Dicen que lo que puede hacernos feliz es tener un
propósito de vida, aunque más que el propósito en sí mismo, lo que nos puede hacer
feliz es conocerlo, convencernos y perseguirlo. En sánscrito lo llaman dharma, que según un libro sagrado del
hinduismo, el Bhagavad Gita, describe
la verdadera razón de nuestra existencia, el auténtico fin de nuestra estancia
entre los vivos. El propósito es, pues, nuestro sueño más genuino, pero siempre será un
sueño alcanzable, factible, realizable. El dharma
no se alimenta de sueños utópicos o de quimeras. El propósito responde a las
preguntas claves de nuestro decurso vital: ¿para qué estoy aquí?, ¿cuál es mi
misión?, ¿a qué me debo?, ¿a quién puedo ayudar? El neurólogo y psiquiatra
austriaco Viktor Frankl decía que toda persona tiene una vocación o misión
específica en la vida, y a ella nos debemos si queremos alcanzar la felicidad.
Sin embargo, tener un propósito de vida y seguirlo
no resulta sencillo. Pronto nos encontramos con la primera dificultad. Cómo conocemos
cuál es nuestro dharma, cómo averiguamos
cuál es realmente nuestra misión, el sendero correcto por donde debemos guiar
nuestros pasos. No hay duda de que quién desconoce su propósito no puede ser
feliz, porque si lo ignora -y el propósito tiene mucho que ver con el talento-
querrá decir que habrá dedicado su vida a asuntos que no le llenan plenamente, a
tareas que no le entusiasman, para las que, en verdad, no está preparado. La
felicidad, de haberla habido, habrá sido -con toda seguridad- efímera.
Así que el primer paso consiste en hacer un
esfuerzo concienzudo por reconocer nuestro dharma,
por escudriñar nuestro corazón -elige el camino del corazón, dice un proverbio
sufí- para deducirlo, para inferirlo de nuestros sueños, de nuestros miedos, de
nuestras alegrías, de nuestras frustraciones. Porque todos los hombres quieren
vivir felices, pero al ir a descubrir lo que les hace feliz -como ya lo advirtiera
Séneca-, van a tientas, y de esta forma, cuando más afanosamente la buscan, si
han errado el camino, más se alejan de ella.
Se trata, por lo tanto, de una mirada profunda y detenida hacia el
interior, que escrute nuestra alma en busca de las respuestas precisas.
Pero conocer nuestro propósito de vida no es
suficiente. Entonces nos tropezamos con la segunda dificultad. Necesitamos
convencernos de que estamos realmente ante nuestro dharma, de que nos encontramos con la confianza suficiente ante la
misión para la que estamos preparados, la que nos toca jugar en esta vida. Y
esto a veces tampoco resulta fácil: los miedos, la comodidad, los recelos o los
riesgos nos apartan de esta convicción. A buen seguro que si logramos cerciorarnos,
será más viable disciplinarse en busca del objetivo.
Finalmente, siendo conscientes de nuestro propósito y sintiéndonos absolutamente convencidos de ello, habrá que perseguirlo, y este desafío tendrá que abordarse cueste lo que cueste (tercera dificultad). A decir verdad, no será más duro que otros retos que enfrentamos a diario y el camino habrá de ser en cualquier caso más apasionante, porque transitamos el sendero de nuestra dicha. De modo que bastará con afrontarlo para encontrar nuestra felicidad, incluso durante el recorrido, porque la fortuna -emocional, que es la que nos reporta el auténtico bienestar- siempre se halla en el trayecto. Y en última instancia, normalmente nuestro dharma se concreta en ayudar al prójimo, por lo que lo único que necesitamos es saber cómo hacerlo, esto es, averiguar cuál es el talento en el que debemos perseverar para mejorar la vida de los demás.
Finalmente, siendo conscientes de nuestro propósito y sintiéndonos absolutamente convencidos de ello, habrá que perseguirlo, y este desafío tendrá que abordarse cueste lo que cueste (tercera dificultad). A decir verdad, no será más duro que otros retos que enfrentamos a diario y el camino habrá de ser en cualquier caso más apasionante, porque transitamos el sendero de nuestra dicha. De modo que bastará con afrontarlo para encontrar nuestra felicidad, incluso durante el recorrido, porque la fortuna -emocional, que es la que nos reporta el auténtico bienestar- siempre se halla en el trayecto. Y en última instancia, normalmente nuestro dharma se concreta en ayudar al prójimo, por lo que lo único que necesitamos es saber cómo hacerlo, esto es, averiguar cuál es el talento en el que debemos perseverar para mejorar la vida de los demás.
La finalidad del Karma......me gustó
ResponderEliminarUn propósito, esa es la clave. Saludos y esperamos con interés ese libro...
ResponderEliminarElsa Punset dice que "Nacemos con la capacidad de querer ayudar a los demás, aunque la recompensa no sea evidente". Así que apoya eso que tú, yo y otros muchos pensamos: que nuestro dharma es mejorar la vida de los demás. De mil modos distintos, cada uno a su manera, unos con intensidad y otros con menos, pero mejorar la vida de los demás. Si los demás hicieran lo mismo, nuestra vida también sería mejor ;)
ResponderEliminarYo creo que tú....eres mi hdarma !! Jeje...besos :)
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