CARTA DE UN NÚMERO PRIMO

Querida Constance:

Sé que te sorprenderá esta carta, pero no creo que sea más de lo que estoy yo por escribirla. Sé también que debí escribirla hace mucho tiempo, quizás inmediatamente después de cuando nos conocimos. Acaso te acuerdas tan bien como yo de aquella fiesta de cumpleaños, todavía en el Liceo Francés, que nos descubrió al amor aunque no supiéramos realmente lo que era eso entonces. Desde aquel día, siempre fuiste mi alma gemela, mi ilusión recurrente, el sueño feliz y la pesadilla a un tiempo, porque tu recuerdo, tu ensoñación era tan pronto placentera como atormentada. Reconozco que fui pertinaz en mi timidez, desquiciantemente encerrado en mi mundo, un mundo socavado por una muerte repentina en mi niñez, que acabó con la mitad de mi vida. Tal vez no me comprendas, pero aquella fatalidad condicionó mi crecimiento personal y siempre fui sólo la mitad de una persona. En realidad, no he sido más que un número primo, probablemente igual que tú, como los personajes de Giordano, acaso yo el 17 y tú el 19, o al revés, pero nunca juntos de verdad. Nuestro sino fue siempre caminar en el mismo sentido sin poder tocarnos, sin poder sentir el calor de nuestros cuerpos; en el mejor de los casos, notando apenas la respiración agitada de nuestro deseo.

Sí, Constance. Ya sé que es tarde. Que te casaste con aquel compañero de clase tan remilgado y un tanto antipático, que siempre llegaba el primero al aula para sentarse delante y cantar, sin fallos, las traducciones de latín. Era previsible, casi ley de vida. Si dejamos pasar la oportunidad, la gente toma su trocha particular y quizás no vuelvas a encontrarla. Es lo que Los Secretos llaman los trenes perdidos. Pero es ahora cuando reúno las fuerzas suficientes para hacerme visible, para decirte todo aquello que mi corazón reprimió durante tantos años. No me resisto a salirme de una vez de estas sendas paralelas que hemos seguido hasta ahora, de esa amistad inmarcesible que nos ha sostenido aún separados por el océano. Sé que me recriminarás lo que estoy haciendo, sobre todo por qué no lo hice antes, pero tú tampoco fuiste capaz, o acaso siempre me viste como ese amigo del alma, que escucha y espera, que alienta y consuela, sin esperar nada a cambio, sin vida propia ni sentimientos encontrados.

Ahora estás en otro escenario, representas una obra distinta. Tu vida camina por otros derroteros. El tiempo pasó, y con él la ocasión propicia. Quizás en estos momentos te parezca hasta grotesca mi confesión, que me muestra débil y vulnerable. Pero decía Adorno que sólo con quien te ama puedes mostrarte débil sin provocar una reacción de fuerza. Por eso no tengo miedo a tu respuesta, a tu indiferencia tal vez sí. Aunque una cosa tengo clara: no quiero morirme sin alterar el destino de los números.

* A propósito de "La soledad de los números primos" (Paolo Giordano, 2009)