos con lo que otros hicieron.
Nos acostamos pronto. Aún se escuchaban las voces de los tertulianos de la terraza que se abría bajo nuestro ventanal, cuando nos asaltó un reparador y sintomático duermevela. Mañana nos esperaba la etapa "reina" del Camino, del camino que elegimos, claro.
miércoles, 1 de agosto de 2012
La etapa más
exigente de nuestro Camino, casi veintiocho kilómetros, con más de doce por los
Montes de Oca, una ruta solitaria, subiendo y bajando repechos, entre
una frondosa vegetación donde predominan el brezo, el pinar y el robledal.
Enfrentamos, en paz, la dureza del terreno y la soledad del esfuerzo. Antes,
once kilómetros que transcurren entre varios pueblos al abrigo de la Sierra
de la Demanda (Tosantos, Villambistia, Espinosa del Camino y Villafranca
Montes de Oca) que hacen más llevadera la primera parte del recorrido, en
especial la fuente de cuatro caños de Villambistia, a la que la leyenda
le atribuye poderes revitalizantes si remojamos la cabeza en ella. Y así lo
hicimos, claro, y la verdad es que fue como un soplo de aire fresco que nos
invitaba a no desfallecer. Como el agua que brindaba a los peregrinos, por la
voluntad, un lugareño desempleado en los alrededores de San Juan de Ortega.
Como la vida misma, el Camino nos ofrece momentos verdaderamente duros, que a veces, incluso, nos fuerzan a abandonar. Coelho (El Alquimista) nos diría que ese sendero (el que abandonamos) no formaba parte de nuestra leyenda personal, porque cuando se quiere algo de verdad todo el Universo conspira para que se haga realidad. Pero abandonar no es una vergüenza, ni un desdoro. En ocasiones toca poner el pie en el suelo, renunciar a una empresa, a un desafío, y volver a casa, porque la vida nos presenta muchas opciones y obstinarse en una de ellas, cuando se revela imposible, puede ser un error mayúsculo que dinamita otras que están por venir, aún más ilusionantes, todavía más enriquecedoras. Por eso, no debemos temer a abandonar, a renunciar cuando toca. El primer descubrimiento de Albert Espinosa (en El Mundo Amarillo) fue que las pérdidas son positivas, son ganancias, lo que hay que hacer es aprender a perder. Luego vendrán otras etapas, otros caminos, nuevas empresas, nuevos sueños... y los afrontaremos con la experiencia acumulada en la mochila, también con la de los caminos emprendidos que abortamos por higiene emocional o por agotamiento físico.
Pasamos por el conjunto cenobial de San Juan de Ortega, fundado por el aventajado discípulo de Santo Domingo de la Calzada, y nos dirigimos por un ramal a la salida del pueblo a Santovenia de Oca, un tranquilo caserío del que parte una vía alternativa del Camino, menos transitada, hacia Burgos, donde mañana termina nuestro particular recorrido. No pasaremos por Agés (apenas a dos kilómetros de Santovenia) ni por Atapuerca, la variante más conocida, pero así lo decidió el destino, el propio Camino cuando lo planificamos.
Como la vida misma, el Camino nos ofrece momentos verdaderamente duros, que a veces, incluso, nos fuerzan a abandonar. Coelho (El Alquimista) nos diría que ese sendero (el que abandonamos) no formaba parte de nuestra leyenda personal, porque cuando se quiere algo de verdad todo el Universo conspira para que se haga realidad. Pero abandonar no es una vergüenza, ni un desdoro. En ocasiones toca poner el pie en el suelo, renunciar a una empresa, a un desafío, y volver a casa, porque la vida nos presenta muchas opciones y obstinarse en una de ellas, cuando se revela imposible, puede ser un error mayúsculo que dinamita otras que están por venir, aún más ilusionantes, todavía más enriquecedoras. Por eso, no debemos temer a abandonar, a renunciar cuando toca. El primer descubrimiento de Albert Espinosa (en El Mundo Amarillo) fue que las pérdidas son positivas, son ganancias, lo que hay que hacer es aprender a perder. Luego vendrán otras etapas, otros caminos, nuevas empresas, nuevos sueños... y los afrontaremos con la experiencia acumulada en la mochila, también con la de los caminos emprendidos que abortamos por higiene emocional o por agotamiento físico.
Pasamos por el conjunto cenobial de San Juan de Ortega, fundado por el aventajado discípulo de Santo Domingo de la Calzada, y nos dirigimos por un ramal a la salida del pueblo a Santovenia de Oca, un tranquilo caserío del que parte una vía alternativa del Camino, menos transitada, hacia Burgos, donde mañana termina nuestro particular recorrido. No pasaremos por Agés (apenas a dos kilómetros de Santovenia) ni por Atapuerca, la variante más conocida, pero así lo decidió el destino, el propio Camino cuando lo planificamos.
jueves, 2 de agosto de 2012
Finalizamos
nuestro camino tomando un itinerario alternativo paralelo a la Nacional-20. Por
Zalduendo, Ibeas de Juarros, y finalmente Castañares,
donde el sendero se une con los que acceden por Agés y Atapuerca. Es un
recorrido más ruidoso, por supuesto, pero también tiene su "ángel"
particular, que nos acompaña hasta encontrar el cauce del Arlanzón (el de
nuestra vida), entre campos de girasoles y ficticios giralunas, entre renovadas
ilusiones y positivas mermas. Luego el río, casi sin darnos cuenta, nos
introduce paulatinamente en la ciudad del Cid, camino del puente de San Pablo.
