Castrojeriz-Frómista (23,6 kilómetros)
Al tercer día de comenzar el nuevo camino, afrontábamos la etapa
más dura. Eran casi 24
kilómetros por andaderos infinitos, por senderos interminables, sin
apenas arboleda ni zonas de descanso. La verdad es que echábamos de menos aquellos altos y apuestos
fresnos que días atrás, aunque fugazmente, nos procuraban algunos pasos con sombra
por el secarral meseteño, comprobando con pesar las pocas oportunidades que
encontrábamos para guarecernos del pertinaz sol que seguía imponiendo su
imperio.
Salimos de Castrojeriz
rematando la rúa más larga del Camino (Real de Poniente), y pronto la senda
jacobea nos sorprendía con una de las dificultades más sufridas: la subida al
Teso de Mostelares. Mas fue una suerte tropezárnosla al principio de nuestra caminata. Porque las
dificultades más importantes debemos afrontarlas cuanto antes, sin dilación; es más, como
ya nos ocurrió en la cima, cuando, una vez superados, pasamos revista a los problemas que
tanto nos preocupaban, casi siempre constatamos que no eran
tan importantes como nos parecían, porque casi nada es tan grave como pensamos en un principio, como nos
adelantamos a creer cuando todavía no nos hemos detenido a corregir el enfoque. Más gráficamente Elsa Punset (en Inocencia Radical) nos dice que amplificamos los peligros y
que perdemos la perspectiva real. La ascensión supone superar un desnivel de 140 metros en menos de
kilómetro y medio. En varios momentos, la ladera nos pareció inacabable, pero, a veces, como en
la vida, la dificultad de la pendiente nos hace olvidar que, en realidad, no
paras de progresar y crecer, como nos advierte con acierto Albert Espinosa (en Si tú
me dices ven lo dejo todo... pero dime ven).
El Teso es la
entrada a Tierra de Campos, el granero de España, pero también una excelente
atalaya donde divisar las tierras de Castrojeriz, que dejamos atrás, con una
perspectiva más amplia, con altura de miras, con el esclarecimiento preciso.
Tierra fértil la de Campos, de abundante cereal, pero desnuda y sensible ante un
Sol que arremete incansable durante el estío. Pasamos con premura por el hoy
albergue de peregrinos, y antiguamente parroquia de San Nicolás, que gestiona la
confraternidad italiana de San Giacomo de Perugia y, entre chopos y sauces, por
el medieval puente Fitero (siglo XI), que cruza el río Pisuerga, uno de los más
extensos y bellos del Camino: entrábamos en la provincia de Palencia.
La vera del Pisuerga
nos proporcionó el aliento necesario para llegar a Itero de la Vega, nuestro
primer descanso en un pequeño albergue regentado por jóvenes neohippies -bueno, llamémosles así para
entendernos-, donde desayunamos acompañados de otros peregrinos que también
hacían el Camino por tramos. Con nuevos bríos, afrontamos entonces la distancia
que nos separaba de Boadilla del Camino, donde era visita obligada un rollo
jurisdiccional gótico del que alertaban todas las guías. Estos rollos, muy
comunes en los pueblos de Tierra de Campos, era donde encadenaban, para someterlos a la mofa del común, a los reos que más tarde juzgaban los corregidores.
Boadilla es la puerta
de entrada al Canal de Castilla, una obra de ingeniería mayor, auspiciada por el
Marqués de la Ensenada e ideada por el ingeniero francés Charles Lemaur en el
siglo XVIII, con fin de transportar el cereal castellano hasta el Cantábrico por
medio de barcazas o chalanas remolcadas por animales de tiro. Caminamos en
paralelo al Canal hasta Frómista, un tramo, pese a la belleza y frondosidad del paisaje, fatigoso y cansino, como siempre lo son los últimos pasos, los
postreros esfuerzos. Sin embargo, incluso en esos instantes, no puedes bajar la guardia y permitirte un
pensamiento negativo, al contrario, debes concentrarte en las cosas buenas del sendero o en
la satisfacción inminente del deber cumplido. Como nos recuerda Robin Sharma (en El monje que vendió su ferrari): "lo que separa de veras
a las personas alegres u optimistas de las que están sumidas en la desdicha es
la forma de interpretar y procesar las
circunstancias de la vida". Mi madre, más coloquialmente, lo resumiría en un
"estar por lo positivo".
En Frómista nos
hospedamos en un modesto hostal enfrente de la parroquia de San Pedro, mas el pueblo
gira en torno a la iglesia de San Martín, icono del románico europeo y uno de
los centros religiosos del Camino. Almorzamos bien en el restaurante Villa de
Frómista y disfrutamos, al caer la tarde, de un fascinante concierto de arpa al calor de la magia y la sobriedad de San Martín. El día nos tenía guardado lo mejor para el final.
Gracias..gracias..gracias...
ResponderEliminarQué diferente y que igual al mismo tiempo...recordar este tramo...
un abrazo Juan
Caminar y caminar y mientras más caminas más quiere; sigues caminando para que puedas compartir con los que seguimos tu camino, saludos
ResponderEliminar¡Que bien lo cuentas! ... ¡Felicidades!.
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