De Carrión salimos por San Zoilo. Con menos de seis kilómetros andados, tras mirar de soslayo las ruinas de la antigua abadía de Benevívere, ya nos encontrábamos recorriendo la Vía Aquitana, la calzada romana que unió Burdeos con Astorga y que aún hoy conserva parte de su traza original. Luego, a mitad de camino, superamos el antiguo paso de la Cañada Real Leonesa, uno de los trayectos peninsulares más largos utilizados por los pastores trashumantes para conducir el ganado de los pastos de verano en León a los de invierno en Extremadura.
Nos dicen que una pequeña torre mudéjar de su cementerio nos avisaría de Calzadilla de la Cueza varios kilómetros antes de llegar, pero la sensación que tuvimos durante gran parte de la caminata fue que debía de ser un espejismo porque, pese a lo mucho que habíamos andado, la singular atalaya continuaba sin vislumbrarse. Sin embargo, no nos desanimamos, y con fe mantuvimos el ritmo, nuestro ritmo, claro. Porque es un grave error intentar seguir el de otros si queremos mantenernos en el Camino. Cada uno tiene el suyo.
Por fin llegamos a Calzadilla, un pueblo que semeja los del far west americano, aunque con esa singularidad de la comarca de las casas de adobe. No fue difícil dar con el hostal donde debíamos pernoctar, un establecimiento rural llamado Camino Real, cuyo propietario también regenta el oportuno albergue. Comimos y cenamos en la misma pensión, a decir verdad tampoco descubrimos otra oferta. De todas formas, pese a la tranquilidad del caserío, el ruido de ciertas obras en la hospedería nos despertó desde muy temprano; a decir verdad, tampoco nos pareció que se esmerasen mucho en respetar el indispensable descanso de los peregrinos, y albergamos la impresión de que quizás se explotara la buena fe de los concheros. Ahora bien, nos reímos mucho, eso sí... y ya sabemos que casi siempre las pequeñas contrariedades de la vida se compensan fácilmente con risas en buena compañía.
Nos gusta mucho tu diario del Camino. Feliciades
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