Advertimos, pues, como el Camino de Santiago tampoco es una senda sin alternativas, hasta el propio Camino tiene variados itinerarios con el mismo fin: La Vía de la Plata, el Camino del Norte, el Camino Primitivo. Todos llevan a Santiago. Esto nos avisa de los peligros de la obstinación, del empecinamiento, de cuando nos empeñamos en seguir un camino que no es el nuestro, que no aparece en nuestros sueños. La solución, a veces, está precisamente en la ruta alternativa. Paulo Coelho asegura (en Brida) que escoger un camino significa abandonar otros, y que si pretendes recorrer todos los caminos posibles acabarás no recorriendo ninguno.
En Burgos nos esperaba el oportuno descanso, la terapia rehabilitadora y, sobre todo, el cariño de los amarillos, de aquellos amigos especiales que han demostrado, en palabras de Laurent Gounelle (en No me iré sin decirte adónde voy), verdaderas ganas de abrazar tu mundo. Estos amigos solo pueden insuflarte energía positiva, porque es la que ellos desprenden, con la fuerza de su interior. Nos recibieron con un mandala, que al dorso decía: "Siempre he de tener la calma para aceptar lo que no puedo cambiar, la fortaleza para cambiar lo que sí puedo cambiar y la sabiduría para averiguar la diferencia".
Burgos es una ciudad monumental, llena de rincones bellos y de jardines apacibles a la vera del río Arlanzón, un manso y evocador afluente del Duero. La capital castellana es una mediana urbe cuyo corazón late con el bullicio apropiado, con la tranquilidad necesaria. Desde la suave brisa que sopla en El Espolón a las fabulosas vistas del castillo, desde el esplendor de la catedral (y la capilla del Condestable), joya del gótico europeo, al sobrio recogimiento del monasterio de las Huelgas, desde el moderno museo de la Evolución Humana a -ya en las afueras- la adustez prodigiosa de la cartuja de Miraflores.
En la despedida, decidimos acercarnos a la iglesia de San Nicolás de Bari, en la trasera de la catedral. Allí nos postramos -impresionados- ante el retablo mayor de Simón de Colonia. Nos citamos para retomar el sendero el año próximo, pero antes, dimos las gracias por el camino recorrido y, por supuesto, por las tantas lecciones aprendidas.
¡Buen Camino!
Advertimos, pues, como el Camino de Santiago tampoco es una senda sin alternativas, hasta el propio Camino tiene variados itinerarios con el mismo fin: La Vía de la Plata, el Camino del Norte, el Camino Primitivo. Todos llevan a Santiago. Esto nos avisa de los peligros de la obstinación, del empecinamiento, de cuando nos empeñamos en seguir un camino que no es el nuestro, que no aparece en nuestros sueños. La solución, a veces, está precisamente en la ruta alternativa. Paulo Coelho asegura (en Brida) que escoger un camino significa abandonar otros, y que si pretendes recorrer todos los caminos posibles acabarás no recorriendo ninguno.
En Burgos nos esperaba el oportuno descanso, la terapia rehabilitadora y, sobre todo, el cariño de los amarillos, de aquellos amigos especiales que han demostrado, en palabras de Laurent Gounelle (en No me iré sin decirte adónde voy), verdaderas ganas de abrazar tu mundo. Estos amigos solo pueden insuflarte energía positiva, porque es la que ellos desprenden, con la fuerza de su interior. Nos recibieron con un mandala, que al dorso decía: "Siempre he de tener la calma para aceptar lo que no puedo cambiar, la fortaleza para cambiar lo que sí puedo cambiar y la sabiduría para averiguar la diferencia".
Burgos es una ciudad monumental, llena de rincones bellos y de jardines apacibles a la vera del río Arlanzón, un manso y evocador afluente del Duero. La capital castellana es una mediana urbe cuyo corazón late con el bullicio apropiado, con la tranquilidad necesaria. Desde la suave brisa que sopla en El Espolón a las fabulosas vistas del castillo, desde el esplendor de la catedral (y la capilla del Condestable), joya del gótico europeo, al sobrio recogimiento del monasterio de las Huelgas, desde el moderno museo de la Evolución Humana a -ya en las afueras- la adustez prodigiosa de la cartuja de Miraflores.
En la despedida, decidimos acercarnos a la iglesia de San Nicolás de Bari, en la trasera de la catedral. Allí nos postramos -impresionados- ante el retablo mayor de Simón de Colonia. Nos citamos para retomar el sendero el año próximo, pero antes, dimos las gracias por el camino recorrido y, por supuesto, por las tantas lecciones aprendidas.
¡Buen Camino!
Qué sensaciones! Me gusta. Saludos
ResponderEliminarGracias por compartir tu camino ....gracias por compartir tu vida...gracias por ser TU...Gracias AMIGO DEL ALMA
ResponderEliminarHe estado leyendo algo de tus cosas, y del camino. Precisamente salgo a hacerlo este miércoles desde Oporto. Aunque ya lo anduve hace algunos años desde los Montes de Oca.
ResponderEliminarTambién he leído otras cosas. Gracias por lo que escribes. Me ha sorprendido gratamente, pq no imaginaba ese lado tan espiritual. Abrazos,