Este verano retomé el
Camino de Santiago donde lo había dejado el año pasado (Burgos). No sé si los
puristas de la sirga del Apóstol lo admiten, pero cada vez más gente hace el Camino
por tramos, en especial los españoles, y creo que es una opción igual de
plausible. En realidad, el Camino que me he propuesto tiene otras
singularidades pero nunca un "camino" es igual a otro, porque cada
uno de nosotros tenemos el propio. Además, como ha señalado Paulo Coelho (en El Demonio y la señorita Prym), las transformaciones más profundas,
tanto en el ser humano como en la sociedad, tienen lugar en periodos de tiempo
muy reducidos: cuando menos lo esperamos, la vida nos coloca delante de un
desafío que pone a prueba nuestro coraje y nuestra voluntad de cambio; en ese
momento, no sirve de nada fingir que no pasa nada, ni disculparnos diciendo que
aún no estamos preparados. Y concluye que "en una semana hay tiempo más que
suficiente para decidir si aceptamos o no nuestro destino". El Camino, en
cualquier caso, desenchufa y contribuye a despejar incógnitas.
La nueva singladura
acababa en León después de más de ciento ochenta kilómetros. Ahora bien, nuestro primer
propósito nos acercaba "solo" a Hornillos del Camino, un pueblo como tantos otros que
sobrevive al ritmo de la ruta jacobea, de apenas 57 habitantes. Como Burgos ya
lo habíamos visitado el año anterior, hicimos un alto en la Escuela de Vida
para desentumecer musculatura, y nos bastó un paseo por El Espolón y por el
casco antiguo, con vino y pinchos incluidos, así como una visita a la catedral
-de esta forma también nos hacíamos con nuevas credenciales- y al monasterio de
Las Huelgas para retomarle el pulso y disfrutar de su bizarra impronta.
De la ciudad del Cid
salimos por el casi bucólico Paseo de la Isla, al pie del río Arlanzón, y tras
andar unos pocos kilómetros abandonamos la ciudad, solo entonces el asfalto se torna marga,
y el callejero, senda. A mitad de recorrido llegamos a Tardajos, donde
repusimos fuerzas, y solo unos kilómetros después, a la vera del río Urbel, a
Rabé de las Calzadas. El pequeño tramo tiene sus dificultades, no en vano ya lo dice
una vieja copla: De Rabé a Tardajos/no te
faltarán trabajos/De Tardajos a Rabé/libéranos Dominé. Nos sedujo más Rabé
que Tardajos, la primera es una aldea más cuidada, con casas de
piedra restauradas y una hermosa iglesia parroquial.
Tras descubrir la
ruda meseta castellana (infinitas rectas a más de 800 metros de altitud)
durante varios kilómetros, nos costó bajar una pronunciada y agreste pendiente,
conocida como Matamulos. Poco después, una vez cruzamos el cauce del Hormazuela, entramos en
Hornillos por la calle Mayor, y casi sin darnos cuenta nos topamos con nuestro
albergue del día, una coqueta Casa Rural que regentaban familiares de nuestros
amigos burgaleses. Aunque no había nadie, habían dejado las
llaves en el ultramarinos de enfrente, porque así se vive en los pueblos, con
sosiego, con tranquilidad, confiados. Comimos bien en Casa Manolo, no había
otra opción, y disfrutamos de una buena sobremesa en la plaza de la Iglesia
gótica de San Román en compañía de otros peregrinos que cantaban al son de un
ukelele. En ocasiones, en el Camino, estas concurrencias no se limitan al simple
intercambio de informaciones, sino que producen auténticos encuentros de almas,
que son, como apunta Laurent Gounelle
(en Te llevaré a un lugar donde todo es
posible), lo interesante de toda relación humana. De todas formas, nos
acostamos pronto, habíamos superado la primera etapa. Recomenzábamos.
heyyy...gracias Juan por describir tan maravillosamente este tramo...recordarlo de nuevo es emocionante...
ResponderEliminarun abrazo enorme..y mil besos para compartir
Me gustan estas entradas del Camino, con tan buenas reflexiones, como si surgieran del mismo. Felicidades
ResponderEliminarTambién lo has detallado, que me he visto camimando a tu lado por este recorrido que tantos recuerdos me trae.
ResponderEliminar εїз Monarca